En la pintoresca Reconquista que planteó Santiago Abascal para 'liberar' a España de la "dictadura progre", hubo algo que no salió como esperaba. Lo reconoció este lunes en el programa Espejo Público, cuando afirmó que habían minusvalorado "la gran capacidad de distorsión" de la realidad de los medios de comunicación. En otras palabras, dejó entrever que la estrategia consistente en posicionarse a la contra de las principales televisiones, radios y diarios del país para centrarse en las redes sociales y en un par de digitales amigos y minoritarios no ha funcionado como esperaba. "Tenemos que hacer una reflexión sobre quién conforma la opinión pública en España", confesó a Susanna Griso.
El discurso de Vox ha calado en una parte nada desdeñable de la población -2,67 millones de apoyos en las urnas-, pero también ha causado preocupación en una cantidad significativa de votantes de izquierda, que se han movilizado ante el temor a la derecha radical, cuyos postulados han sido convenientemente hiperbolizados por la prensa progresista. No es lo mismo recibir el mensaje de que se deben extremar los controles sobre la inmigración ilegal que difundir la idea de que un partido es xenófobo. Del mismo modo, no es igual transmitir que un partido reivindica el derecho a la defensa propia que decir que su intención es llenar España de pistoleros.
Abascal quizá obvió que el temor es el más poderoso de los sentimientos y que, “para quien tiene miedo, todo son ruidos”, como escribió Sófocles. Por eso, sus portavoces han aparecido con cuentagotas en los grandes medios del país y no han podido responder a los diversos ataques que les acusaban de ser la reencarnación de la ultraderecha. La que gobernó el país durante cuatro décadas y a la que se atribuyen más de 50 asesinatos terroristas durante el Tardofranquismo. Es obvio que la prensa ha perdido una parte de su credibilidad y que la aparición de internet le ha arrebatado el monopolio de la información. Pero pensar que sus campañas pueden ser neutralizadas exclusivamente a través de las redes sociales y medios de alcance minoritario -como Intereconomía- es un error, pues las televisiones tienen todavía una influencia decisiva.
Es obvio que la prensa ha perdido una parte de su credibilidad y que la aparición de internet le ha arrebatado el monopolio de la información. Pero pensar que sus campañas pueden ser neutralizadas exclusivamente a través de las redes sociales y medios de alcance minoritario es un error.
Todo hay que decirlo: tampoco ayudan a desterrar el miedo de una parte del electorado hacia el partido bravuconadas como la que lanzó Iván Espinosa de los Monteros durante la campaña, cuando dijo: “Lo que vamos a disfrutar el domingo con los progres”. Mucho menos tuits como el que publicó la cuenta oficial del partido el día de los comicios, en el que aparecían junto a un muro los símbolos del feminismo, el comunismo, La Sexta, la Cadena SER y El País, y estaban acompañados por la frase: “Comienza la batalla”. Esa estrategia moviliza a un menor número de simpatizantes que de detractores, como se demostró el domingo, cuando entre el PSOE y Podemos (y su rama catalana) obtuvieron 11,4 millones de votos, frente a los 9,5 de junio de 2016. Mientras, Vox atrajo 2,6 millones de los 11 que apoyaron a los partidos de derecha y centro-derecha. Una cantidad, por cierto, prácticamente idéntica a la de hace tres años.
El discurso incorrecto
El principal mérito de este partido es haber sabido canalizar el evidente malestar de una parte de la población que cree en la unidad de España y que está cansada del discurso políticamente correcto sobre temas que se encuentran a pie de calle, como la inmigración o la ideología de género. Esto le ha servido para conseguir un grupo parlamentario, pero habrá que ver si su techo electoral es mucho más alto que el que logró el pasado domingo, dado que su discurso resulta difícil de digerir para el votante de centro-derecha moderada, es decir, el más próximo a Ciudadanos y el mayoritario dentro de la derecha.
La radicalidad de Vox -y sus dejes castrenses, beatos y revanchistas- le ha venido de perlas a los intrépidos estrategas de Ferraz, que, ayudados de los medios afines, han utilizado este factor para fragmentar la derecha y ganar las elecciones. Los Iván Redondo de turno pueden anotarse un tanto en esta batalla, pero quizá no deban dar la guerra por ganada.
a radicalidad de Vox -y sus dejes castrenses, beatos y revanchistas- le ha venido de perlas a los intrépidos estrategas de Ferraz, que, ayudados de los medios afines, han utilizado este factor para fragmentar la derecha.
Cabe recordar que un viejo zorro, como Mitterrand, también optó por dividir a la derecha con un cambio de la ley electoral que propició el crecimiento del Frente Nacional. Eso le permitió neutralizar en un primer momento la amenaza de Chirac. El problema vino cuando Marine sustituyó a Jean-Marie al frente del FN y redefinió la ideología del partido, que comenzó a venderse como la fuerza que debían apoyar “los perdedores” y los desheredados, lo que atrajo a una importante masa de votantes obreros y, a la larga, resultó perjudicial para la izquierda, cuyos votantes estaban hastiados con la socialdemocracia debido a su mala gestión de la crisis económica y de los problemas del hombre corriente.
Quizá Vox modere su discurso o le añada unas gotas de populismo para intentar convertirse en la fuerza de derechas hegemónica. O quizá sus portavoces se prodiguen más por las grandes televisiones a partir de ahora y los Rocío Monasterio, Espinosa de los Monteros u Ortega-Smith se conviertan en tertulianos habituales. Esto beneficiaría a ambas partes, pues una obtendrá un potente altavoz y, la otra, una buena cuota de audiencia, pues ya se sabe que las posturas extremistas atraen tanto a los detractores casi tanto como a los defensores. En cualquier caso, con el surgimiento de Vox se produce un fenómeno mediático llamativo, como es el hecho de que una fuerza con 2,5 millones de votos en las urnas no tenga de su lado a ningún medio de comunicación de gran alcance.
Con estos bueyes tendrán que arar Abascal y compañía, quienes el pasado domingo celebraban su entrada en el Parlamento con 24 diputados, pero quienes obtuvieron un resultado bastante menor al que esperaban, como se apreciaba al observar las caras de decepción de sus prosélitos el pasado domingo, en la plaza madrileña dedicada a Margaret Thatchet. Tendrán tiempo de analizar los errores estratégicos que han cometido. Entre ellos, el de ir demasiado a la contra y situarse en el peligroso terreno de los excéntricos en más de una ocasión. También el de minusvalorar la potencia de la armada mediática española. Por cierto, al igual que hizo Mariano Rajoy tras el surgimiento de Podemos, cuando, entre defenderse y esconderse, optó por lo segundo. Y fue un error.