Si ha habido un tema de moda en la neurociencia en los últimos años ese ha sido el de los ‘cerebros de laboratorio’, organoides compuestos de tejido cerebral que crecen en una placa de Petri y que podrían servir para estudiar posibles tratamientos e incluso conocer mejor la conectividad de las neuronas. Hasta tal punto, que se ha suscitado un debate ético sobre la posibilidad de que algún día uno de esos “cerebroides” desarrolle algo parecido a una consciencia. Ahora, el equipo de Arnold Kriegstein, de la Universidad de California san Francisco, viene a pinchar la burbuja de los organoides mediante un estudio que demuestra que estos modelos están lejos de parecerse a un cerebro real en los aspectos más básicos de desarrollo y organización.
En un trabajo publicado este miércoles en la revista Nature, Kriegstein explican cómo han registrado la expresión genética de casi 200.000 células individuales en la corteza en desarrollo de un cerebro real y las han comparado con lo que sucede en un ‘cerebro de laboratorio’ para comprobar el parecido de estos cultivos con el modelo. Y lo que han visto es que hay una diferencia abismal: mientras que en el cerebro las células siguen distintas trayectorias durante el desarrollo y producen una amplia variedad de subtipos, en el organice se producen muchas menos células maduras. Además, la organización espacial, que es muy relevante en el funcionamiento del encéfalo, está también ausente en los tejidos cultivados.
“Estos resultados dejan muy claro que los organoides están muy lejos de reproducir un cerebro real”
“Algunos los han llamado “cerebros en la placa” pero nuestros datos sugieren que [llamarlos así] es una enorme exageración en este momento”, explica Kriegstein. “Hemos visto que los organoides no desarrollan subtipos celulares diferenciados o una organización regional de los circuitos que caracteriza a los cerebros humanos normales. Dado que la mayoría de los enfermedades cerebrales humanas afectan a circuitos y células altamente específicos, esto presenta un grave desafío a los esfuerzos para usar los organoides para modelizar con precisión estas condiciones tan complejas”.
Para su estudio, los autores extrajeron más de 235.000 células de 37 organoides diferentes, generados con tres protocolos de cultivo distintos y a partir de cuatro líneas de células madre. Tras analizar su expresión genética la comparar con lo que veían en 189.000 células de cerebros reales. Y rápidamente vieron que los programas de desarrollo que se producen de manera secuencia en el modelo real, en el organoide quedaban súbitamente interrumpidos. En lugar de diferenciar se células diferenciadas del cerebro, las células del organoide parecían sufrir una crisis de identidad y expresaban una mezcolanza de genes que las convertían en indeterminadas. “Pudimos identificar un amplio abanico de tipos celulares”, explica Kriegstein, “pero los subtipos de la variedad normal, que juegan un papel fundamental en el funcionamiento de los circuitos neuronales, estaban ausentes”.
La investigación se inició cuando uno de los doctorados del equipo de Kriegstein, Aparna Bhaduri, desarrollaba organoides para el estudio de diferentes enfermedades, como el glioblastoma. Otro de los miembros del equipo, la investigadora Madeline Andrews, comprobó que al comparar las células del modelo con las de los cerebros reales algo no encajaba. “La capacidad del cerebro de conectar distintos tipos de células y convertirlos en circuitos altamente estructurados y diferenciados es fundamental, no solo para las funciones normales de funcionamiento y cognición, sino también en los circuitos específicos que funcionan incorrectamente en enfermedades como el autismo, la esquizofrenia y otros desórdenes neurológicos y psiquiátricos”, explica Andrews. “Antes de poder usar los organoides para estudiar estas enfermedades”, añade Bhaduri, “necesitamos asegurarnos de que realmente estamos modelando los circuitos cerebrales que están afectados”.
“Necesitamos asegurarnos de que realmente estamos modelando los circuitos cerebrales que están afectados”
Por otro lado, los investigadores también detectaron que las células de los organoides presentaban un nivel anormalmente alto de estrés celular y que cuando las insertaban en cerebros de ratones reales este estrés desaparecía. Estos resultados les llevan a asegurar que si la neurociencia quiere utilizar estos organoides hay que repensar algunas de las estrategias y eliminar estos niveles de estrés para tener resultados útiles. Los autores insisten en que esto no invalida todas las investigaciones con organoides cerebrales, que aún pueden ser útiles para ver, por ejemplo, cómo crecen algunos tipos de cáncer agresivos, pero creen que conviene replantearse la manera en que se desarrollan. “Estos resultados”, concluye Bhaduri, “dejan muy claro que los organoides están muy lejos de reproducir un cerebro real en desarrollo en el laboratorio”
La prisa por los titulares
Alberto Ferrús, investigador del Instituto Cajal (CSIC) que no ha participado en el estudio, se alegra de que el nuevo trabajo le dñe la razón a los escépticos como él con este tema. A su juicio, esta burbuja sobre los mal llamados “minicerebros” se ha producido “por la prisa en llegar a los titulares”. “En primer lugar, no conocemos todos los componentes moleculares y también celulares de un cerebro normal y, en segundo lugar, el cerebro por encima de cualquier otro órgano es fundamentalmente un estado funcional, de nada sirve construir un cerebro si no funciona”, asegura. En su opinión, las afirmaciones sobre los “cerebros” de laboratorio son un ejemplo de soberbia y una temeridad, especialmente se tienen en cuenta los precedentes del pasado, cuando se aseguró hace unas décadas que los cultivos celulares sustituirían a la experimentación con animales. “Incluso aunque se consiguiera una estructura que asemeja por fuera un cerebro”, concluye, “estaríamos todavía a años luz de poder afirmar que eso es un cerebro”.
Referencia: Cell stress in cortical organoids impairs molecular subtype specification (Nature) DOI 10.1038/s41586-020-1962-0