En el imaginario colectivo, al igual que en la literatura, la alucinación suele ser sinónimo de trastorno mental o de consumo de sustancias tóxicas. "Escuchar voces es mala señal, incluso en el mundo de los magos…", recuerda Hermione Granger a Harry Potter en Harry Potter y la cámara secreta.
Sin embargo, la forma en que nuestro cerebro construye permanentemente una representación mental de lo que nos rodea refleja tanto la información transmitida por nuestros órganos sensoriales como nuestros conocimientos. ¡Nuestra percepción del mundo es, por definición, de lo más personal y subjetiva!
Esta sutil integración de informaciones diversas ha llevado a los científicos a considerar todas nuestras percepciones como "alucinaciones controladas" del mundo.
Así pues, el fenómeno alucinatorio puede definirse como un estímulo que se percibe pero que no se basa en nada concreto de nuestro entorno. Realmente vemos algo que no está ahí. Esta ampliación de perspectiva cambia muchas cosas, porque no es solo algo patológico: está mucho más extendido de lo que podría pensarse. Por eso su estudio se ha convertido en un campo reconocido de la investigación neurocientífica.
Se ha demostrado que se da con mayor frecuencia en determinadas situaciones límite, sobre todo en casos de estrés psicológico o fisiológico intenso. De hecho, los relatos de exploradores y deportistas extremos están llenos de testimonios de alucinaciones que se producen en esas circunstancias excepcionales, ricos en información sobre su naturaleza y origen.
¿Por qué estas alucinaciones extremas?
Encontrarse a una altitud muy elevada somete a los alpinistas a la vez a falta de oxígeno (hipoxia) y de CO2 (hipocapnia, debida a la hiperventilación). Eso los expone a riesgos que pueden ser mortales, como el edema pulmonar o cerebral.
Pero eso no es todo. También pueden ser objeto de toda una serie de percepciones extraordinarias, desde la pareidolia (detección de formas en el entorno, como rostros en las nubes) hasta la autoscopia (percepción de un doble de uno mismo pero fuera de uno mismo), pasando por compañeros imaginarios o experiencias espirituales cercanas a la sensación de fusión con el universo descrita a veces por personas que han tomado sustancias psicodélicas.
De tono emocional variable, estas experiencias pertenecen a los ámbitos de la ilusión, la alucinación y los estados alterados de conciencia. A veces aterradoras, también han actuado paradójicamente como un tranquilizador "ángel de la guarda" para muchos montañeros.
Esquiadores y otros corredores de ultrafondo (que recorren trayectos muy largos en montaña) no se quedan atrás y también tienen su ración de experiencias alucinatorias. Los errores de codificación de la información sensorial en su cerebro son el resultado de una combinación de deshidratación, privación de sueño y estímulos monótonos y repetitivos. El sonido regular de las olas sobre el casco del barco, que modifica la percepción de los ruidos "significativos" en relación con el ruido de fondo, puede tener también este efecto.
Y en consonancia con las observaciones realizadas durante los confinamientos de covid-19, la soledad parece ser otro factor que favorece su aparición.
De la distorsión de los objetos a las voces interiores
La experiencia alucinatoria "extrema" se desarrolla con una complejidad creciente. Al principio se producen fenómenos elementales y que afectan a un solo sentido: por ejemplo, los fosfenos –puntos parpadeantes– o los acúfenos –ruidos parásitos–.
A continuación aparecen distorsiones perceptivas: el tamaño y los contornos de los objetos se distorsionan (metamorfopsia). Luego, la persona afectada experimenta un aumento de "voces interiores" y una ralentización cognitiva. Por último, tras 48-72 horas de privación de sueño, las alucinaciones se vuelven multisensoriales: vemos formas humanas, oímos voces, etc.
Hay muchos más ejemplos en los que puede producirse el fenómeno, como Así sufre el corazón de un buceador en apnea de aguas profundas, las expediciones polares prolongadas o el aislamiento sensorial de los espeleólogos atrapados en la oscuridad del inframundo.
Lo sorprendente es que siempre nos encontramos en los límites de la resistencia humana y de la capacidad física o mental. Esta observación recuerda las descripciones que hacen entre el 10 y el 20% de las personas reanimadas tras una parada cardiorrespiratoria. Las llamadas experiencias cercanas a la muerte (ECM) también incluyen fosfenos, que pueden llegar hasta la visión de un túnel de luz, destellos de memoria, sensación de conciencia omnisciente y percepciones de estar fuera del cuerpo.
En todos los casos, estas experiencias son señales de alarma que no deben ignorarse. En el caso de las actividades extremas en el mar o en la montaña, se correlacionan con un mayor riesgo de accidentes, caídas o malas decisiones que podrían resultar fatales.
¿Cómo surgen las alucionaciones?
¿Aportan estos relatos alguna luz sobre los posibles mecanismos y orígenes de las alucinaciones? Una hipótesis planteada a menudo es la diferente sensibilidad a la falta de energía y oxígeno de determinadas áreas cerebrales, que se cree que tienen un metabolismo más alto.
Esto es especialmente cierto en el caso del hipocampo (en el lóbulo temporal) y la unión temporoparietal, entre los lóbulos temporal y parietal (TPJ por sus siglas en inglés). Estas dos regiones actúan como encrucijadas de la información y participan en una amplia gama de funciones cognitivas y sensoriales, como el acceso a los recuerdos autobiográficos y al contexto en el que se codificaron (en el caso del hipocampo) y la distinción entre el yo y el no yo (en el caso de la TPJ).
Las investigaciones han demostrado que es posible reproducir experimentalmente una experiencia extracorpórea estimulando eléctricamente la TPJ derecha. Durante las experiencias cercanas a la muerte, la conectividad del complejo hipocampal y la TPJ se modifican profundamente en los segundos próximos a la muerte.
Estas regiones cerebrales y sus redes de conectividad también se han vinculado a la aparición de experiencias alucinatorias en personas diagnosticadas de esquizofrenia, párkinson o que han consumido LSD.
Un fenómeno complejo e íntimo
Es probable que otros factores (biológicos o de otro tipo) contribuyan a su aparición. Las alucinaciones son también uno de los principales síntomas de numerosas patologías cerebrales o sistémicas (trastornos psiquiátricos, neurológicos, inmunoinflamatorios, genéticos…). Sin embargo, siguen siendo una experiencia humana fascinante e íntima, porque más allá de los mecanismos que subyacen a su aparición, lo que se experimenta es único para cada individuo.
Las alucinaciones pueden observarse en multitud de contextos, y el umbral que lo desencadena varía de un individuo a otro, desde el simple estrés social (aislamiento) hasta la agonía (durante las experiencias cercanas a la muerte), pasando por la exposición a entornos extremos. Su carácter ubicuo debería llevarnos a luchar más eficazmente contra la estigmatización de que son objeto las personas afectadas, sin trivializar el sufrimiento psicológico que a menudo las acompaña.
Existen tratamientos y terapias para las alucinaciones, pero antes de someterse a ellos, mantener un estilo de vida sano (calidad del sueño y contactos sociales) es una medida sencilla para reducir la frecuencia de los trastornos mentales en general, y de las alucinaciones en particular.
Todos los aventureros extremos deberían incluir también en su preparación información sobre las posibles causas de las alucinaciones en entornos excepcionales, su importancia, los riesgos asociados y cómo limitar su impacto.
Renaud Jardri, Professeur de psychiatrie de l'enfant et de l'adolescent, Université de Lille.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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