“Durante un pase de cine privado la semana pasada en el Soho, me sorprendí a mí mismo espetando un improperio de cinco letras (J****) a Bill Keller, exdirector del The New York Times. Fue un momento confuso. Que me corrija Keller, pero no recuerdo haberle insultado. Sí recuerdo en cambio haber dicho algo parecido a <<nosotros tenemos el pen-drive, vosotros tenéis la enmienda>>. Esta escena tiene lugar al inicio de la película sobre Wikileaks que DreamWorks estrenará el próximo mes, y puedo garantizar que el actor Peter Capaldi resulta muy creíble como editor de The Guardian”.
Con estas palabras comenzaba Alan Rusbridger, editor del periódico británico ‘The Guardian’, el demoledor editorial de este lunes, a raíz de la detención el pasado domingo de David Miranda, pareja del columnista de su periódico, Glenn Greenwald. En su artículo revela que hace algunos meses, altos cargos del Gobierno de David Cameron le exigieron que entregara los documentos filtrados por el exagente de Inteligencia estadounidense, Edward Snowden, llegando incluso a destruir diversos discos duros.
“El intercambio con Keller ocurrió realmente en 2010, justo después de hacernos con la primera parte de los documentos de Wikileaks”, narra Rusbridger. “Por aquel entonces yo ya sospechaba que nuestra capacidad de investigar y publicar algo sobre este material secreto se vería seriamente limitada en el Reino Unido. Estados Unidos, a pesar de todos sus problemas con la ley de medios y los soplones, al menos garantiza la libertad de prensa. Asimismo, quiero creer que ningún gobierno estadounidense trataría de ejercer censura previa contra un medio que planease publicar material susceptible de generar un gran debate público, a pesar de las complicaciones y la vergüenza que pudiera traer”, se despacha.
"Tras negarme a dejar de investigar, tuvo lugar uno de los momentos más bizarros de la larga historia de The Guardian"
"Hace un par de meses, altos cargos del Gobierno contactaron conmigo en representación del primer ministro, tras lo cual se produjeron dos reuniones en las que me exigieron que entregara o destruyera todo el material sobre el que estábamos trabajando", recuerda Rusbridger, que aunque admite que el tono de estos encuentros fue “cordial”, “existía la amenaza implícita de que miembros del Gobierno y el Parlamento estarían dispuestos a optar por un enfoque más draconiano en todo este asunto”.
Formidable aparato de vigilancia
Un mes después de las reuniones, recibió una llamada del núcleo del Gobierno advirtiéndole. “Ya os habéis divertido, ahora queremos que devolváis el material”. A esta amenaza le siguieron otras de “misteriosos miembros del Parlamento”, que no concebían que el editor del periódico quisiera seguir informando sobre este asunto. “Ya habéis generado debate, no hay necesidad de escribir nada más”.
Rusbridger preguntó si estarían dispuestos a acudir a la vía judicial en caso de no acceder a su petición, ante lo cual los funcionarios respondieron que “esa era exactamente la intención del Gobierno”. Después de rechazar esta idea y hacer un alegato a favor de la libertad de prensa, Rusbridger afirma que “entonces tuvo lugar uno de los momentos más bizarros de la larga historia de The Guardian: dos expertos en seguridad (de los servicios de Inteligencia británicos) supervisaron la destrucción de los discos duros del sótano para asegurarse de que no quedase ningún 'bit' de interés para los agentes chinos".
De ahí que Rusbridger se haya decidido a escribir un editorial tras la reciente detención injustificada de David Miranda, durante más de 9 horas en el aeropuerto, al amparo de la Ley Antiterrorista de 2000. “El Estado se está erigiendo en un formidable aparato de vigilancia y hará todo lo posible para evitar que los periodistas informemos de ello. Muchos profesionales ya han sido testigos, pero me pregunto cuántos de ellos han entendido el peligro que supone una vigilancia total. Todavía no estamos ahí, pero puede que no tardemos mucho en que sea imposible tener fuentes confidenciales", afirma.
"Aquellos colegas que denigran a Snowden o que dicen que los periodistas deberíamos confiar más en el Estado, quizá tengan un cruel despertar. Algún día, su información, su causa, serán atacadas", concluye.