Los atentados del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York supusieron un punto de inflexión en materia de seguridad para EEUU y otras latitudes que, poco a poco, fueron imitando su postura. No es que el terrorismo no existiese antes de esa fecha, pero ese día se puso de manifiesto la debilidad de una primera potencia mundial y la facilidad con la que la sinrazón de unos pocos terroristas es capaz de terminar con cientos de vidas en tan solo unos minutos.
Al ataque a la Gran Manzana, hace ya 14 años, le han seguido otros como los de Bali, Casablanca, Madrid, Londres, Egipto o, más recientemente Beirut y París. Más allá de los efectos económicos que suponen, los atentados implican también una serie de cambios sociales como la necesidad de aprender a convivir con el miedo.
"Es fundamental conocer el miedo para poder entender la seguridad. Actualmente las fuentes de riesgo tienen tal diversidad y sus componentes son tan multivariables, que son difíciles de detectar y posteriormente de gestionar", apuntaba José María Blanco Navarro en su informe Seguridad e Inteligencia 10 años después del 11-S para el Instituto Español de Estudios Estratégicos. "El miedo educa, se transmite de padres a hijos, de gobernantes a ciudadanos y de profesores a alumnos", añade.
Los ataques perpetrados por yihadistas han conseguido condicionar la libertades de los ciudadanos. Por ejemplo, los controles de seguridad se han disparado en todas partes
Además de la irrupción del miedo en las sociedades democráticas, los ataques perpetrados por yihadistas han conseguido condicionar la libertades y derechos de los ciudadanos. Por ejemplo, los controles de seguridad se han disparado en todas partes y, con ellos, las personas han ido perdiendo progresivamente sus libertades.
En ese camino hacia la sociedad de la vigilancia, muchos países democráticos han ido comprobando cómo sus aeropuertos se han convertido en una suerte de yincana que los pasajeros tienen que sortear quitándose cada vez más ropa; los carnets de identidad se han modernizado y las calles de sus grandes ciudades se han llenado de cámaras de videovigilancia.
Desde el ataque a la Gran Manzana, la Administración de Seguridad del Transporte, más conocida como TSA, por sus siglas en inglés, ha establecido muchas normas a tener en cuenta por todos los pasajeros que vuelen con destino a EEUU. Si bien la TSA no puede regular en el extranjero, sí influye en los aeródromos y aerolíneas más allá de sus fronteras, ya que para embarcar a pasajeros con destino a EEUU estos deben acatar sus normativas.
Arcos de seguridad y bolsitas transparentes
Si antes de 2006 no existían reparos en introducir líquidos en el avión, el descubrimiento en agosto de ese mismo año de los planes para atentar en Londres -en los que los terroristas pretendían introducir material explosivo líquido a bordo de los aviones- supuso la prohibición de llevar líquidos en envases superiores a 100 mililitros en el equipaje de mano, así como la obligación de llevar los envases en las ya habituales bolsas transparentes para guardar cremas, geles y cosméticos.
"Las agencias de inteligencia y seguridad públicas han redefinido su funcionamiento para orientarlo aún más a un tipo de amenaza distinta a la convencional", destaca Íñigo Arbiol
"Los arcos de seguridad y los equipos de vigilancia, etc. son los cambios más evidentes. Han provocado una incomodidad cada vez mayor y un incremento muy considerable en los presupuestos asignados para seguridad en aeropuertos, estaciones y edificios púbicos", explica el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Deusto, Íñigo Arbiol.
Sin embargo, asegura, no ha habido un cambio que se haya producido en todos los países al mismo tiempo. "Ha habido acuerdos, como el negociado con la Comisión Europea para fortalecer los mecanismos de control, como por ejemplo el traslado de datos entre agencias federales estadounidenses y las compañías aéreas de la UE", aclara.
"En los últimos diez años cada país ha trazado su propia estrategia de seguridad nacional y los consiguientes mecanismos para su ejecución. Hay países más laxos y otros más rígidos en este control, donde también entran las agencias de inteligencia y seguridad públicas, que han redefinido o readaptado su funcionamiento para orientarlo aún más a un tipo de amenaza distinta a la convencional", destaca Arbiol.
Cámaras de videovigilancia en las calles
El aumento del terrorismo ha incrementado también el número de cámaras de vigilancia en los espacios públicos. Así, las escenas cotidianas quedan registradas en cada esquina, más allá del interior de los organismos públicos, empresas y locales comerciales. Se instalan con el fin de reunir pruebas para perseguir a quienes cometen delitos, pero también con el fin de preveirlos. Sin embargo, al igual que los estrictos controles aeroportuarios, esta práctica vuelve a poner sobre la mesa el debate entre seguridad y cesión de la intimidad.
"No es necesario ser ningún experto para darse cuenta de que en términos de libertad de movimiento experimentamos un empeoramiento", afirma el académico. No obstante, agrega, también debemos pensar si sería posible trazar los movimientos de particulares o a nivel de redes del terrorismo internacional sin los mecanismos de seguridad. "Nos cueste creerlo o no, nos restan privacidad, pero nos dotan de capacidades para la lucha contra un enemigo de la libertad, que es el terrorismo, de cualquier origen o condición", concluye.