Destinos

Los monumentos antinucleares están debajo de Berlín

El presidente ruso Vladimir Putin dijo hace poco que el arsenal militar de su país se va a ver reforzado con la puesta en servicio de unos cuarenta misiles balísticos capaces de transportar cabezas nucleares. He ahí por qué plantearse que las relaciones de Occidente con Rusia cada vez se parecen más a las de la Guerra Fría. Vuelve a acechar, por tanto, la sombra de la guerra nuclear. Para semejante catástrofe, la humanidad no está preparada, y eso que en los años de mayor tensión entre potencias capitalistas y el mundo comunista proliferaron los búnkeres antinucleares.

En Berlín, por ejemplo, más de uno puede visitarse todavía hoy. Son atracciones turísticas. Pero quienes conocen bien estas infraestructuras aseguran que, ante una catástrofe nuclear, estos lugares sólo pueden aspirar a ser un ‘placebo’ para la población. Ese término es al menos el que emplean para referirse a los búnkeres antinucleares de la capital germana en el Museo de la Historia de Berlín, en el distrito de Charlottengburg-Wilmersdorf, situado en el centro-oeste de la ciudad donde reside Angela Merkel.

La visita de dicho centro cultural se complementa con una excursión de una media hora larga a un búnker antinuclear, una siniestra salida de emergencia frente a la explosión de una bomba atómica. “Este búnker, como muchos otros, estaba ideado para sobrevivir, no para vivir”, dice una responsable de guiar a las decenas de turistas que visitan a diario las oscuras estancias del búnker situado bajo la Kurfürsterdamm, también conocida como Ku'damm y una de las avenidas más famosas de Berlín.

Desde enero de 1974 hay allí preparado un búnker para proteger en caso de catástrofe nuclear a los berlineses. A los berlineses, o a quienes sepan de la existencia del lugar, porque lo cierto es que conocer la ubicación de este tipo de infraestructuras hace tiempo que dejó de ser una cuestión prioritaria para la población de la metrópolis teutona. No en vano, la Guerra Fría terminó hace casi un cuarto de siglo. Aun así, hasta hace un par de años seguían siendo revisadas por expertos instalaciones como las del búnker que pueden visitarse pagando la entrada del Museo de la Historia de Berlín (12€ los adultos, 5€ los niños a partir de 6 años).

Con 8 semanas de preparación el lugar podría utilizarse como refugio nuclear nuevamente.

En teoría, con ocho semanas de preparación, el lugar podría utilizarse de nuevo como ‘refugio antinuclear’, términos con los que se designa oficialmente a este tipo de lugares. Sin embrago, abundan las razones para ver estos búnkeres con escepticismo. Para empezar, las instalaciones situadas bajo la Kurfürsterdamm están hechas con el objetivo de permitir la supervivencia a una catástrofe nuclear durante sólo dos semanas. Transcurrido ese periodo de tiempo, alguien ha de venir a rescatar a los supervivientes, que no disponen, entre otras muchas cosas, de trajes que protejan de la radiación posterior a toda explosión nuclear.

En este búnker de la otrora Berlín occidental, hasta 3.592 personas podían refugiarse esas dos semanas. O mejor dicho, podían hacinarse en espera de que una mejor solución llegase de fuera. Las incómodas camas metálicas que llenan el espacio de este lugar de siniestro aspecto dan buena cuenta de que, en caso ser utilizado, hombres, mujeres y niños deberían vivir literalmente unos sobre otros.

Tanta gente en un espacio de apenas unos 3.500 metros cúbicos implica, en último término, que la temperatura en el lugar sea de unos 40 grados centígrados, mientras que la humedad debiera rondar el 95%. De este modo, estamos ante un lugar propicio para el desarrollo y propagación de enfermedades, una amenaza para los ‘afortunados’ supervivientes de la catástrofe nuclear en la que no pensaron los conceptores del búnker.

Algunas consideraciones

Otras cosas sí que fueron tenidas en cuenta a la hora de diseñar y construir las instalaciones. Por ejemplo, en la entrada, todas las personas debían despojarse de su ropa y darse una ducha con la que descontaminarse. Se supone que ropa no contaminada se proveería en el interior. También hay dos cocinas de proporciones mínimas, al igual que un par de minúsculas enfermerías. Una sección con 47 camas podía utilizarse para separar a los enfermos de las personas válidas en el búnker. Los cuartos de baño carecen de espejos, para no reflejar a los usuarios las consecuencias estéticas de dos semanas de hacinamiento en circunstancias tan calamitosas. Se prescindió de espejos, al igual que de puertas con cerrojo, para evitar suicidios en el interior de las cabinas de los cuartos de baño y para evitar que fragmentos de cristal roto pudieran ser utilizados como armas.

Las reservas de agua, de 126.000 litros, están ideadas para durar dos semanas, atribuyendo un uso medio de 2,5 litros por día y por persona. Filtros hacen respirable el aire del lugar sólo dos semanas. Después de catorce días, la contaminación del exterior llega por vía respiratoria. En la muestra del Museo de la Historia de Berlín se ilustra esta limitación de las instalaciones a través de un cuarto con unas máscaras de gas no incluidas en el kit de supervivencia del búnker antinuclear. La falta de aire limpio hace que el rescate sea necesario. Para llamar al exterior en busca de socorro, el búnker está dotado de una línea fija de teléfono.

Sólo hay un puñado de instalaciones como éstas en Berlín. No hay que confundirlas con los búnkeres construidos durante los años del III Reich. Se estima que, en el mejor de los casos, apenas un 1% de la población berlinesa podría sobrevivir a una catástrofe nuclear. Lo que no queda claro, tras hacer una visita a un lugar como éste, es qué parte de ese 1% sobreviviría a las condiciones de vida en el búnker.

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