Svalbard es la frontera real de la vieja Europa. Los territorios más septentrionales de Noruega han generado un nuevo tipo de viaje que resulta difícil de esquivar. El lema turístico “Ice is Nice” es una declaración de intenciones. Las Svalbard tienen fama de ser uno de los lugares más inhóspitos del planeta. No es para menos, ya que estamos muy al norte, a unos 1.300 kilómetros del Polo. Aquí, la mayoría de la vida que hay se reduce al blanco, al color del hielo que forman los glaciares que cubren dos tercios del territorio de estas islas. En cifras, son unos 63.000 kilómetros cuadrados.
Viajar a las Svalbard es toda una aventura. Uno de esos viajes que unos califican de locura y otros de maravilla. Es, en cualquier caso, una experiencia inolvidable. Al bajarnos del avión y andar por Longyearbyen, apreciamos que no estamos en una ciudad cualquiera. La identifican sus casas de colores, donde viven los poco más de 2.000 habitantes que hay.
Un americano llamado Longyear fue quien fundó, a principios del siglo XX, esta ciudad, la más acogedora de Svalbard. Un lugar con una arquitectura muy peculiar, con sus característicos museos y galerías. Hasta tiene universidad, con 200 estudiantes, pero que no deja de ser universidad. No es difícil apreciar que es otra forma de vida. Una ciudad sin coches y con más motos de nieve que habitantes.
Las montañas y las aguas del Isfjorden rodean a esta peculiar ciudad, asentada en el centro de la isla de Spitsbergen, la única habitada de las Svalbard. Junto a Longyearbyen, hay otros cuatro asentamientos: dos noruegos y dos rusos. Ny Alesund y Sveagruva apenas si tienen 20 noruegos cada una, aunque Barentsburg y Pyramiden alcanzan los 800 habitantes rusos.
No deja de sorprender que en la vasta extensión de los 63.000 kilómetros cuadrados que ocupan las Svalbard únicamente vivan 4.000 personas. La naturaleza nos muestra su cara más salvaje y agreste en este archipiélago que fue descubierto por marineros islandeses en el siglo XII. Desde entonces, no dejaron de pasar por estas latitudes algunos aventureros y exploradores, pero fue en 1899 cuando ocurrió un hecho capital. Fue entonces cuando se descubrieron unas ricas minas de carbón que atrajeron la atención de muchos países. Sin embargo, en 1920 se firmó un tratado de soberanía noruega, aunque los países que explotaban minas podían seguir haciéndolo.
Dejando a un lado la historia, lo cierto es que estamos en la nada, en un territorio casi deshabitado, pero de subyugante belleza natural. Poco importa que los inviernos sean oscuros, sin que se vea un rayo de luz solar y las temperaturas puedan llegar a los 50 grados bajo cero. Ya es primavera en Svalbard.