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Cristina de Borbón, la trabajadora que nunca pisó la cola del INEM

La infanta Cristina se sentó el pasado sábado 8 de febrero ante el juez Castro para relatarle su versión del Caso Nóos. La hija del Rey trató de dar respuesta, por ejemplo, a si realmente obtuvo un beneficio personal de las actividades ilícitas de su marido, algo que no deja de sorprender teniendo en cuenta que no necesitaba ingresos extra, pues durante toda su vida ha percibido cantidades considerables gracias a su trabajo, empleo que por cierto no le ha faltado nunca. De hecho, la duquesa de Palma no sabe lo que es ir a sellar a la oficina del paro cada tres meses. No conoce los portales de empleo que cada día visitan millones de españoles en busca de una oportunidad laboral.

  • Cristina de Borbón, a la entrada de los juzgados de Palma de Mallorca (Gtresonline).

Ni siquiera los momentos más relevantes del Caso Nóos han hecho peligrar su trabajo: la imputación de su marido, la marcha de la familia a Washington, su primera imputación y posterior desimputación, el traslado a Ginebra o la definitiva citación a declarar por parte del juez instructor: las situaciones que a cualquier otro trabajador habrían hecho temer por su puesto, en el caso de Cristina han sido pasadas por alto.

Desde el inicio de su carrera profesional, Cristina siempre ha encontrado su hueco en el mercado laboral. Tras perfeccionar sus conocimientos de inglés, francés y griego en el Helenic College de Londres, se licenció en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid en el año 1989 -es la primera mujer de la Casa Real que obtenía un título universitario superior-, y decide realizar un Master en Relaciones Internacionales en la Universidad de Nueva York. Ya en 1991 inicia un período de prácticas en un puesto honorífico en la sede de la Unesco en París.            

Un año después se traslada a Barcelona. Allí continúa vinculada a la Unesco, trabajando en las oficinas de Barcelona junto al presidente de la Comisión Española de Cooperación, Luis Ramallo, alguien que ayudará a la infanta Cristina en sucesivos empleos. Pero no sólo eso, la duquesa de Palma también es designada presidenta de honor de la Comisión española de la Unesco.

Cargos honoríficos

No es el único cargo honorífico que posee la hija del rey. En 2001 es nombrada embajadora de Buena Voluntado de las Naciones Unidas para la II Asamblea Mundial del Envejecimiento. Según la Casa Real, también es miembro vitalicio del Patronato de la Fundación Dalí desde 1998, presidenta de la Fundación Internacional de Vela para Discapacitados y presidenta de honor de la Fundación ANAR (de Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo).

Además de su colaboración con la Unesco, el 8 de octubre de 1993 La Caixa le hizo un hueco en sus oficinas. Al principio se encargaba de organizar exposiciones en el departamento de programas culturales de la fundación, como adjunta de Luis Ramallo. Cinco años después pasó a coordinar los programas de cooperación internacional para el Tercer Mundo en la misma Fundación.

Ascenso fulgurante

Su ascenso dentro de La Caixa fue fulgurante. En 2005 fue nombrada directora del área social, para centrarse especialmente en programas de mayores, voluntariado y cooperación internacional. Aquí permanece hasta 2009, año en el que ella y su marido, con la connivencia de la Casa Real, deciden marcharse a Washington en plena investigación del Caso Nóos. Oficialmente, la infanta Cristina continúa trabajando para la Fundación La Caixa en Washington y ocupando el mismo cargo que en la Ciudad Condal. No sólo conserva su empleo en Estados Unidos, sino también su sueldo, del que mucho se ha hablado y que por aquel entonces oscilaba en torno a los 250.000 euros.

De vuelta a España su situación laboral no sufrió cambio alguno. Hasta 2013 ha venido desempeñando la misma labor. Pero después del verano, la infanta Cristina se muda con sus cuatro hijos a Ginebra, para huir de la presión mediática originada con el Caso Nóos. A falta de un trabajo, aquí tiene dos: coordinar los proyectos que la Fundación La Caixa tiene con varias agencias de la ONU y trabajar en los programas de ayuda que la Fundación Aga Khan lleva a cabo en países en vías de desarrollo. Por estos dos empleos se embolsa la nada desdeñable cifra de 600.000 euros.

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