El paisaje tiene piel, como todo lo palpitante desde el principio. De hecho no hubo vida hasta que no se logró uno de los prodigios de la historia de este planeta: la membrana. Lo recuerdo porque me parece uno de los caminos que permiten transitar hacia la comprensión del desastre que supone cada uno de los incendios forestales, tenga la extensión que tenga.
Lo que arde es la fina película de vivacidad de todos los paisajes, esa que desempeña algunas de las más cruciales funciones que conocemos. Porque se trata del lugar de los intercambios esenciales entre los elementos básicos para la vida. Pero no menos la tan frágil como eficaz barrera de contención ante muchas de las más peligrosas agresiones.
Conviene, como mínimo, tener presente que una arboleda es una imponente, eficaz, gratuita e incesante medicina frente a las cinco peores enfermedades de la biosfera y por tanto de cualquiera de sus componentes, entre los que irremisiblemente estamos. Combaten, en efecto, al calentamiento global, al desierto, a la extinción de las especies, a la sequía y al afeamiento del mundo.
Por si lo mencionado fuera poco nos queda reconocer que, de acuerdo con los mejores botánicos, los bosques nos proporcionan algo más de tres mil utilidades. Las que van de la todavía primera materia prima para la humanidad que es la madera, hasta el intangible de los mayores espacios de libertad. Desde la mayor parte de los principios activos para curar enfermedades a la mayor diversidad cultural de nuestra especie. Desde su capacidad de fijar contaminantes, metales pesados incluidos, hasta ser el lugar más hospitalario del planeta para sus creaciones vivas.... en fin que no hay logro más completo y complejo en la Tierra que sus bosques. Con la superlativa bondad de que nada hay más público, más bien común, que todos y cada uno de los árboles vivos.
Cuando tales dádivas, manifiestamente inmejorables, son convertidas en ceniza se produce otro incendio. Menudean, en efecto, los balances, denuncias, propuestas y acusaciones, de todo tipo en los medios. Sin que por ella haya menguado ese otro fuego que es la indiferencia de las mayorías y un compromiso real de nuestros poderes hacia lo más valioso con lo que contamos.
Pretendo continuar con algunos nuevos argumentos, tan recidivantes como las llamas en verano, sobre los incendios forestales. Estos que nos caracterizan más y mejor que las playas turísticas, la sangría o la paella. De momento y para culminar esta primera entrega vaya este aforismo: No conozco alarido más desgarrador que el de la ceniza, completamente quieta y callada.
Gracias y que los árboles vivos os sigan atalantando.