Hace algunas semanas la policía jordana buscaba a tres soldados en uno de los campos de refugiados de Jordania. La presión de los agentes se hizo tan incómoda para las bandas que dominan los campos que a los pocos días los tres militares aparecieran esposados en una tienda de campaña. Las bandas que se pelean en el campo habían decidido entregar a los soldados para evitar que se incrementara la presencia de los jordanos en su territorio. Hace algunas semanas en otra operación se desarticularon 250 prostíbulos en las cercanías de los campos de refugiados. Son mujeres sirias que los chulos alquilan por poco dinero.
Las autoridades jordanas hacen lo que pueden, pero las mafias han logrado hacerse con el control y son un poder en estos poblados de muerte y desesperación de miles de familias que no tienen nada. “Esto es un infierno”, dice una persona que entra habitualmente en la zona. Los crímenes son habituales. Hay hombres que vienen a comprar niñas a los campos y se las llevan a cualquier país árabe. Hay miles de niños que viven solos. “Es horroroso”, dice el padre Carlos, presidente de Mensajeros de la Paz en ese país.
La organización trabaja junto a otras ONGs para reducir el impacto en esta catástrofe humanitaria que se está produciendo a causa de la guerra de Siria. Se calcula que el conflicto ha provocado cerca de un millón de refugiados sólo en esa zona. El campo de Zaatari estaba previsto para poco más de 10.000 personas. Se calcula que hay unas 150.000 que malviven, pero comen gracias a la solidaridad internacional. “Es mejor el infierno que la muerte a manos del Gobierno o los rebeldes en su país”, añade un cooperante.
Cada día nacen ocho niños en uno de los tres pequeños hospitales, hay siete bodas, pero también muertos en ajustes de cuentas. Por el día los policías jordanos mantienen el orden. Por la noche no se atreven a entrar, señala una persona que conoce cómo funciona la vida en este terreno vallado para tener contenidos a los refugiados de la guerra de Siria.
Los Campos Elíseos
Durante el día en los Campos Elíseos, la calle del comercio, se puede comprar de todo. Desde armas a drogas. “Han venido familias normales, pero también lo peor de cada casa y los malos se han organizado y dominan la vida en estos poblados de pobreza”, afirma una persona que conoce los poblados. “Cada día –dice el padre Carlos- necesitamos 25 toneladas de pan para dar de comer a esta pobre gente. Los refugiados sólo tienen asegurada una mínima manutención y la desesperación cada día es mayor entre los confinados”.
Los refugiados prefieren estar en estos campos antes que quedarse en Siria donde las ofensivas del Gobierno están acrecentando el número de personas que llegan a los campos. Zaatari está al límite y se ha convertido en el segundo mayor campo mundial tras el de Dadaab (Kenia).
Hace poco Jordania, que trabaja con ACNUR, ha abierto un segundo campo llamado Azraq que tiene ya unos 10.000 refugiados y que también amenaza con quedarse pequeño. En Mureigeb hay 35.000, especialmente militares. El padre Carlos afirma que la única manera de terminar con este sufrimiento es que pare la guerra y que se deje de reclutar a cientos de personas para ir a Siria. “Vienen adolescentes que acuden convencidos de que van a luchar contra Israel, lo que es falso, les engañan no saben a que vienen y a muchos los matan a los pocos días”, afirma.
Jordania, que ya sufrió con la llegada de los palestinos y los iraníes, sufre ahora con los sirios. En Amman deambulan miles de mendigos que viven del cartón o de pequeños robos. La inseguridad ha aumentado y los protagonistas son los que no tienen nada que perder para pegar un tirón o robar en una tienda, afirma el empleado de una institución oficial.
El padre Carlos dice que los niños son los mayores perjudicados por la catástrofe humanitaria. Algunos han llegado solos, otros los dejan sus padres y se van a luchar o a buscar a otros familiares. Se calcula que un 40% de los que viven en estos campos son menores, que acuden a escuelas en tiendas de campaña. Las mujeres y los niños han sido objetos de abusos sexuales que la policía no logra erradicar porque las mafias se han hecho con el control de estas ciudades del miedo.
Se calcula que mantener el campo de Zaatari cuesta unos 30 millones de euros al día, pero el aumento en la llegada de más personas exige más recursos de la ONU y las organizaciones humanitarias. “Esto va a estallar, necesitamos que el mundo sea consciente de lo que pasa o será tarde y se producirá una catástrofe como ha advertido el Papa Francisco en su visita a Jordania”, dice un cooperante.