Siempre con el valor añadido de la cultura maya abierta a todo el mundo, Guatemala se abre al mundo con la dosis justa de comercialización y una sucesión continúa de sorpresas. Ciudades coloniales y selvas inexploradas para disfrute de los que quieren acercarse a una colección de emociones.
El verdadero corazón de Guatemala no está en su capital, la moderna Ciudad de Guatemala, que desde hace unos años es un lugar agradable en su parte antigua. El alma de este país está en ese fascinante lugar llamado Chichicastenango, donde parece que el tiempo no ha pasado desde que los mayas dominaban esta región centroamericana. Sus descendientes mantienen casi intactos los rasgos de aquellos otros mayas que encontraron los españoles a finales del siglo XV.
En los cestos de las señoras sentadas en la escalera que da acceso a la Iglesia de Santo Tomás, y en las alforjas de los granjeros que traen sus productos al mercado, se “encapsula” el alma de la población indígena. También guardan sus costumbres, tradiciones y en buena parte sus ritos, enmascarados en las formas convencionales de la religión católica. Siempre es agradable ver esta colección de personajes, callados y con ojos penetrantes; aquellos orgullosos mayas que en sus tiempos de gloria fueron brillantes matemáticos, astrónomos, y guerreros, siguen vivos en sus descendientes.
El primer trayecto del viaje es casi obligado: el altiplano guatemalteco. Parada inevitable es el Lago Atitlán, uno de los centros turísticos de Guatemala y concretamente Panajachel, un pueblo que rebosa turistas extranjeros. Esta zona del altiplano guatemalteco es una tierra dura, de volcanes dormidos, caminos de herraduras y pequeños huertos familiares. Lugares en donde han conservado bien las tradiciones de la rama quiché del pueblo maya.
La parte “chic” queda para la ciudad de Antigua. Sus hoteles, sus restaurantes y sus calles empedradas la convierten en un lugar muy especial. Su plaza sigue marcando el ritmo de la ciudad. Bares en un lado, la Catedral en otro y un continuo andar por las formas geométricas de un laberinto mágico. Las huellas del mundo colonial queda por encima de tópicos y conflictos.
Para entender el poder cromático de este país hay que tomar un autobús, si no hay prisas, para llegar hasta la otra gran región maya: la del Petén, al norte del país. El principal centro de esta selvática región es Flores, una ciudad a la que los mayas llamaron Tayasal. La ciudad se levanta sobre el lago Petén Itzá y está unida a la vecina Santa Elena por un istmo.
Esta es una zona casi para "aventureros", con Tikal como gran centro de atracción: un paraíso para los amantes de la cultura maya y también para los que practican los deportes de aventura. Volcanes, cascadas, cañones, cortados enormes, agua por todas partes. No es difícil encontrar en esta zona escenarios espectaculares para el turismo de acción.
Tikal podría usar el “reclamo” de piensa en verde. La selva lo ocupa todo, y en sólo 16 kilómetros cuadrados, reúne algunas piezas únicas del llamado Período Clásico. Este emplazamiento no era una ciudad sino un centro ceremonial a cuyo alrededor se sitúan residencias y centros administrativos unidos por los caminos mayas de piedra blanca, los sacbeobs. El color y el calor marcan su territorio.