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Budapest en 48 horas: los mil rostros de la capital húngara

Por su riqueza arquitectónica, por su oferta cultural, por la belleza del Danubio y su grieta entre la apacible Buda y la vibrante Pest, la capital de Hungría es un destino ideal para una escapada. Y más ahora que Iberia ofrece hasta seis vuelos semanales directos desde Madrid a un precio muy interesante. ¿48 horas en esta ciudad de mil rostros? Esto es lo que no te puedes perder:

  • Ninguna experiencia resulta tan mágica como la de navegar por el mítico río mientras se contempla la puesta de sol. (Flickr | CarlosJ.R - imagen con licencia CC BY-ND 2.0).

Los iconos monumentales

El Parlamento, con su majestuoso perfil sobre el río, es tal vez la imagen más reconocible de Budapest. También el Puente de las Cadenas, con la inolvidable estampa del Palacio Real a su espalda. Y sus dos templos más importantes: la Basílica de San Esteban y la Iglesia de Matías. Tampoco podemos dejar pasar la Ciudadela del Monte Gellért y, ya en el barrio judío, la mayor sinagoga de Europa. ¿Que no hay tiempo para todo? Pues habrá que subirse al tranvía nº2 y admirarlos todos en panorámica. Por algo este trayecto ha sido catalogado como el más bonito del mundo.

En tuctuc por Buda

Una nueva modalidad para devorar la ciudad es hacerlo a bordo de estos simpáticos vehículos de tres ruedas que ofrecen recorridos guiados. Rutas hay muchas, pero tal vez ninguna tan bella como la que serpentea por las colinas de Buda, agradable y acogedora como una pequeña aldea. En el Barrio del Castillo se encuentran algunos de los lugares más románticos de Budapest. Y en el Bastión de los Pescadores, tal vez las mejores vistas que se vierten sobre el Danubio.

Los famosos Balnearios

Con 123 fuentes termales en la propia ciudad, Budapest es la capital mundial de los balnearios. Sus aguas medicinales ya fueron aprovechadas por los romanos y más tarde por los turcos, que construyeron pintorescos hammanes. Los dos más representativos, sin embargo, proceden del siglo XIX y son una auténtica delicia: el encantador Gellért, famoso por el anuncio de los ‘cuerpos Danone’; y el gigantesco Széchenyi, de estilo neogótico, donde es común jugar al ajedrez en remojo, al borde de las piscinas al aire libre.

La avenida Andrássy

Tal es su impacto visual que hasta ha sido declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Seis impagables kilómetros que no sólo constituyen una suerte de Broadway húngaro (por sus teatros y pintorescos cafés) sino también el bulevar con algunos de los edificios más hermosos, como el de la Ópera Nacional. Al final de la calle, como colofón perfecto, se erige la Plaza de los Héroes, con el imponente Monumento al Milenario, y el frondoso Parque de la Ciudad, pulmón ideal para hacer deporte o simplemente dar un paseo.

Tiempo para la gastronomía

Porque merece la pena descubrir el arte culinario de esta ciudad del corazón de Europa que bebe de Oriente y Occidente. Y para ello hay que empezar por el Mercado Central, al final de la bulliciosa calle Váci, y perderse entre sus productos típicos como el salami húngaro, el delicioso foie o la paprika (pimentón dulce), omnipresente en los platos caseros. La revolución gastronómica de Budapest tiene su exponente en los bistrós clásicos, que viven un auténtico renacer, o para los más sibaritas, en los refinados restaurantes (Costes y Orix) agraciados con estrella Michelin.

El atardecer sobre el Danubio

Ninguna experiencia resulta tan mágica como la de navegar por el mítico río mientras se contempla la puesta de sol. Existen barcos que ofrecen cenas a bordo, ambientadas con música en vivo. Así, mientras el Danubio se tiñe de rojo con los últimos rayos del gran astro, se da paso al dramático espectáculo de la ciudad iluminada. El Parlamento, el Puente de las Cadenas y el perfil poderoso de Buda nunca fueron tan bellos como desde el agua y bajo las estrellas.

De copas por los ruin pubs

La noche, en Budapest, también es larga e incombustible. Especialmente en los ruin pubs, donde hierve la animación en un concepto diferente de ocio. Se trata de edificios abandonados de más de cien años de antigüedad, reconvertidos en bares de copas con una estética decadente. Paredes desconchadas, maderas raídas y un universo retro en el que todo vale como decoración: desde trastos viejos hasta bañeras que ejercen de asiento, pasando por graffitis, bicicletas que cuelgan del techo, carrocerías de coche o muebles vintage. Estos bares en ruina, donde se dan conciertos alternativos, proyecciones de cine, tertulias y performances, constituyen una escena cultural de primer orden y son, cómo no, otro gran icono de la ciudad.

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