Letizia está abocada al fracaso popular. No es capaz de olvidarse de sí misma ni por un momento. Está obsesionada por creerse el oscuro objeto del deseo de todo aquel que pone los ojos en ella. Su ambición, que comenzó en la carrera y siguió en los informativos de RTVE, ha seguido hasta llegar a lo más alto a lo que se podía aspirar en España: ser reina. Que nadie venga ahora diciendo que renunció a una brillante carrera por amor. ¿No será más sencillo creerse que la brillante carrera de reinar la sedujo más que el propio sujeto amado?
Unos breves recordatorios: Felipe fue censurado en cada novia: que si la Sartorius venia de padres divorciados, la pobre; que si la Sannum era de fuera (ese cañonazo de mujer tan simpática)... Y Felipe se plantó y dijo algo así como “o esta o ninguna”. Y todos tragamos con sus divorcios y sus historias familiares. Y lo siento, porque aunque me declaro republicana de corazón, entiendo que los monárquicos abominen de esta elección principesca.
Letizia no es simpática, es más bien estirada. Es verdad que lo de la crisis matrimonial de este verano no fue tal, la explicación por lo visto es aún peor en los tiempos de crisis que vivimos. Me pregunto si los retoques de estética que tanto la obsesionan salen del presupuesto de Zarzuela o se los paga de su bolsillo. Ese hieratismo, ese molde de mujer perfecta las 24 horas del día... No es necesario, Leti. Todos entendemos que eres humana porque sabemos cuáles son tus orígenes y lo que te ha debido de costar llegar hasta donde estás y mantenerte.
Agradeceríamos, de vez en cuando, un gesto de empatía, una declaración amable, una salida del molde de barbie que te has fabricado. Unas palabras de aliento a los que ahora lo pasan mal. Ese maquillaje te vendría mucho mejor y sería más efectivo, porque, querida, los retoques de corazón no se pueden comprar.