Laura Escanes, Marta Pombo, Dulceida, Tamara Gorro. Son nombres conocidos y tienen algo en común: encabezan la lista de influencers y personajes públicos que han dejado de forma temporal o definitiva las redes sociales. Una lista en la que no están solas, ya que otros muchos perfiles menos conocidos están siguiendo esta tendencia. La exposición extrema y el odio desmedido son las principales causas para que estos perfiles abandonen su principal fuente de ingresos con tal de obtener cierta paz mental.
Los haters machacan sin descanso a los perfiles más públicos. Gorda, racista, fea, anoréxica, granuda,... el abanico de posibilidades es casi infinito con tal de minar el amor propio y la seguridad de estas influencers. Casi siempre desde el anonimato, critican cada movimiento o gesto que hacen, hasta el punto de organizarse para boicotear a una marca que colabore con una de ellas en concreto. Incluso han llegado a echar por tierra negocios online o desvelar datos personales.
En el foro Cotilleando se publican toda clase de datos personales e insultos para tratar de hundir a influencers y personajes públicos. En algunos casos, logran minar su salud mental
El eje de este mal endémico tiene como principal foco el foro Cotilleando, una web donde puedes leer insultos y faltas de respeto hacia cualquier personaje público. Un depósito de lo peor que lleva dentro cada ser humano. En este lugar, los foreros se encargan de destapar toda clase de datos personales sobre los influencers con tal de minar su fortaleza. Un acoso y derribo constante que les ha llevado a compartir públicamente donde viven, a qué se dedican sus parejas o el lugar donde trabajan sus padres.
"A nadie le educan para que cientos de personas te machaquen", cuenta Vik Guirao (84.000 seguidores), que aunque sigue haciendo labores como influencer, decidió llevarlo a un segundo plano precisamente por el machaque constante que recibía. "Yo tengo otros trabajos y por eso he podido abandonarlo de forma parcial, aunque lo hice cuando era mi principal fuente de ingresos. Lo hice porque mostraron donde trabajan mis padres y para mí, la familia no se toca", afirma.
Rebeca Terán (205.000 seguidores) no lo ha dejado, pero estuvo a punto de hacerlo. "Durante el confinamiento adelgacé y me empezaron a llamar anoréxica y que promovía tener problemas alimenticios. No quise ser referente de eso y estuve cerca de marcharme".
"Han hecho rankings de bebés feos, han puesto fotos de parejas y familiares y hasta se han puesto de acuerdo para boicotear un negocio online con malas reseñas. No sé cómo encuentran la información, pero superan todos los límites"
Ella también ha sufrido el acoso de los 'haters' de las redes, que incluso la han llegado a llamar racista. "Soy medio chilena y mi hermana ha salido a esa parte de la familia. Cuando subí una foto con ella diciendo <<mira quién ha sacado los genes chilenos>> se me echaron encima, diciendo que odiaba a los extranjeros... ¿Cómo voy a ser racista con los chilenos si la mitad de mi familia lo es?"
Como podéis observar, cualquier excusa es buena para lanzar un buen ataque. El objetivo es destruir a la persona, por lo civil o lo criminal. "Han hecho rankings de bebés feos, han puesto fotos de parejas y familiares y hasta se han puesto de acuerdo para boicotear un negocio online poniendo malas reseñas en Google. No sé cómo encuentran la información, pero superan todos los límites", afirma Guirao.
Alessa Berry (34.000 seguidores) también sabe lo que es una confabulación contra ella. Aunque los odiadores siempre muestran su presencia, ella destaca un momento en el que lo pasó especialmente mal. Una marca subió un vídeo sobre maquillaje con ella y las haters se dedicaron a ponerla a caldo en masa. "Cientos de personas se metieron con mis granos y con mis dientes, lo que hizo que estuviera mal unos cuantos días. Te generan un alto grado de inseguridad", relata.
En varias ocasiones se ha intentado cerrar Cotilleando, que es el punto de reunión de estos 'haters' profesionales. Han llegado a cerrar la página durante varias horas, pero registran el dominio en otro país, lo que dificulta cerrarla definitivamente pese a que infringe de forma flagrante la Ley Oficial de Protección de Datos, ya que permite que sus usuarios muestren detalles muy personales de la vida privada de personajes públicos.
El psicólogo como herramienta fundamental
Toda esa exposición constante hace que las críticas sean difíciles de llevar. "Hay críticas constructivas que te ayudan a mejorar el contenido, pero las destructivas son muy dañinas, especialmente los días en los que no estás tan fuerte. Logran hundirte hasta el punto de hacerte llorar", afirma Alessa a Vozpópuli. De ahí nace la necesidad de acudir al psicólogo, algo que cada vez está más normalizada en nuestros días. "Al final sigues siendo una persona, esto es un trabajo y no te puede costar la salud mental y la vida".
"En el psicólogo trabajamos la seguridad en uno mismo, ya que recibimos información constante del exterior sobre nuestro físico o nuestro estado mental", afirma Rebeca Terán. "El objetivo es que los comentarios no nos afecten de ninguna forma", aunque reconoce que en muchas ocasiones es difícil. En el caso de Vik Guirao, no llegó a acudir al psicólogo por el odio de las redes sociales, "aunque motivos tenía para hacerlo", reconoce. "Te planteas incluso dejarlo cuando ves peligrar tu salud mental, que la valoro más que lo material", afirma Terán.
"Hay críticas constructivas que te ayudan a mejorar el contenido, pero las destructivas son muy dañinas, especialmente los días en los que no estás tan fuerte. Logran hundirte hasta el punto de hacerte llorar"
Sobre la solución para descender los niveles de odio hacia las influencers, las tres coinciden en que no hay solución. Se trata de "educar en el respeto a las próximas generaciones", afirma Alessa Berry, aunque lo ve difícil debido al anonimato del que se benefician estos odiadores profesionales.
En el caso de Alessa, dentro de su contenido habla sobre salud mental. "Al final ese odio que recibo queda compensado cuando me dicen que les he ayudado a superar algún tema", nos cuenta. Ese mismo punto de vista lo defiende Rebeca, cuya comunidad, en su gran mayoría, disfruta del contenido que realiza.
La cara B del influencer: "No podemos parar nunca"
La psicología también es importante para un trabajo tan esclavo como lo son las redes sociales. "Grandes cuentas como María Pombo pueden darse el lujo de desconectar un mes, porque no les va a afectar demasiado al ser ya considerados personajes públicos, pero el resto no podemos parar nunca". Los algoritmos de Instagram exigen, para tener notoriedad, subir contenido de forma constante. Parar supone menos visualizaciones, interacciones y 'likes', lo que se traduce en un descenso de los ingresos económicos.
Esta parte es la menos conocida entre las influencers. "Me paso el día pensando en qué contenido crear para mis seguidores, sin descanso, ya que ni mucho menos todo es publicidad sobre marcas", afirma Rebe Terán. Cuenta a Vozpópuli que el trabajo de influencer es de lunes a domingo y no existen las vacaciones: "Si me voy de viaje, estoy pensando en qué grabar o contar para los distintos canales en los que trabajo".
Esto es algo que también piensa Alessa Berry: "Es un trabajo de mucha responsabilidad y conlleva un fuerte desgaste". Supone "no desconectar nunca, ya que las cuentas pequeñas no podemos permitirnos el lujo de desaparecer un mes". El trabajo es constante y crear contenidos creativos cada vez requiere de más ingenio. Los influencers son autónomos y como dice Vik Guirao, "ganamos por lo que generamos", por lo que si desciende la producción, los ingresos también.
Al final, lo que se ve en redes es el resultado de un trabajo que lleva horas de edición tanto fotográfica como de vídeo, así como pensar qué se va a mostrar o formarse sobre el producto que se va a enseñar. Eso es algo que no se ve. De ahí el ya famoso cliché de "les pagan un dineral por subir cuatro fotos" cuando detrás de eso hay vocación, mucho esfuerzo y una fuerte exposición de la vida privada que en muchos casos les cuesta, al menos una parte, de su salud mental.