Ciencia

¿Deben hacer ejercicio los pacientes de cáncer? Cinco preguntas con respuesta

Hay evidencias de que el ejercicio alivia la fatiga y mejora la calidad de vida de los afectados. Además, reduce la alteración del sueño, la ansiedad y la depresión que a menudo se asocian al proceso

  • Representación de una mujer con cáncer haciendo ejercicio -

Hasta hace relativamente poco, el reposo era una recomendación general para las personas con cáncer. Y esto parecía lógico, ya que la fatiga es un síntoma muy habitual de la enfermedad.

Sin embargo, cada vez está más aceptado que el ejercicio físico es aconsejable para la mayoría de los pacientes durante el tratamiento oncológico. En este artículo explicaremos cuáles son las razones de este cambio.

1. ¿Qué beneficios produce el ejercicio físico en personas con cáncer?

Existen evidencias sólidas de que alivia la fatiga y mejora la calidad de vida de los afectados. Estas investigaciones también han encontrado que reduce las alteraciones del sueño, la ansiedad y la depresión que a menudo se asocian a su diagnóstico y tratamiento.

Asimismo, se sabe que el deporte es capaz de revertir las pérdidas de masa muscular, densidad ósea y función física debidas tanto a la propia enfermedad como a las terapias que se emplean contra él. Esto resulta muy relevante para mantener la autonomía personal y evitar la dependencia.

Por último, la actividad física puede aumentar la tolerancia a la quimioterapia y, por consiguiente, el seguimiento del tratamiento. Asimismo, puede reducir algunos de sus efectos secundarios, como el dolor neuropático.

2. ¿Incrementa la supervivencia de los enfermos?

Esta pregunta aún no tiene una respuesta clara. Por un lado, numerosos trabajos apuntan a que las personas diagnosticadas físicamente activas sí presentan mayores tasas de supervivencia que las inactivas. Sin embargo, son pocos los estudios experimentales que prueban los efectos del ejercicio sobre la supervivencia. Hace falta más investigación para corroborar los prometedores resultados.

3. ¿Es recomendable para todos los tipos de cáncer?

Múltiples organizaciones internacionales coinciden en que el ejercicio debería incluirse en la atención integral de cualquier manifestación de la dolencia. Incluso se han observado beneficios en estadios avanzados de la enfermedad y en pacientes mayores.

De hecho, aunque todavía no sea una realidad generalizada, cada vez existen más unidades de ejercicio oncológico. En ellas, profesionales específicamente formados realizan una valoración inicial de cada persona antes de comenzar un programa de actividad física.

Realizar una evaluación previa es imprescindible, ya que algunos tumores tienen particularidades que obligan a seguir algunas precauciones. Este es el caso del de huesos, donde se desaconsejan ejercicios de impacto o en posturas que puedan comprimir los huesos afectados.

Además, resulta fundamental conocer el estado de la persona para adaptar la dosis e intensidad de los ejercicios. Esto incluye conocer la potencia de los distintos grupos musculares, la capacidad aeróbica y la existencia y características de la fatiga y el dolor, por citar algunos parámetros.

A partir de esos datos se diseñan programas con unos objetivos personalizados, que pueden prevenir o reducir los síntomas de la enfermedad o de su tratamiento. La actividad también puede dirigirse a la preparación de dicho tratamiento (principalmente, cirugía).

Y por último, no hay que olvidar que cada persona transitará por diferentes fases a lo largo del proceso oncológico, lo que definirá sus necesidades específicas en cada momento.

4. ¿Qué actividades son las más adecuadas?

Un programa de ejercicio oncológico incluye sobre todo actividades para mejorar la capacidad aeróbica y trabajar el fortalecimiento muscular. Diseñado específicamente para cada paciente, empezará con ejercicios sencillos realizados a intensidad ligera. Estos irán progresando hasta alcanzar intensidades moderadas, a no ser que haya que realizar adaptaciones por el curso de la enfermedad y su tratamiento.

Las pautas recomiendan hacer entrenamiento aeróbico al menos tres días por semana, con un mínimo de 30 minutos por sesión. Esto incluye actividades como caminar a paso ligero, andar en bicicleta, nadar o bailar.

Respecto al entrenamiento de fortalecimiento, lo aconsejable es realizarlo al menos dos días por semana. Las sesiones consistirían en completar un mínimo de dos series de ejercicios de movilización de peso con los principales grupos musculares. Se puede trabajar con cargas externas o usar el propio cuerpo, como al hacer sentadillas.

Es relevante comentar que hasta hace poco no se recomendaban ejercicios de fuerza en pacientes con linfedema (acumulación de líquido linfático), una complicación habitual cuando se extirpan o radian los ganglios linfáticos. Fundamentalmente ocurre en los de mama, pero también en los de cabeza y cuello.

Sin embargo, hoy en día se sabe que, comenzando a intensidades bajas y progresando despacio, los ejercicios de fuerza son seguros también en esos casos. Sobre todo si se llevan a cabo bajo supervisión.

El objetivo es que cada persona, al final del programa, pueda ser autónoma para llevar una vida activa. Ello le permitirá mantener su capacidad funcional y calidad de vida, tal como recomienda la Organización Mundial de la Salud. Igualmente, es importante que el paciente entienda la importancia de evitar, en la medida de lo posible, los periodos prolongados de sedentarismo.

5. ¿Qué podemos esperar en el futuro?

Actualmente se están llevando a cabo un gran número de estudios dirigidos a conocer los efectos del ejercicio en personas con esta enfermedad. En un futuro cercano habrá más evidencias que permitirán adecuar los programas de ejercicio a un mayor número de tipos y estadios de esta enfermedad.

Asimismo, es probable que se generalicen las unidades de ejercicio oncológico y la oferta de programas adaptados a pacientes. Para ello será necesario formar más profesionales capaces de evaluar, diseñar y dirigir programas de actividades físicas en enfermos oncológicos.

Jon Irazusta, Profesor e Investigador de Fisiología, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea y Ana Rodriguez Larrad, Profesora Agregada. Departamento de Fisiología. Grado de Fisioterapia, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

The Conversation

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