La Ruta Milenaria del Atún es toda una mina para el turista. No sólo se ha pensado en la pesca o en la gastronomía. Fanáticos del senderismo, de las rutas en bicicleta, del deporte de riesgo o simplemente para aquellos que desean una idílica escapada familiar y entregarse a los placeres de la comida. El atún se ha convertido en el reclamo desde tierra, para poder disfrutar de todo lo que genera en el mar. Es el atractivo de este pata negra de agua salada, que encuentra aquí el paraíso en la tierra.
Y si ello ocurre es precisamente porque no se trata de un invento reciente. La historia tiene su peaje. En Cádiz, el atún sirve para hablar de cultura, de cómo el hombre ha establecido relación con el mar desde tiempos prehistóricos hasta la actualidad. Romanos, musulmanes o cristianos, da igual el credo o raza, todos ellos coincidieron en algo esencial y situaron al cimarrón como el centro de su vida, su recurso principal y verdadero motor económico.
Todo ello se desentraña ante el visitante en un entorno privilegiado, con un paisaje de inmensa riqueza y variedad que incluye más de 80 playas y calas así como tres parques naturales de enorme diversidad ecológica. Disfrutar de la Playa de los Bateles o de la Cala del Aceite sólo se valora cuando se conoce. Su cercanía a Gibraltar hace de Cádiz un lugar estratégico para observar las migraciones, ya sea aéreas, como marinas, que desde hace años ha sido descubierto por los aficionados ingleses y holandeses al birdwatching. Más del 40% de las aves de Europa se pueden ver desde los 26 puntos de observación que tiene la ruta.
Bosques, playa y gastronomía
Si variado es el paisaje de bosques, sol y playa, aún más lo es la gastronomía, centrada en nuestro amigo acuático y articulada en torno varias rutas culinarias con restaurantes y actividades que ofrecen al atún rojo en todas sus variedades. Se trata, no obstante, del último y más ansiado paso. No se trata sólo de comer, sino de saber qué se come, razón por la que la famosa ruta incluye también sus centros de pesca y los de ronqueo o despiece. Evidentemente, lo mejor llega cuando nos sentamos frente al plato. Una cata de atún y con la valoración de sus distintas partes es uno de los grandes lujos en la zona.
En esta lucha por la recuperación de sabores, no podía faltar el famoso garum, que posiblemente fuese muy disitinto a lo que ahora nos venden como tal. Pero bueno, los sucedáneos también tienen su momento. Una salsa de pescado salada considerada por la alta sociedad romana como un afrodisiaco sirve para adornar una serie de recetas que han convertido su principal materia prima el atún rojo.
Hay que integrarse en la forma de vida de estos pueblos, que no renuncian a muchas de sus tradiciones.
En Conil de la Frontera podemos podemos disfrutar de salvajes atardeceres desde los caminos que llevan a su faro, pero puede ser más interesante conocer de primera mano cómo se pesca el atún rojo. La ruta de la almadraba toma su nombre de la propia técnica de pesca, consistente en un laberinto de redes que atrapan al pez que sustenta el modo de vida del pueblo. Las fotos de la pesca ya nos pueden poner en antecedentes de lo vamos a ver.
Y por supuesto hay que integrarse en la forma de vida de estos pueblos, que no renuncian muchas de sus tradiciones a pesar de las escuelas de kite surf o las noches locas de la Playa del Palmar. Su origen fenicio y el urbanismo laberíntico del pueblo justifican la visita en cualquier época del año. Tarifa es tan atractivo como las dunas de Bolonia o la cala de Roche, engalanada con una bandera azul, acaba de rematar esta perfecta unión entre mar y tierra.
Barbate y Zahara de los atunes son otro paraíso de dunas, salinas y playas, cuyas torres vigías -destinadas a controlar tanto la llegada de piratas como las propias almadrabas- ejercen de puntos álgidos en la oferta cultural del lugar. Sus lonjas pesqueras no tienen parangón, como no lo tiene la mixtura cultural de Tarifa, un enclave bisagra entre dos culturas, la musulmana y la cristiana, de cuyas ruinas se ha erigido la ruta Taifa, que complementa con una buena dosis de historia las emociones fuertes que deparan sus playas.
Y a pesar de los destrozos arquitectónicos, hay que acercarse hasta la Línea de la Concepción, con ese aire militar, un tanto anacrónico. . Se construyó en el siglo XVIII a modo de defensa contra los franceses, y sus calles rectas y alineadas parecen fruto de un ADN diferente. Su clima, igualmente perfecto, con casi 14 kilómetros de playas en la confluencia del Mediterráneo y el Atlántico, si es que tenemos tiempo para descansar tras la exaltación de la tapa que nos espera en sus travesías. ¡Casi ná!