En la plaza mayor de Spijkernisse, una localidad próxima a Rotterdam, Holanda es exactamente lo que uno se imagina. En el centro, una iglesia de ladrillo y alrededor casas pegadas unas a otras con grandes ventanas. Los vendedores del mercado ofrecen todo lo que se considera típicamente holandés: quesos y arenques crudos, tulipanes y tomates de invernadero. Sin embargo, el ambiente esta vez es algo diferente.
De repente, la plaza se llena de reporteros. Equipos televisivos colocan sus cámaras en posición. Una periodista de radio graba una entrevista. "¿Usted sabe que hoy viene aquí Geert Wilders?", pregunta a una mujer. No, no lo sabe. Tampoco el siguiente transeúnte entrevistado se ha enterado de nada. Geert Wilders siempre llega sin previo aviso.
Riesgo de atentado
Cuando se atreve a aparecer públicamente, Wilders se presenta por sorpresa por motivos de seguridad: el ultraderechista de la política holandesa es considerado como alguien que corre un elevado riesgo de ser blanco de un atentado. Y no solo después de que exigiera la prohición del Corán y el cierre de todas las mezquitas en Holanda. El líder populista de derechas prefiere no anunciar sus apariciones públicas. Solo la prensa siempre está al tanto.
Aad Stoutjesdijk, de 64 años, es un fan declarado de Wilders que vende en el mercado accesorios para computadoras. Levanta una pancarta en que aparece el político con su característica cabellera teñida de rubio platino y peinada para atrás. "Nederland weer van ons" (Holanda nos debe pertenecer nuevamente a nosotros) reza el eslogan de la pancarta.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Rotterdam y los alrededores fueron durante décadas un bastión de la socialdemocracia. Sin embargo, las encuestas otorgan al Partido del Trabajo (PvdA) solo entre un siete y diez por ciento de los votos en las elecciones legislativas del 15 de marzo. Wilders, en cambio, podría conseguir el 20 por ciento y convertirse con este resultado en la primera fuerza política de Holanda. Sin embargo, a principios de marzo su índice de aprobación retrocedió ligeramente.
Los barrios periféricos de Rotterdam son un feudo del Partido por la Libertad (PVV) de Wilders. El partido está integrado por un solo miembro: el propio Wilders. Sus adeptos son voluntarios, patrocinadores o miembros del grupo parlamentario del PVV. No son miembros del partido. Esto le garantiza a Wilders, de 53 años, el poder de decisión total y evita luchas entre diferentes facciones en el seno de la agrupación, como ocurre entre otras formaciones de extrema derecha.
"No somos nosotros los que debemos adaptarnos a los extranjeros sino los extranjeros a nosotros"
Wilders dice abiertamente lo que la gente piensa de verdad, afirma Stoutjesdijk. "La verdad es que nosotros vivimos aquí, en Holanda, tenemos una cultura holandesa que queremos conservar. No somos nosotros los que debemos adaptarnos a los extranjeros sino los extranjeros a nosotros". En su opinión, los partidos establecidos han capitulado: "Wilders es mi última esperanza".
Sus amigos del bar Alex Nusink, de 63 años, y Wil Offerhuis, de 61 años, están de acuerdo. "Holanda simplemente ha dejado de ser Holanda", señala Nusink, otro antiguo socialdemócrata que hoy vota por Wilders.
Algunos estudios revelan que los votantes del candidato ven con pesimismo el futuro y tienen miedo a los cambios. Muchos viven en zonas industriales deprimidas o en el campo, de donde huyen los jóvenes. Se sienten como perdedores.
Por esta razón, en los carteles propagandísticos del PVV no solo puede leerse "El islam no forma parte de Holanda", sino también "Jubilación a partir de los 65 años", "Más personal para la asistencia sanitaria" y "Los alquileres y los impuestos tienen que bajar". Los politólogos ven en esta mezcla de eslóganes derechistas y clásicas reivindicaciones izquierdistas la receta del éxito de Wilders, algo que diferencia claramente al PVV de otros muchos partidos de derecha.
"Wilders es mi última esperanza"
Desde la torre de la iglesia suena el carillón. El reloj da las 11:00. Wilders dobla la esquina, rodeado de guardaespaldas de mirada tenebrosa. Con sus 1,95 metros, supera en altura a casi toda la gente. Su cabello teñido de rubio claro brilla como metal dorado.
Holanda para los holandeses
Cuando se acerca al pelotón de periodistas, varios reporteros y equipos de televisión rompen la valla y se abalanzan sobre él. ¿Es la situación en Holanda realmente tan mala como él asegura?, le preguntan. ¿No es Holanda uno de los países más ricos del mundo? ¿No está bajando el desempleo y también la criminalidad? Wilders, sin embargo, prefiere hablar de su tema favorito: "¡Mire cómo se está islamizando el país!".
Poco a poco se va animando. Habla de la "chusma marroquí", de jóvenes ladrones que pueden actuar libremente mientras que un holandés decente tiene que pagar una multa por conducir solo diez kilómetros por encima del límite de velocidad. "Para estas personas tenemos un mensaje: el 15 de marzo, si nos dan sus votos, devolveremos Holanda a los holandeses", promete.
Tras terminar su intervención, Wilders quiere pasear por la plaza del pueblo. Un propósito difícil, ya que está rodeado de una nube de cámaras. Solo avanza paso a paso. Da apretones de mano, hace selfies e incluso recibe de una mujer un beso en la mejilla.
Wilders quiere blindar Holanda y sacar al país de la Unión Europea. Si dependiera de él, al "Brexit" de los británicos seguirá el "Nexit" de los Países Bajos. Una Holanda completamente para sí misma. ¿Podría ir bien? "Claro que sí", responde Wil Offerhuis. "Miren a Suiza".