Carles Puigdemont es un punching ball en manos de cualquier entrevistador mordaz. El presidente de la Generalitat no está cómodo en los encuentros con periodistas porque carece de fondo de argumental. Es el perro de paja del 'procés', el elegido para comandar el Govern en el momento del choque de trenes. Los resultados del 27-S no fueron buenos, hubo que acercarse a la CUP para poder gobernar y Puigdemont, simplemente, pasaba por allí. Es ese señor de Gerona que llegó al poder de rebote. En la entrevista que ha concedido a Jordi Évole este domingo ha estado inseguro y contradictorio. Inconscientemente, ha reconocido que no tiene la legitimidad suficiente para abanderar la ruptura con España. Principalmente, porque gobierna respaldado por menos del 50% de los sufragios de las pasadas elecciones autonómicas y porque la mayoría de 72 votos con la que aprobó las leyes de Referéndum y Ruptura no sería suficiente ni siquiera para nombrar al director de TV-3.
En la memoria de los espectadores de la televisión pública catalana permanecerá ese sucedáneo de Tengo una pregunta para usted (Jo Pregunto) que retransmitió hace unos meses este medio de comunicación. En el centro del plató, estaba Carles Puigdemont y, a los lados, una docena de ciudadanos elegidos al azar para preguntar al presidente de la Generalitat sobre los temas más relevantes del momento. Aquello terminó en tragedia, con Puigdemont contra las cuerdas, incapaz de neutralizar los golpes que recibía por parte de los entrevistadores. No tardaron mucho tiempo en aflorar las voces del PdeCat que acusaban a sus rivales de ERC de haber preparado una encerrona a su líder. Los defensores 'procés' siempre prefiere hablar de conspiración que de autocrítica.
Este domingo ha sucedido algo similar. A un lado de la mesa, estaba Évole, que se encuentra dentro del grupo de los 'equidistantes'. Es decir, de los que no están ni con unos ni con otros. Los que, por la razón que sea, no se quieren posicionar. Una actitud que quizá explique su falta de colmillo con el presidente.
Es cierto que le ha puesto en apuros a la hora de preguntarle acerca de las últimas elecciones autonómicas, que los independentistas plantearon como un plebiscito hasta que cayeron en la cuenta de que no recibieron ni siquiera la mitad de los apoyos. También le ha hecho sudar al pedirle su opinión sobre unas declaraciones de Carmen Forcadell en las que la presidenta del Parlament aseguraba que los votantes del PP y de Ciudadanos no forman parte del verdadero pueblo catalán. O al recordarle que, en 2014, se posicionó en contra de que se celebrara un referéndum en el Kurdistán, oponiéndose al derecho de autodeterminación que reclama para los catalanes.
Espanya ens roba
Pero Évole ha pasado de largo sobre algunos temas clave. Ha dedicado un tiempo excesivo al referéndum y ha rehusado preguntar sobre la burda instrumentalización de los atentados de Barcelona por parte de la Generalitat. O por los delitos que las autoridades catalanas han llamado a cometer a la ciudadanía para defender su supuesto derecho a decidir. Tampoco ha tocado la clave de bóveda del proceso soberanista, el 'Espany ens roba'. Ese eslogan falaz que atrajo hacia el independentismo a los débiles, a los desinformados y a los que entonces padecían los más duros rigores de la crisis y se aferraron al clavo ardiendo.
Puigdemont ha vuelto a demostrar -en la entrevista- que en el nacionalismo “endófobo” catalán -como lo definía esta semana la publicación progresista francesa Libération- es puro artificio. Su cogollo está protegido por una densa capa de insidias, a cada cual más disparatada y más fácil de desmontar. Puigdemont es su máximo representante institucional y en sus comparecencias públicas es preso de estos argumentos de cartón-piedra. Por eso se puede decir que Évole no ha querido entrar a matar.
Este domingo ha comparecido como un político falto de carisma que ni siquiera tiene la habilidad de despistar al entrevistador con circunloquios. El president escucha con gesto de preocupación y responde con inseguridad. Y renuncia a la autocrítica. Todo es culpa del contrario. El infierno son los otros. Madrid, Rajoy, España.
Puigdemont es alguien que ha pagado dinero de su bolsillo para pagar la fianza de Artur Mas. Está entregado a una causa política que ha transformado en un dogma de fe. Importa más la creencia que la razón. “Lo hicimos así (aprobar las leyes de Referéndum y Ruptura) porque era el único camino”. Así lo creíamos. No hay más.
Le preguntó Évole si no tiene miedo a pagar las consecuencias de su supuesta sedición y respondió así: “No me gustaría ser detenido, pero si tiene que pasar haremos frente a cualquier situación". El periodista también se interesó por la secesión y Puigdemont contestó así: "No está encima de la mesa hacer una declaración unilateral de independencia si no se puede hacer un referéndum, pero seguramente alguien lo va a proponer y lo vamos a debatir".
Para rematar, le ha preguntado acerca de su desobediencia: “Yo no estoy desobedeciendo. Estoy obedeciendo al Parlament de Cataluña”.
Define Eduardo Mendoza a esta comunidad autónoma en La Ciudad de los Prodigios como una tierra “clara y jovial” por la que han pasado fenicios, griegos, layetanos, romanos, moros o franceses. Como un lugar próspero que en sus zonas agrestes peca de cerrazón, pero en sus ciudades es cosmopolita. En comparecencias como la que ha protagonizado este domingo su presidente, Carles Puigdemont, queda claro que ese patrimonio cultural y sociológico está actualmente en riesgo, puesto que hay unos líderes que consideran que su doctrina es irrefutable y pretenden que Cataluña se recluya en sí misma. Que renuncie a sus verdaderas señas de identidad.
“Retirarse y rendirse sería acabar mal”, ha dicho. No contempla otro camino. Pues eso.