Fonseca es algo más que uno de los dos socios del despacho panameño Mossack Fonseca que ha copado portadas esta semana. No es sólo el hombre detrás de la firma que ha creado durante décadas sociedades offshore con las que autoridades, artistas, deportistas y políticos de medio mundo han intentado, presuntamente, eludir sus obligaciones fiscales o lavar dinero. No es sólo uno de los personajes en el centro del último escándalo mundial, el de los Papeles de Panamá, los ‘Panama Papers’, que surgió hace un año de una llamada al Süddeutsche Zeitung (SZ), que pasó por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación y ha salpicado a un ya ex primer ministro islandés, al padre del primer ministro británico, al presidente ruso, a la hermana de nuestro Rey Emérito, a los Le Pen, a Messi, a los Almodóvar y a tantos y tantos otros. Tampoco es sólo el amigo y exministro del presidente panameño que, con la filtración, puede hacer tambalearse al Gobierno de Varela. O el que ha hecho reaccionar a Cristóbal Montoro. O el que aglutina entre sus papeles algunas de las tramas de corrupción españolas. No. Ramón Fonseca Mora es además un hombre de letras, con seis novelas, una obra de cuentos y otra de teatro a sus espaldas.
"El viejo abre los ojos lentamente. No recuerda nada". Así arranca su obra Ojitos de ángel -publicada en España por Alfaguara en su serie Roja de literatura juvenil, en 2010-, que aún puede encontrarse en las librerías de este país. Y en las bibliotecas públicas. Allí está, en las secciones de infantil-juvenil, un poco más allá de las aventuras del Capitán calzoncillos y los cuentos de Roald Dahl. En la portada, una mano infantil sostiene una mariposa. En la contra, el resumen: "Un conmovedor relato sobre la vida y la muerte, el amor y la amistad". Todo muy inocente.
Fonseca es un literato que quizá no pretenda redimirse a través de la literatura -no puede redimirse quien no se siente culpable, y Fonseca declaraba esta semana en una entrevista a Reuters: "No vamos a ser culpados de nada"-, pero lo cierto es que, al menos en la única de sus obras que ha llegado a España, sí redime a sus personajes. El protagonista de Ojitos de ángel es un hombre con mucho dinero, mucho poder y dedicado a negocios turbios. Dicho así, podría recordar vagamente a alguien. Pero, por ser justos, añadamos que es un corrupto y corruptor de políticos, que su negocio trata de promociones inmobiliarias, que es clasista, racista, falso hasta en la sonrisa, mujeriego y estafador de pobres. La niña de los ojitos es, como reza el título, un ángel. Esto es: la buena es muy buena; el malo, muy malo. Como en una novela de Dickens. O no tanto, porque a Fonseca se le adivina cierta simpatía por su hombre de los negocios turbios, un tal Julio Vargas, y enseguida le saca el corazoncito que todo corrupto debe de tener dentro.
Tras un accidente, Vargas se ve recluido en un hospital "para pobres", un centro "de cuarta categoría" en el que tiene de compañera de habitación a una niña, Mechi, raquítica y -aún peor- morena y pobre. A Vargas se le hacen reales, como a mister Scrooge, todos sus demonios en la cama de ese hospital. Nadie va a verle, ni su esposa ni su amante ni su hijo. Sólo ha aparecido su abogado para resolver los papeles. Su compañera de habitación y las visitas de sus familiares, pobres, le molestan. No sabe qué ha pasado con un maletín con documentos comprometedores. Ansía beber. Ansía ir a un hospital de los que él puede pagar. "Él, que lo tiene todo, en el fondo no tiene nada", piensa. Y encima esa niña le importuna con su ternura. Aún más cuando -ojo, que va spoiler- descubre que la pequeña de los ojitos está condenada a morir.
El desenlace es fácil de adivinar: el viejo descubre que lo importante de la vida es lo que ha dejado a un lado por sus negocios, sus amantes (mujeres a las que basta con "comprar un apartamento. Darles dinero"), su deportivo y su dinero. Eso entre odas a la dignidad de los pobres, a los hospitales para pobres y al vino tinto español (Rioja, a poder ser, "denso y seco"), y cargas (sin embargo) contra el hábito de beber, los abogados, las falsas amistades y, en general, la podredumbre que genera el dinero. Lo de los abogados tiene su miga, porque Fonseca es uno de ellos: "Tú nunca vendrías por estos tugurios, a menos que encontraras por aquí a un cliente con un buen fajo de billetes", le espeta Vargas al suyo.
También hay figuras literarias, digamos, no muy arriesgadas ("frías como el acero") y la costumbre de enmarcar las frases entre exclamaciones e interrogaciones al tiempo, por si el lector no se había dado cuenta de que Vargas está enfadado. Poco más. Quizá porque Fonseca no es Dickens, se dedica a otras cosas, como las sociedades offshore, aunque atesora dos premios nacionales de la literatura panameña. Sus obras, sus críticas y hasta juegos sobre sus novelas pueden encontrarse en su web, dedicada a esta otra faceta del socio panameño de Mossack Fonseca.