A finales del periodo Jurásico un enorme saurópodo de cuello largo caminó por una llanura de marea y dejó la playa llena de huellas. En algún momento de su paseo es posible que el dinosaurio notara un crujido, se detuviera un instante y siguiera caminando indiferente. Es lo que sabemos ahora, más de 150 millones de años más tarde, después de que un equipo de paleontólogos haya encontrado en el mismo lugar los restos de una tortuga de la especie Plesiochelys bigleri cuya disposición parece indicar que fue aplastada bajo los pies de uno de estos gigantes.
El hallazgo, que se publicará pronto en la revista Swiss Journal of Geosciences, se ha producido cerca de la pequeña localidad suiza de Courtedoux. En esta zona los paleontólogos, que intervinieron tras el comienzo de las obras para una nueva autopista, han descubierto más de 15000 huellas de dinosaurios y alrededor de un centenar de fósiles de tortuga y de cocodrilos que las cazaron para alimentarse. Una de ellas, descubierta en 2007, según cuenta The New York Times, tenía un aspecto raro y parecía estar más hundida en el sedimento. Cuando se hizo el análisis de su anatomía, descubrieron que tenía el caparazón aplastado y todos los signos de haber sido reventado por un gran peso, lo que les lleva a pensar que un escenario plausible es que la tortuga quedara atrapada en la playa tras una marea y un saurópodo le pasara por encima. “Las pruebas son bastante claras”, asegura Daniel Marty, coautor del estudio. “Es algo divertido, y también demuestra que estos dos animales compartieron el mismo paleoambiente”.
“La escena te cuenta lo que estos bichos estaban haciendo esto hace 150 millones de años”
Para Francisco Ortega, paleontólogo del Grupo de Biología Evolutiva de la UNED y uno de los investigadores españoles más activos, el hallazgo de la tortuga aplastada no deja de ser una anécdota, pero cree que estas “instantáneas” de la vida de estos animales del pasado tienen un gran valor comunicativo. “Es muy habitual que veamos fósiles pisados por dinosaurios, lo que nosotros llamamos trampling", explica a Next. “Pero de cara al público tienen un potencial brutal a la hora de transmitir la biología de estos animales, porque la escena te cuenta lo que estos bichos estaban haciendo esto hace 150 millones de años, como una fotografía”.
Parte de lo que sabemos del comportamiento de los dinosaurios, de hecho, se debe a estas huellas indirectas. “Hemos encontrado huellas de patinazos, huellas que nos muestran un animal aislado, de otros que van en manada, o huellas de diferentes tamaños que nos muestran que en el grupo había adultos y pequeños”, enumera Ortega. Recientemente, por ejemplo, el hallazgo de un grupo de huellas en Texas permitió a los investigadores reconstruir una escena de caza ocurrida en el Cretácico inferior, hace 110 millones de años: las pisadas de un gran saurópodo herbívoro y un terópodo carnívoro que le perseguía. Una escena que recuerda, según Ortega, a la que se encontró en el desierto de Gobi en el año 1971: los restos de un protoceratops junto a un velociraptor que parece estar clavándole una de sus garras y que llevó a los investigadores a pensar en que ambos murieron peleando. Durante años, la hipótesis estaba un poco en duda hasta que en 2010 se encontraron los restos de una escena similar, pero en la que ya aparecían las marcas de los dientes del velociraptor sobre el protoceratops.
Para Francisco Gascó, divulgador y doctor en Paleontología conocido en redes como @Pakozoiko, estos fósiles especialmente conservados tienen “algo especial”. “Los paleontólogos normalmente trabajamos con huesos o pedazos que no dejan de ser restos de un animal muerto, mientras que los restos indirectos como las huellas o los huevos tienen el encanto de que nos están reflejando los últimos segundos de lo que le pasó en vida”. Como ejemplo recuerda uno de los hallazgos más valiosos y llamativos, el de los ictiosauros cuyos fósiles aparecen dando a luz. “En ellos se ve al adulto en posición de estar dandole a luz a una cría”, explica. “Fueron los primeros fósiles en los que se tuvo constancia de que estos animales eran ovovivíparos”.
Los restos de ataques y mordeduras son especialmente frecuentes y valiosos para comprender cómo interaccionaban estos animales. “Nosotros, por ejemplo, encontramos con mucha frecuencia fósiles de tortugas con pequeñas mordeduras, pero se han registrado casos más espectaculares como el mordisco de un tiburón a un pterosaurio o el hallazgo de un diente de tiranosaurio clavado en los restos de un triceratops”, explica Ortega. “Momentos de muerte rocambolesca no abundan, pero también hay algunos”, añade Gascó. “Como los peces que parecen haberse quedado enterrados cuando se atragantaron comiendo a otro pez demasiado grande”
“El problema de este tipo de hallazgos es que son difíciles de falsar”, señala Ortega. “Puedes tener dos rastros de dinosaurio en el mismo yacimiento, pero saber si uno lo hizo por la mañana y otro por la tarde es muy complicado, así que casi todos los estudios de este tipo tienen siempre un punto especulativo”. Esto lleva a errores como el que se cometió con el pequeño terópodo Coelophysis, al que durante un tiempo se clasificó como un dinosaurio caníbal porque se encontraron supuestos individuos juveniles en su cavidad torácica que en realidad habían llegado allí por la "superposición coincidente de individuos de diferentes tamaños”. O como cuando se pensó que los huevos hallados en el desierto de Gobi pertenecían a herbívoros y se terminó descubriendo a un dinosaurio carnívoro incubándolos.
“Estos restos tienen el encanto de que están reflejando los últimos segundos de lo que le pasó en vida”
El valor añadido del fósil es que cuente una historia, y de ahí su atractivo para la divulgación, recalca Gascó. “Capturar ese momento en el que dinosaurio está en su nido incubando te genera una relación directa entre el huevo y quien lo puso”, asegura Ortega. “Es lo mismo que sucede con las huellas de seres vivos fosilizadas: puedes generar una hipótesis sobre qué animal las ha dejado, pero cuando un día encuentras el animal muerto al final de su rastro, como sucede con el cangrejo de herradura de Solnhofen, ya no tienes ninguna duda”.
En todo caso, no todas las escenas del pasado tienen el mismo valor informativo para los científicos. “Que haya un pez en la boca de otro me informa de que los peces se comen entre sí, pero eso ya lo sabíamos”, subraya Ortega. “Muy diferentes son los hallazgos como los del pequeño dinosaurio chino que está durmiendo con la posición de la cabeza colocada bajo el ala como hacen las aves modernas, porque nos indica que esa capacidad ya la heredaron las aves de sus ancestros dinosaurianos”. Son estas escenas, cuando aparecen fósiles “pillados in fraganti", las que permiten verdaderamente a los paleontólogos aventurar una idea sobre cómo se comportaban los dinosaurios. “Son las que nos permiten entrar en el mundo del pasado, porque capturan la causalidad y eso es como un momento mágico”, concluye el investigador. “Igual que a ti te pueden contar lo que pasó anoche, pero si te enseñan una fotografía ya es otra cosa”.