Corren nuevos aires para la ciudad más poblada de Estados Unidos. Con su victoria en las elecciones municipales del pasado martes, en las que arrasó a Joe Lhota, candidato republicano, el demócrata Bill de Blasio promete reinvertir la tendencia socioeconómica de Nueva York dictada por el multimillonario Michael Bloomberg. El actual alcalde, un hiperactivo filántropo de 71 años, dejará el cargo de máximo regidor de la ciudad el 31 de diciembre, tras doce años en el puesto y con el incuestionable mérito de haber transformado una urbe que se despertaba entonces de la pesadilla del 11-S.
De Blasio, si no incumple sus promesas electorales, pretende dar voz y apoyo a ese 46% de la población más desfavorecida de la ciudad, cercana o por debajo del umbral de la pobreza y compuesta en su mayoría por minorías étnicas como afroamericanos e hispanos. En la ciudad con más millonarios de Estados Unidos, De Blasio pretende reequilibrar la balanza y hacer frente a los principales problemas de las clases bajas: la educación y la vivienda. Con un ambicioso plan para construir 200.000 viviendas asequibles, el futuro alcalde ha prometido también establecer un nuevo impuesto para rentas por encima de 500.000 dólares con los que financiar guarderías públicas y clases vespertinas en las escuelas. En una ciudad donde tener un hijo y compaginarlo con un trabajo es un reto imposible, la medida supondría un alivio para las familias de rentas más bajas.
La “alternativa progresista”, como él mismo ha definido su opción política, se basa en un radical y progresivo cambio de las actual legislación municipal que favorece a los ricos. El mensaje repetido hasta la saciedad en su campaña de la “inequidad de los ingresos” caló desde el primer momento en las minorías y votantes más pobres de la ciudad. Otro argumento recurrente en la campaña ha sido su propuesta de eliminar la política policial de “detener y cachear” (stop and frisk), y que según el futuro alcalde se aplicaba injustamente a minorías y habitantes de barrios desfavorecidos. El debate sobre la seguridad de Nueva York, que ha reducido espectacularmente su índices de criminalidad en los últimos años (las tasas más bajas de asesinatos en las últimas 5 décadas), ha sido un recurrente asunto de campaña.
Esa “Historia de las dos ciudades”, nombre prestado de una novela de Charles Dickens, en referencia a la ciudad partida en dos como consecuencia del auge de los precios de la vivienda y la desigual política fiscal, fue el título de su programa electoral con el que se presentó a las primarias demócratas. Contra todo pronóstico, logró el triunfo en el seno de su propio partido, primero beneficiándose del escándalo sexual del entonces candidato favorito, Anthony Weiner, y posteriormente derrotando a Christine Quinn, la preferida del actual alcalde Blommberg. Una vez consolidado como candidato demócrata, la campaña electoral contra el republicano Lhota ha carecido de interés, pues desde el principio todas las encuestas le dieron como claro vencedor. El tercer candidato, el independiente Adolfo Carrión, de origen puertorriqueño y que exhortaba a “despertar el gigante latino dormido”, tampoco fue amenaza para De Blasio.
Un pasado sandinista
Quizá lo más interesante de la campaña electoral haya sido la manera en la que la prensa ha aireado el pasado del futuro alcalde. Su propia definición de ideales políticos, una mezcla de New Deal de Roosvelt, la socialdemocracia europea y la Teología de la Liberación, llamó la atención a los medios más conservadores. Pero nada tan comentado como su pasado sandinista. A los 26 años, De Blasio viajó a Nicaragua para ayudar al gobierno de Ortega, en una época en la que la administración Reagan apoyaba ilegalmente a la Contra, la guerrilla conservadora del país. Un exhaustivo artículo del New York Times publicado en septiembre relata las experiencias del “joven izquierdista” De Blasio en el país centroamericano, y recuerda su inclinación por los discursos de Karl Marx y las canciones de Bob Marley.
Los guiños a gobiernos de izquierdas continuaron con la celebración de su luna de miel en Cuba, incumpliendo así la prohibición a los ciudadanos norteamericanos en aquella época de visitar la isla caribeña. Poco a poco, sus inclinaciones revolucionarias, simpatías sandinistas y activismo de juventud se fueron aplacando hasta el punto de que su propia biografía personal y su página web de campaña omiten cualquier referencia al respecto. Aún así, su ideología de izquierdas sigue intacta, hasta el punto de haber reconocido en una entrevista que “no concede ni una pulgada de margen a las ideas de derechas”.
Bill de Blasio, un desgarbado y altísimo (casi dos metros de estatura) neoyorquino, nació en la isla de Manhattan hace 52 años, no muy lejos del que a partir de enero será su nuevo lugar de trabajo, el Ayuntamiento de la ciudad. Su carrera política se inició con 28 años, trabajando en la administración del entonces alcalde David Dinkins (el último demócrata en el puesto hasta la llegada del propio De Blasio). Más tarde ocupó los puestos del Departamento de vivienda de Nueva York, New Jersey y Connecticut dentro de la administración Bill Clinton, y fue responsable de la campaña de Hillary Clinton para su elección como senadora en el año 2000. Tras ser concejal en Brooklyn durante 8 años, fue nombrado Defensor del pueblo de Nueva York en 2009, puesto que ocupó hasta la fecha y donde mostró un fuerte apoyo a los sindicatos, uno de los grandes valedores de su triunfo electoral. Su falta de experiencia en puestos de responsabilidad es la principal crítica de sus detractores, que se cuestionan su capacidad para gestionar un presupuesto de 70.000 millones de dólares (unos 52.000 millones de euros).
La importancia de la familia
Si hay algo en lo que todos los analistas coinciden es en el papel primordial que ha jugado la familia de De Blasio durante la campaña. Su esposa, la poetisa y activista política afroamericana Chirlane McGray, conoció en 1991 a su actual marido, que logró no solo enamorar a Chirlane sino hacerle cambiar su orientación sexual, lesbiana hasta entonces. Juntos han tenido dos hijos mestizos, Chiara y Dante. El propio Dante, de inconfundible melena afro, ha alcanzado importantes cotas de protagonismo durante la campaña electoral al ofrecer su punto de vista personal a las propuesta de su progenitor, en una estudiada estrategia de marketing. La imagen de esta familia multirracial, víctima de discriminación en el pasado, de orígenes inmigrantes (De Blasio es hijo de una italiana) y humilde, ha sido clave para ganar el voto de latinos, afroamericanos y clases bajas en general de la ciudad, que han visto en De Blasio un político radicalmente opuesto a Bloomberg.
Ahora, muchos dudan de que las promesas del nuevo alcalde sean viables, y pocos creen que este demócrata tenga el valor de subir la tasa impositiva de los ricos para redistribuir la pobreza de la metrópolis. Incluso las clases medias, las gran perjudicadas con las políticas del antiguo alcalde, temen que un regidor demasiado progresista destruya los logros, que los tuvo y muchos, de Blommberg. La noche electoral, ya sabedor de su triunfo, el propio De Blasio moderó su discurso y exhortó un enigmático “no me hago ilusiones, porque luchar contra la desigualdad nunca fue fácil”.