El galgo pertenece a una raza esbelta y no demasiado grande. Es todo un atleta de la velocidad, como Usain Bolt hecho perro. Equilibrado, cariñoso y bueno con los niños pero casi siempre vinculados a unos dueños con mala fama. ¿Son todos los galgueros crueles maltratadores de animales? Si es así, ¿cómo es posible que se asocien entre ellos sin pudor?
Tras disfrutar de un par de días con galgueros “de verdad” he descubierto lo injusto de esta imagen general. Un galguero es un amante de los animales y también de la naturaleza. Es un cazador, sí, pero nada de escopetas ni mirillas. Sólo la ayuda de un perro logrará alcanzar a la presa en igualdad de condiciones. A campo abierto, donde el más rápido vence.
Diferencias
En primer lugar debemos diferenciar de raíz -y de manera definitiva- quién es un galguero y quién no. A los sádicos y asesinos de animales ya los conocemos. Cualquier búsqueda del término “galgo” en Google da como resultado terribles imágenes de masacres animales.
El galguero real es un apasionado de esta raza que vela por mantener sus cualidades. Entrena con él a diario, cuida su alimentación, le proporciona cuidados cuando se lesiona y vigila sus enfermedades. Desterremos para siempre la imagen del galguero como un siniestro señor con boina ahorcando a un perro porque no corre lo suficiente o porque se ha tronzado una pata.
En otro lugar hemos de ubicar a ese que va de galguero pero es en realidad un sádico al que le importan bastante poco los perros. Igual que con las razas llamadas peligrosas (hay que decir que siempre el único peligroso es el amo), estas personas cometen diferentes ilegalidades con apuestas, robos de animales y maltrato. Esos no son galgueros, no pueden serlo. Son otra cosa que no llamaremos aquí.
Nuevas normas legales
Para luchar contra estos últimos -y contra los robos de animales- este año ha entrado en vigor la obligatoriedad de registrar cada galgo con su huella genética. Ninguno de los perros podrá correr en ninguna competición oficial sin saber exactamente a quién pertenece.
Otro mito execrable de los galgueros es que “se pasan” con los entrenamientos. Para los familiarizados con el deporte popular, estos animales entrenan más o menos lo mismo que un aficionado a las carreras de 10 a 20 kilómetros. Esto es, 10 kilómetros al día, a un ritmo suave, 11 o 12 kilómetros por hora. Claro que los animales se pueden lesionar: detrás de una liebre, que corre a unos 60 kilómetros por hora, cualquier obstáculo puede generar una lesión.
Cuando eso ocurre los galgueros, los de verdad, lo que hacen es cederlos para compañía. Puede que no sirvan para correr detrás de las liebres, pero aún tienen mucha vida como mascota. Por suerte, la legislación nacional va acotando cada vez más la impunidad de los sádicos. Falta, como siempre, que se cumplan las leyes. Ni más ni menos.
Penas de prisión
Actualmente, el artículo 337 del Código Penal castiga con hasta un año de prisión a los que maltratan animales, sea la raza o que sea, además de imponer una pena de inhabilitación para el comercio u oficio con animales. Claro que sobra tanto del código actual -como del proyecto de código penal- la palabra “injustificadamente”, siempre interpretable.
Algo que sorprende al hablar con los galgueros es descubrir qué buscan ellos en los galgos, cuáles son las destrezas o habilidades que se valoran aparte de la indudable velocidad. Fundamentalmente, lo que interesa es que sea un pardillo. Esto requiere cierta explicación: los galgos que más puntos obtienen en las carreras no son los que cacen más y más rápido. Aunque sí se valora la velocidad y la muerte de la liebre, lo que se quiere es que no tengan mañas. Que no recorten a la liebre, que no esperen a que el otro perro canse a la presa para cazarla él… En fin, han de ser “limpios” y deportivos. Justo lo mismo que todos hemos de esperar de sus dueños.