El Mundial no había podido empezar peor. Cuando todavía teníamos en la retina -pese a haber pasado cuatro largos años- el Waka waka de Shakira, las alegrías de La Roja y el beso entre Sara e Iker, el aterrizaje de los españoles en Brasil prometía ser todo lo que necesitaba el país para recuperar la ilusión. Pero, curiosamente, ha conseguido el efecto contrario.
El viernes, tras el primer partido de La Roja y la primera gran humillación, España se quedó muda. Nadie gritaba desde los balcones, nadie salía a dar vueltas con sus coches, nadie se quitó la camiseta para bañarse en una fuente. Cinco goles suponían un jarro de agua demasiado fría para la moral española. Y aunque, desde luego, no está todo perdido ni de lejos, alguien tenía que cargar con las culpas del fracaso, y le ha tocado a Iker Casillas.
Que si está demasiado mayor, que si ya ha perdido la ilusión por ganar, que si deberían contar con una cara nueva, cualquier teoría sirve para magnificar los errores del portero -que fueron muchos y variados- y tratar de encontrar una explicación a la derrota del viernes. Pero no se preocupen, no empiecen a conjeturar, todos sabemos quién ha sido la responsable de todo esto. Durante el Mundial de Sudáfrica, ya se solicitó desde varias plataformas que Sara Carbonero dejara de cubrir los partidos desde el campo porque podía distraer al portero con su sexappeal y favorecer a los equipos contrarios, porque ya saben, la cabra tira al monte y un jugador de fútbol profesional, acostumbradísimo a las fans y las admiradoras, puede perder la concentración por ver a su novia cerca. Sara, al final no se fue, y España terminó ganando el Mundial, pero la presentadora no consiguió quitarte el estigma de 'distracción'. Y ahora, una vez más, la historia se repite.
El ‘síndrome Letizia’
Sara Carbonero no cae bien. Por mucho que la joven se esfuerce, por mucho que trate de afrontar las críticas con normalidad, por mucho que intente ofrecer una visión de profesional seria -cuando, objetivamente, la presentadora no lo hace mejor ni peor que el resto de sus compañeros-, cada movimiento de la periodista es analizado hasta la saciedad. Carbonero sufre el ‘síndrome Letizia Ortiz’. Sabe que todos los ojos están puestos en ella, sabe que cualquier paso en falso desatará los comentarios maliciosos y permanece encorsetada en una tensión que la aleja paulatinamente del público. La periodista está tan preocupada en ser perfecta que acaba ofreciendo una imagen distante y fría. Y las decisiones de la cadena, como acortar el plano del informativo para ocultar la tripa de embarazada, tampoco favorecen. ¿Por qué quitarle normalidad a un hecho natural? ¿Contribuye esto a la mejorar la imagen de profesional de la periodista? ¿Sería una decisión propia para que no interfiera en su trabajo?
Con este panorama, resulta fácil culpar a la periodista de los errores de su novio. Si Casillas falla, es que la pareja está pasando un mal momento, que Sara le ha distraído o que se acuerda mucho de su hijo recién nacido. Pero, realmente, ¿tiene tanto poder la periodista? ¿Es la causante de todos los males? ¿El destino de La Roja está en las manos de Sara Carbonero? De ser así, ya puede ir esmerándose la periodista, que tiene en vilo a un país entero. ¡Sara, te necesitamos!