¿Nunca han imaginado de qué hablarían los periódicos y las revistas de no existir la Familia Real? ¿Tendría un Jefe de Estado elegido democráticamente el mismo tirón que la herencia sanguínea de los Borbones? Cada pequeño detalle que rodea a los monarcas -sobre todo a la reina- se convierte en un escándalo de proporciones inimaginables.
Echen la vista atrás unos pocos meses y recordarán el debate encarnizado por el corte de pelo de la reina, asunto que llenó especiales y se convirtió en un punto de análisis sobre el estado actual de la monarquía. Y así con cada movimiento. Si repite vestido, si no repite, si apuesta por un diseñador español, si no lo hace, si quiere tener agenda, si no quiere, si trabaja todos los días, si descansa en fin de semana. Entenderán que así es difícil trabajar. Sobre todo cuando parece que lo que menos interesa es tu trabajo.
El papel institucional de la reina ha quedado al margen frente a su vida privada.
Poco se habla del papel institucional de la reina -una figura que, por otra parte, debería estar mucho más regulada y explotada, contando que la sociedad ha cambiado mucho y que su sueldo forma parte del presupuesto del Estado-. Muy poco nos preocupa que alguien a quien no hemos elegido los españoles consiga mantener un nivel dialéctico más elevado -y menos vergonzoso- que los que sí hemos puesto ahí con nuestros votos -“it's very difficult todo esto” como mero ejemplo-. Esto, evidentemente, no dice nada de los 'Jefes del Estado', pues entra en sus funciones, pero sí dice muy poco de los encargados de la gestión del país, y también de los ciudadanos, que parecemos más preocupados en saber si el 'bob' de la reina es falso o no a poder escuchar de forma íntegra los discursos que da en las conferencias internacionales. Discursos que, por otra parte, no suelen ni aparecer en los telediarios.
De la reina solo nos preocupa su vertiente más personal. Queremos saber por qué está tan delgada, cuánto ha gastado en bótox, qué piensa hacer con las niñas en vacaciones y si va a volver a quedar con sus amigas para ir a tomarse algo a algún céntrico local de Madrid. Nos molesta, y mucho, que quiera tener un horario laboral, que pretenda ser reina durante las horas que le corresponda y simplemente Letizia el resto del día. Y esto estaría muy bien si, primero, se lo exigiésemos a cualquier alto cargo del Estado financiado con dinero público y, segundo, si hubiese incumplido cualquiera de los cometidos que se le hubiesen asignado o si no los hubiese realizado con la diligencia debida.
Si trabaja bien, ¿qué más tenemos que decir? ¿Por qué cuestionamos que quiera mantener una vida familiar discreta fuera de sus apariciones públicas? De los frecuentes viajes a Londres de la reina Sofía poco se nos informaba y parecía que a nadie le terminaba de molestar. Si tanto nos preocupa la vida familiar de la reina, ¿por qué no le pedimos lo mismo al Presidente del Gobierno?
Queremos saber a pesar del resultado
Queremos del rey y la reina actuales una imagen como la que se nos ha ofrecido del rey y la reina eméritos durante sus años de reinado, por mucho que el resultado final haya sido desastroso. Queremos -o eso parece- pensar que una pareja joven no puede tener vidas separadas -mucho se persigue a la reina para ver a dónde va y muy poco al rey, que en algún sitio debe estar también-, como si ir a un concierto fuese un crimen, como si quedar con unos amigos fuese un disparate.
Debe ser que hemos aprendido poco del tratamiento que se le ha dado a la monarquía hasta el escándalo de Corinna y la imputación de la infanta. ¿Y si en lugar de tratarles como a semidioses lo hacemos como funcionarios públicos que deben tener responsabilidades y obligaciones al nivel de sus innumerables ventajas? En el fondo, tan poco nos importa dónde vayan los reyes de vacaciones como saber que Rajoy ha estado bañándose en un río. Hablemos de su trabajo, será mucho más interesante. Y abramos el melón de la monarquía y república, que tampoco pasaría nada.
Si ha cometido algún error imperdonable la actual reina Letizia ese ha sido la imagen que ha mostrado durante su integración en la Familia Real. Mientras que aquella pedida de mano, donde vimos que era una mujer con carácter e iniciativa, nos abrió la esperanza a un nuevo papel dentro de la monarquía, su 'desaparición' fomentada por los asesores de la Casa del rey y su nerviosismo por ser absolutamente perfecta causó el efecto contrario.
Letizia cayó mal. Ni supimos, ni quisimos entenderla. Ahora, con el paso del tiempo y el conocimiento que tenemos sobre el funcionamiento de la Familia Real capitaneada por Juan Carlos I, tampoco nos parece tan extraño que la hostilidad generalizada a su alrededor acabara por generarle una coraza de la que le ha costado mucho desprenderse. Claro que en España, lejos de pararnos a analizar 'lo nuestro', somos más de dejarnos deslumbrar por la sonrisa permanente de Máxima de Holanda. Puede que no sepamos nada del funcionamiento de los Países Bajos, pero, claro, como siempre ríe es que debe ser buena. Y seguramente lo sea.
Si queremos hacerle un favor a la jefatura del Estado y, en consecuencia, al Estado mismo -de momento, esto es lo que tenemos hasta que venga otra cosa-, dejemos que todo el mundo haga su trabajo. Que la reina cumpla con su cometido con rigor y profesionalidad y dedique su tiempo fuera de los actos a lo que crea que lo deba dedicar, siempre que sea dentro de sus márgenes de actuación.
Que la Casa del rey detalle cada uno de los euros que se gastan en su presupuesto y que esto pueda ser accesible a todo el mundo. Y que los periodistas, finalmente, saquen a relucir cualquier información relevante al respecto. Esto nos ayudará mucho más que organizar debates sobre si la princesa Leonor y la infanta Sofía deben posar más delante de las cámaras o sobre si Letizia debía haber ido o no a ver a Los Planetas sin el rey. ¡Qué nos gusta perdernos en un detalle para no tener que ver el bosque!