Reino Unido y España no pueden evitar parecerse. Tantos años siendo los dueños del mundo hacen que uno vea su reflejo en el otro. Ambos poseyeron un vasto imperio colonial, ambos lo perdieron –con diferente resultado y distinto tempo- y ambos se enfrentan a la tensión nacionalista con una intensidad parecida. Cataluña y País Vasco para España, Escocia e Irlanda del Norte para el Reino Unido, en menor medida Gales. Dos reinos que vertebraron dichas uniones –Castilla e Inglaterra- y que dominaron desde hace varios siglos los designios de sus países. Ahora se enfrentan a procesos secesionistas paralelos, pero muy diferentes entre ellos. Dos partes de sus estados, Escocia y Cataluña, desean desgajarse de los mismos. Pero sus posiciones de partida y de salida son totalmente diferentes.
“Escocia la valiente”
Escocia es una pequeña nación-país constituyente de 5,3 millones de habitantes, que cuenta con un PIB de 130.000 millones de euros. Esto equivale, aproximadamente, al 10% del PIB de España. Cuenta con recursos naturales, entre ellos el petróleo del Mar del Norte, y un inequívoco interés turístico. Cuenta con lengua propia de origen gaélico –escocés, no tan extendido como el inglés- y tiene bastante menos autogobierno que Cataluña.
La historia de Escocia como reino –y estado- independiente se extiende desde el año 800 hasta aproximadamente 1600. Es fácil recordar la historia de William Wallace –de la que se hizo la película Braveheart- , cuando Eduardo el Zanquilargo invadió Escocia y los escoceses se defendieron como pudieron de la invasión. Inglaterra siempre pretendió Escocia, pero lo que pudo pasar hace 700 años en pleno 2014 importa bien poco. Lo cierto es que Escocia e Inglaterra se unieron en 1707 a través del Acta de Unión, juntaron enseñas y se creó la conocida como Union Jack.
Hasta 1979 no se planteó un referéndum para que Escocia obtuviese asamblea propia, que se ganó pero quedó invalidado. Cataluña tenía cámara propia ya en la década de los 30, por ejemplo.
Escocia se subordinó a los intereses de Inglaterra, y paralelamente a ella, vivió su propio Enlightenment –con el filósofo empirista Hume como máximo exponente- y su propia Revolución Industrial. Fue un escocés quien inventó la máquina de vapor –James Watt-, sin ir más lejos. En el siglo XIX, y paralelamente a muchos movimientos nacionalistas, surgió el nacionalismo escocés y la nostalgia de aquella nación indómita que le dio sopas con honda a Inglaterra.
No obstante, estas aspiraciones no empezaron a cristalizar hasta el siglo XX. Sí, en el liberal Reino Unido, hasta 1979 no se planteó un referéndum para que Escocia obtuviese asamblea propia. Referéndum que se ganó pero que quedó invalidado. Cataluña tenía cámara propia ya en la década de los 30, por ejemplo. Finalmente en 1999, Escocia obtuvo su ansiado autogobierno, su cámara, y simbólicamente, recibió la Piedra de Scone. Una piedra mítica donde eran ordenados los reyes de Escocia, capturada por Eduardo I El Zanquilargo y llevada a la abadía de Westminster para ordenar a los reyes ingleses.
“Los catalanes, de las piedras sacan panes”
Cataluña es, al menos oficialmente, una comunidad autónoma reconocida como nacionalidad histórica perteneciente a España, con un largo historial de revueltas contra Castilla y Francia. Posee 7,5 millones de habitantes y su PIB es de 200.000 millones de euros, lo que equivale al 20% del PIB de España, y el doble que Escocia. Es una de las comunidades autónomas más turística de España. Nunca ha conformado un Estado independiente, pero sí que tuvo sus propios condes y consellers, leyes propias que debían jurar los reyes españoles –usatges y constitucions-, así como una lengua muy extendida y que, durante varios siglos, fue la única que allí se habló hasta poco después de la unificación de los reinos. Era una provincia del Reino de Aragón que miraba hacia el Mediterráneo, y después de la reconquista, trató de extenderse hacia allí.
En el siglo XVII ya empezaron los conatos castellanos de intentar unificar finalmente “las Españas”, solicitando a los catalanes su ayuda militar para las conquistas de Castilla alrededor del mundo. Los catalanes no quisieron, y todo aquello acabó en el Corpus de Sangre, de donde viene el himno nacionalista compuesto posteriormente en recuerdo de aquel sangriento episodio contra las tropas castellanas. Pau Claris declaró la República Catalana y nombró conde de Barcelona al rey francés. En pocas palabras, firmó su sentencia de muerte al convertir Cataluña en el campo de batalla entre Francia y España.
Los catalanes y aragoneses contaron con cierta autonomía en lo que se refiere a ley e instituciones hasta que llegó la Guerra de Sucesión. Esta guerra terminó en 1714 cuando Barcelona, bastión austracista, cayó con su conseller en cap, Rafael de Casanova. No obstante, hay que decir que Casanova luchaba por la independencia de España con respecto de la idea de país del nuevo rey Borbón, no por la independencia de Cataluña. No obstante, al llegar 1714, a las regiones que fueron fieles se les dio ‘cuartelillo’, como por ejemplo, Navarra y el señorío de Vizcaya –hoy País Vasco-. Pero a las que no lo fueron, se terminó con su autogobierno y su propia ley. Se acabó con la Generalitat y se terminó con su sistema de consellers en cap, se estableció la lengua castellana como la lengua vehicular –hasta entonces era el latín en todas las instituciones- y con el Decreto de Nueva Planta se estableció una legislación uniforme en toda España, que hasta aquel momento, era un desastre absoluto.
Casanova luchaba por la independencia de España con respecto de la idea de país del nuevo rey Borbón, no por la independencia de Cataluña.
El auge del nacionalismo en el siglo XIX y la conocida como renaixença –se recuperó el catalán para la literatura y las cosas “de la tierra”- provocaron que surgiese un protonacionalismo catalán encarnado en Prat de la Riba que abogaba para que Cataluña se convirtiese en la “nación” puntal de España. Por ello, se crearon las Bases de Manresa, para recuperar la administración catalana que los castellanos habían “malogrado”, en su opinión. Durante el siglo XX Cataluña peleó por su autonomía, logrando un estatuto en la década de los 30 al cual no le dio mucho tiempo de desarrollarse, porque poco después llegaría Franco y terminaría con todo el esfuerzo.
Franco prohibió la enseñanza en catalán y la utilización del catalán como lengua oficial, si bien se mantuvo en casa. No obstante, hubo literatura en catalán publicada sin problema durante la década de los 60. Aun así, este proceso, unido a la reivindicación de la cultura catalana, probablemente echó gasolina al fuego de los primeros independentistas catalanes del nuevo siglo. En 2005, el deseo de ser un país independiente no pasaba del 13% de apoyos, según el CEO. Hoy es casi del 50%.
Dos procesos diferentes
Escocia nunca perdió su condición de nación, pero la situación de Cataluña es más compleja. Si bien la constitución de 1978 reconoce que hay “nacionalidades” dentro de España, no reconoce “naciones” que conformen este país. Aun así, Cataluña goza desde hace bastantes años más que Escocia de unos privilegios con los que los escoceses todavía a finales del siglo XX soñaban: autogobierno e instituciones propias. Los catalanes comparativamente son más ricos que los escoceses, a pesar de que éstos cuentan con recursos naturales.
Escocia contaría, además, con mejor partida que Cataluña, puesto que ya se conoce qué pasará en el día después de la independencia.
No obstante, Escocia consiguió negociar un referéndum de independencia con el que Cataluña, por muchas grandes manifestaciones en las calles y amenazas de insumisión, todavía sigue soñando. Salmond más de una vez ha intentado desvincularse del proceso catalán, recordando que “el nuestro es consensuado”. Escocia contaría, además, con mejor partida que Cataluña, puesto que ya se conoce qué pasará en el día después de la independencia. En el caso de Mas, si no pudiese realizar la consulta, podría convocar elecciones anticipadas y llevar el programa de la independencia, pero unas elecciones plebiscitarias no son tan específicas como un referendo. No obstante, las consecuencias de la independencia de una o de otra afectarán a Europa en su conjunto. Ni España ni Reino Unido son los únicos países que cuentan con fuertes movimientos nacionalistas e independentistas. Bélgica cuenta con Flandes, Italia con la Padania, Francia con su pequeño trozo de País Vasco… Una eventual independencia, tanto escocesa como catalana, afectaría a una Europa que trata de unificarse para tener mayor peso en un mundo global, pero que podría partirse por dentro si nadie lo remedia.