Hubo un tiempo en que se vivió de espaldas al mar, cuando la población estaba pendiente del punto de maduración que llevaba a la uva a convertirse en pasa. Salpicados por la comarca todavía se mantienen en pie algunos riuraus, la construcción payesa fruto del esplendor que trajo el comercio de la pasa. Hoy están más pendientes del turista, si acaso también de la pesca que todavía tiene fuerte presencia en algunas localidades. Es el caso de Denia, que lleva la gamba roja hasta las mesas más cotizadas del país. El barrio de Baix a la mar todavía conserva el ambiente pesquero; casas de colores, tabernas y garajes llenos de redes y aparejos. Esta parte del Levante alberga algunos de los iconos más reconocibles por todos aquellos que se pasan once meses al año pensando en sus vacaciones.
El peñón de Ifach y Altea, con la cúpula de su iglesia, han abanderado durante muchos años la marca Costa Blanca. Pero sabio es el refranero español respecto a lo de criar la fama. La verdadera lana la cardan en la ruta de los Miradores, que parte desde Jávea y va engarzando joyas como el cabo de San Antonio, la factoría romana de salazones en Punta del Arenal, las calas Blanca, Barraca, Granadella y la nudista Ambolo, o el Cabo de la Nau y Punta Falzia, con vistas a la isla del Portitxol.
Dénia es, junto con Altea, la localidad de estampa elegante de la costa alicantina. La antigua Dianium fue creciendo al abrigo del Montgó, un macizo declarado Parque Natural en 1987 que ofrece numerosas rutas a los amantes del senderismo. También tiene un amplio surtido de playas, desde las de fina arena en Les Marines hasta la muy rocosa Les Rotes.
En el interior de la comarca nos encontramos con un conjunto de valles y pequeños pueblos de estampa rural. Son tierras cargadas de historia. En el siglo XIII, el caudillo Al Azraq, el de los ojos azules, ejerció su poder sobre toda esa zona y encabezó las sublevaciones contra Jaime I. Muy cerca del barranco del Infierno, apodado la Catedral del Senderismo, está el Valle de Laguart, formado por las localidades de Benimaurell, Fleix y Campell, esta última de las de postal perfecta. El caserío se amontona entre campos de cultivo sin quitarle el ojo al mar.
Uno de los mejores momentos para visitar esta zona de la comarca, más allá de que en cualquier mes del año apenas se acerca el turismo que tiene parcela asignada en la playa, es la primavera. La explosión de los cerezos, que han dado fama al valle de Gallinera, cubre con un tapiz de flores los campos del interior de la Marina Alta.
La carretera que va hasta el valle de Ebo ya es motivo suficiente para ponerse al volante por las vistas panorámicas que va ofreciendo hasta llegar a la cueva del Rull, una de las pocas que quedan en el Levante que aún continúa formándose.