Destinos

El lujo como problema: los límites de la gastronomía

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  • (flickr | avlxyz - imagen con licencia CC BY-SA 2.0).

De todo lo que nos pasa, algo de lo peor -y de lo mejor- tiene que ver con el comer. Hace pocos días se celebró el día mundial de la alimentación que, de nuevo, nos puso en el consabido fugaz contacto con el hambre de un número demasiado catastrófico de gobernados por la inanición. Tan poderosa ella que todavía condena a muchos millones de personas a una pena de muerte sin juicio previo. Y aquí la palabra juicio puede ser entendida mejor en su acepción de racionalidad que de justicia. Porque cabe recordar, una vez más, que el planeta y las formas de obtener alimento son más que suficientes para que nadie tenga que morir ante sentinas, silos, almacenes y colmados repletos de comida.

Por el otro lado la abundancia y una suerte de superficial refinamiento se convierte en burbuja e injuria. Donde de todo sobra están además multiplicando exponencialmente la exhibición no solo de manjares cuantiosos, sino también tan refinadamente preparados para su degustación que uno se pregunta si existe la más mínima relación entre tan aireados menús, gastrónomos y chefs y las posibilidades reales del 95% de la población.

Los programas de corte gastronómico en prensa, radio y televisión se han convertido en una norma. Ahora mismo en los medios de comunicación informar sobre dónde y cómo degustar exquisiteces, carísimas, parece una obligación. Los grandes "guisanderos" -que, con todo, no superan a cualquiera de nuestras modestas madres- son mediáticos como pocos.

El lujo, como mantenía George Bataille, es de nuevo el verdadero problema de la humanidad.

Es más, la maldita competitividad se ha instalado confortablemente en programas de televisión que se han llenado de cocinas y restaurantes. El lujo, como mantenía George Bataille, es de nuevo el verdadero problema de la humanidad. Entre otros motivos porque agranda las injusticias y agravia en medio de hambrunas y de una creciente población que come limosnas. Sabemos, pues, que este modelo económico no es capaz de garantizar lo elemental ni siquiera en una de las doce potencias económicas del planeta.

En el otro lado, en el de lo mejor, sobre el que pronto volveremos, está la imparable ascensión de los cultivos ecológicos. Esos que nos proporcionan alimentos sanos y dejan incólume a la tierra y a los otros elementos básicos para la vida, entre los que debería estar el estómago de los humanos. A los que, por cierto, lo que mejor les sienta son las frutas tal como las encontramos pendientes de las ramas.

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