El Frente Republicano ya no existe. La constatación del candidato Emmanuel Macron es prácticamente unánime en Francia, cuyos partidos, sean de izquierda o conservadores, han dejado de unirse en las segundas vueltas de las elecciones para frenar a la ultraderecha. Gracias a esta desmovilización, la aspirante de esta corriente, Marine Le Pen, está más cerca que nunca de acceder al Elíseo en el duelo de este domingo, en el que, según los sondeos, el presidente saliente guarda una ajustada ventaja.
Vistos durante décadas como enemigos de la democracia y de los derechos humanos, los movimientos ultraderechistas habían sido frecuentemente aislados en un sistema electoral como el francés, que funciona con dos vueltas, la última de ella con dos candidatos finalistas. Siempre que había un candidato de extrema derecha en la ronda final el resto de partidos daban su apoyo al rival, fuese de izquierda o conservador.
El cordón sanitario se ha desplegado en diversas elecciones francesas, llegando al paroxismo en las presidenciales de 2002, cuando millones de electores progresistas votaron "con la nariz tapada" al conservador Jacques Chirac para impedir la elección de Jean-Marie Le Pen, el furibundo político antiinmigración padre de Marine.
Sin embargo, veinte años más tarde, pocos se rasgan las vestiduras en Francia por ver a la ultraderecha en una final presidencial por tercera vez. En 2002, 1,3 millones de franceses salieron a las calles a protestar contra el patriarca de los Le Pen en una final presidencial; el pasado sábado, 23.000.
"Está claro que el Frente Republicano se ha debilitado porque muchos consideran que el propio Macron es culpable de la ascensión de la extrema derecha adoptando líneas políticas y signos propios de esa corriente", analizó en declaraciones a EFE la filósofa francesa Sandra Laugier, de la Universidad París 1 Panthéon-Sorbonne. Especialista en minorías y feminismo, puso como ejemplo las políticas del ministro del Interior, Gérald Darmanin, y de Educación, Jean-Michel Blanquer, a los que se les achaca adoptar un discurso de islamofobia. En 2002 -prosiguió la analista- era más fácil votar por Chirac, que tenía una cierta cota de simpatía, que por el presidente saliente Macron, visto por muchos como un dirigente arrogante y que desprecia a las capas más débiles de la sociedad. Para Laugier, el debate televisado del miércoles no cambiará nada, pues Le Pen, a pesar de haber guardado las formas y una aparente calma, puso encima de la mesa posturas radicales como la prohibición del velo en el espacio público o la inclusión de "la preferencia nacional" en la Constitución. "Mucha gente de izquierda acabará votando a Macron, no por adhesión sino para evitar que gane Le Pen", pronosticó. Esos 7,7 millones de electores que votaron a Jean-Luc Mélenchon en la primera vuelta del 10 de abril serán clave para dictar el ganador del domingo. Los sondeos otorgan, de momento, una ligera ventaja a Macron.
De cordón sanitario a frente anti-Macron
El término Frente Republicano lo acuñó el fundador de la revista L'Express para describir la manera en la que la mayoría de partidos se habían unido en las legislativas de 1956 contra el movimiento populista fundado por Pierre Poujade, que contaba entonces con un tal Le Pen en sus filas. En las décadas posteriores, le tocó al Frente Nacional de Le Pen, fundado en 1972, ser el objeto de ese cordón sanitario que se ha resquebrajado con el paso del tiempo. Ejemplo de ello es que en 2002, todos los candidatos de aquel pleito -excepto el de Lucha Obrera- pidieron claramente votar contra Le Pen; hoy los diez aspirantes al Elíseo que no llegaron a la segunda vuelta tienen posturas diversas, llegando algunos a pedir un frente anti-Macron.
La socialista Anne Hidalgo, el ecologista Yannick Jadot y el comunista Fabien Roussel -con menos del 5% de apoyos en la primera vuelta- apelaron a votar por Macron, como también hizo la conservadora Valérie Pécresse, aunque esta última aclaró que a título personal. El izquierdista Mélenchon, que recogió casi el 22% de los sufragios, repitió cuatro veces que ningún voto debería ir a Le Pen, pero no explicitó el respaldo a Macron, dejando así la puerta abierta para la abstención, el voto en blanco o el nulo, una postura criticada por muchos. De entre los que promovieron el voto para Le Pen como manera de castigar a Macron, destaca el ultra Éric Zemmour (7%) y el soberanista Nicolas Dupont-Aignan (2%), unas reservas de votos que ella nunca había tenido.
Antonio Torres del Cerro