Los últimos días no han sido especialmente espléndidos para las relaciones entre Estados Unidos y Afganistán. Desde que el domingo se hiciera pública la masacre que uno de los soldados de las tropas norteamericanas llevara a cabo en Kandahar, disparando a 16 civiles, 9 de ellos niños, y quemando sus cuerpos, los ánimos están más que caldeados en el país de Oriente Medio. Los talibán anunciaban la ruptura de las conversaciones de paz que se estaban llevando a cabo en Qatar, mientras que Estados Unidos declaraba que mantenía su posición de cara a una resolución del conflicto.
Afganistán, y con él medio mundo, despertaba conmocionada el lunes con la noticia del asesinato indiscriminado de los 16 civiles en Kandahar, a manos de un soldado del que este sábado se filtraba el nombre; Robert Bales. El Pentágono pretende mantener el hermetismo en torno al militar por 'razones de seguridad' y poco se sabe del sujeto. Pero sí ha trascendido que es un sargento de 38 años que cumplía su primera misión en el país, después de tres estancias en Iraq en las que resultó herido en una de ellas, con traumatismo craneoencefálico tras un accidente del vehículo en que viajaba.
El presunto autor del asesinato salió el miércoles de Afganistán y fue trasladado a una base militar norteamericana en Kuwait, lo que también ha supuesto problemas diplomáticos para el Pentágono porque las autoridades kuwaitíes se enteraron de la estancia del soldado en su territorio por la prensa. La esposa y familia a su vez también han sido puestos bajo custodia por su seguridad en Seattle, donde vivían en la base conjunta de Lewis-McChord. Dos días después llegaba a Estados Unidos donde ingresaba en una cárcel de máxima seguridad en la base de Fuerte LeavenWorth, la única de este tipo que tiene el Pentágono. Todavía se mantiene abierta la investigación sobre lo ocurrido, y el sargento podría ser sometido a un consejo de guerra. También hay quienes nos descartan una condena a pena de muerte, como forma de la Casa Blanca de asegurar un severo castigo que refleje el compromiso con el proceso de conversación abierto para la salida de Afganistán de sus tropas.
El asesinato de los 16 civiles ha supuesto un duro golpe a las relaciones entre países
Los pocos datos que van saliendo a la luz de Bales apuntan a que había ingerido alcohol en su lugar de trabajo en Kandahar –algo prohibido por la regulación militar y que se desprende de las botellas encontradas en el lugar donde dormía en Camp Belambay- y que había sufrido tensiones en su matrimonio. Todo ello ha sido desmentido por el abogado John Browne, erigido portavoz de la familia, que 'en estado de shock absoluto' por lo ocurrido defiende que el matrimonio era fabuloso y que el autor de la masacre nunca había dado muestras de rechazo a los musulmanes. Sí apunta Browne a un episodio traumático el día anterior al incidente en el que la base entera habría quedado afectada por las heridas físicas sufridas por un compañero en una pierna.
"La familia no era consciente de que el soldado tuviese ningún tipo de problemas de los que se habla, pero sí conocían su descontento a raíz de que le comunicaran su nueva misión, la primera en Afganistán. Le habían dicho que no volvería a irse, y fue destinado de nuevo. Creía que había terminado su participación", señala Browne. Como señala el diario The Times, según confesiones de un alto mando norteamericano, el soldado 'simplemente se rompió'.
La ruptura de los talibán
Pese a no mencionar nada sobre el asunto de Kandahar, los talibán hicieron patente su hartazgo en el intento de gestionar la salida estadounidense del país afgano. Después de los recientes episodios de marines orinando sobre cadáveres, de quema de ejemplares del Corán o de incidentes similares con las tropas, sobrepasados con creces con el de los 16 civiles muertos, los talibán hacían público un comunicado en su web en el que anunciaban la suspensión del diálogo con EEUU que se había iniciado en Qatar a principios de año.
El motivo alegado es 'únicamente la postura vacilante, errática e imprecisa que Estados Unidos estaba teniendo', criticando a la vez que hubieran iniciado una campaña de propaganda infundada en contra de su posición. Los lentos avances de ambas partes hacia el significativo diálogo se vieron comprometidos por una desconfianza mutua y por el papel jugado por el Gobierno de Karzai, que los talibán dibujaron como una 'marioneta al servicio de Estados Unidos'.
Precisamente el presidente, Hamid Karzai, revelaba una declaración suya en la que habría pedido a León Panetta, secretario de Defensa norteamericano, que replegara las tropas gradualmente de la periferia y completara la misión en 2013. "Las fuerzas de seguridad afganas tienen capacidad para mantener el orden por sí mismas en las zonas rurales y en los pueblos", anunciaba Karzai.
Estados Unidos no abandona
Poco después del anuncio de ruptura de las conversaciones, era el propio portavoz de la Casa blanca, Jay Carney, el que aseguraba que "EEUU continuaría apoyando el proceso de reconciliación en Afganistán y su estrategia no cambiaría pese al anuncio talibán. Ellos saben cuáles son las condiciones para lograr el diálogo de reconciliación y nosotros seguiremos apoyando este proceso", señalaba.
Además el portavoz dejaba claro que la estrategia de su Gobierno seguía intacta pese a que en las últimas semanas sus tropas se habían visto envueltas en "desafortunados y trágicos incidentes" no habían mejorado la situación, en clara referencia a la quema de ejemplares del Corán y al asesinato de los 16 civiles afganos. El proceso de retirada, lejos de progresar, parece haber quedado bastante embarrado tras los últimos días.