El día después de su muerte, el editorial del diario italiano Domani (dirigido por Emiliano Fitipaldi), se refería a Silvio Berlusconi como "un gigante de la historia y una catástrofe para el país". Parece una contradicción, pero la vida del último macho alfa italiano se podría resumir en un disgustoso placer que ha virado del fútbol a sus empresas privadas pivotando a menudo en su criatura política de centro derecha: Forza Italia.
Mientras la política se detiene en el belpaese -con un luto sin precedentes de siete días en Cámara y Senado-, la trastienda del partido se somete a una sesión de psicoanálisis para comprender las complicadísimas aristas del subconsciente berlusconiano y ver si hay manera de reprogramarlo o bien darlo ya por perdido.
Es cierto que se baraja una importante pléyade de sucesores (Antonio Tajani o Marta Fascina -viuda de Berlusconi-, entre otros), pero todo dependerá de la garantía económica de la familia, donde Marina y Pier Silvio se cuestionan hasta cuándo invertir en la obra de su padre. De momento, tienen que afrontar una deuda de cien millones de euros. "El partido está condenado a desaparecer. De hecho, este 8% de votantes ya es muy inferior respecto al pasado. Igual se queda con un 3% o menos… Algo así como las últimas gotas que testimonian un pasado de época”, afirma Fabrizio Maronta, analista político de la revista de geopolítica Limes. “También creo que esos votos no irán en bloque a otro partido. De ser así, supondría que ese líder de turno se convirtiera en el nuevo Berlusconi.
Sinceramente, más allá de sus defectos o virtudes, ninguno tiene su carisma. Pero sí, el Berlusconi político ya no era suficiente para la solvencia de sus empresas, por eso Forza Italia está condenada. Puede aparecer un Renzi por ahí, pero es difícil porque Matteo (que lideró en PD) es un hombre de derechas que quiere hacer su propia carrera. Tiene un ego desmedido; de hecho, ya en el pasado se negó a ser el delfín del Biscione. No quiere sentirse utilizado ni ser un fantoche de nadie”, explica. Y es que Forza Italia siempre fue un partido-empresa muy personal, con una idiosincrasia particular y disuasoria, ya que en ocasiones la usó para salvar su imperio.
Surgió hace treinta años, y recogió votos de todos lados: socialistas, socialdemócratas, republicanos, liberales y la Democracia Cristiana. “Precisamente parte de esos votos pueden repartirse entre Pier Ferdinando Casini (heredero de la DC), el actual centrista Renzi en su Terzo Polo o a la mismísima Giorgia Meloni”. También a Salvini, que con un 8% del electorado compite por ser la segunda fuerza de esta coalición de centro derecha que gobierna Italia desde hace casi un año. Así podrían sonar los cantos de sirena.
Lucha intestina en FI
Según los sondeos, la presencia del Cavaliere valía más de la mitad de los consensos del partido. Sin él, y pese a que el tesorero Alfredo Messina ha confirmado que Forza Italia no será dilapidada, se abre un cuadro demasiado incierto con demasiadas cabezas. Por un lado, están los posibles candidatos a erigirse como su alter ego. In primis, Antonio Tajani -vice Premier y ministro de Asuntos Exteriores-, a quien le pilló la noticia en EE.UU. También la diputada Marta Fascina, quien ascendió en los últimos meses varios peldaños en detrimento de la otrora mano derecha de Silvio: Licia Ronzuoli (fue arrebatada su coordinación de FI en Lombardía). El baile de nombres, casi siempre con Gianni Letta en la sombra, prosigue con Paulo Barelli (capogruppo de FI desde marzo) y Alessandro Sorte, diputado desde el 2018. Ninguno en condiciones de convertirse en Napoleón; tampoco erigirse en el gran benefactor de las arcas económicas familiares. Eso hace que el malhumor en la trastienda parlamentaria -y en los gobernadores forzistas de algunas regiones del sur como Renato Schifani- sea cada vez mayor. Todo ello, lógicamente, puede subrayar con fuerza ese fenómeno que cíclicamente se repite en la política italiana: el transfuguismo.
Así, con este escepticismo, lo resume en laRepubblica Gianfranco Miccichè, otro de los grandes pioneros azzurri: “El nuestro no es un partido de congreso para saber quien toma la dirección. Asistiremos a la discusión sobre quién es el propietario del símbolo y quién no lo es. Ya sé como terminará”. Porque, como también dice el politólogo Giuliano Urbani -uno de los fundadores de FI- en el mismo diario, “Nunca fue un partido y solo en parte un movimiento político. Quizás sí un comité electoral cuyo error estratégico fue el de no trabajar para una sucesión a la altura. Porque Berlusconi ésta siempre la tuvo al baño maría, confiando en personas políticamente irrelevantes”, asevera. El rey no quería sombras alargadas.
El factor Meloni
Si hay alguien que puede salir beneficiada de todo esto es la soberanista Giorgia Meloni, quien deberá reorganizar la coalición. Primero comprendiendo si los hipotéticos disidentes del ala moderada FI escapan hacia la identitaria Lega o si por el contrario se los lleva ella logrando de la criatura berlusconiana una costilla de la extremista Fratelli d’Italia. Un partido único, algo clave para las Europeas del próximo año.
Porque ante una más que probable diáspora de FI, Giorgia Meloni sueña con polarizar el país, precisamente como hizo años atrás el ex presidente del Milán, fundador de Fininvest y Mediaset, además de ideólogo de Forza Italia, con la que gobernó cuatro veces en Palazzo Chigi. Y es que la actual primera ministra siempre dejó abierta el ala centrista que hiciera de puente entre los conservadores y el PPE (Partito Popolare Europeo). Eso la dotaría de un poder mayúsculo. También más allá de Los Alpes.
Las próximas semanas serán claves para determinar el devenir del gobierno y del país. Ha muerto su caja negra moderna, y ahora hay que analizarla, escucharla, hacerle la autopsia. Mientras tanto, la ex ministra PD -Rosy Bindi- monta en cólera por todo lo que está sucediendo: “El luto nacional me parece algo inoportuno. Además, santificar no viene bien a Italia”.