En la mañana del 24 de abril de 2004, un pequeño grupo de personas se reunió en el zoo de Barcelona para enterrar las cenizas de Copito de Nieve, el famoso gorila albino que había muerto unos meses antes tras enfermar de cáncer de piel. Sus cenizas se enterraron en una urna biodegradable junto a las semillas de un árbol africano que debía crecer en su recuerdo. Quince años después, no hay restos de aquel árbol y el lugar fue tapado por el zoológico tras unas reformas. Además, en el interior de aquella urna solo había una pequeña parte del cuerpo de Copito, porque el resto se había donado a la ciencia. “La urna contenía básicamente las vísceras, que se llevaron a una incineradora”, reconoce Jordi Portabella, por entonces presidente del zoo y segundo teniente de alcalde de Barcelona. “También se hicieron moldes de la cara y de las manos para hacer una estatua, pero que yo sepa no se han utilizado nunca”.Los huesos y la piel del gorila albino descansan ahora en un cajón del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona, bajo llave y lejos del público. “Aquí tenemos todo el esqueleto, una parte del músculo y el resto de la piel”, explica du directora Anna Omedes, que ya era la máxima responsable del museo en 2004. En aquel momento hubo una dura disputa entre el zoo y el museo sobre el destino que debían tener los restos de Copito. “Nosotros nos vimos en la obligación de recordar que un destino evidente de Copito era nuestro museo”, recuerda Omedes. “Enviamos un informe y comunicamos a las autoridades del Ayuntamiento que teníamos un convenio y éramos los receptores de las piezas del zoo. Considerábamos que Copito era un gorila y como tal nos interesaba”.
Se firmó un acuerdo para que el museo guardara los huesos y la piel con la condición de no exhibirlos nunca
“Se crearon dos posiciones muy claras”, recuerda Portabella. “Anna Omedes encabezaba la de quererlo disecar para el museo de historia natural, y la mía, que era la de dar el cuerpo a la ciencia e incinerar el resto”. En su opinión, la opción de disecar a Copito suponía tratar con frivolidad a un ser vivo que había sido muy representativo de la ciudad, además de ser más propia del siglo XIX que del XXI. “La propuesta inicial era ponerlo en la entrada del museo y me pareció que teníamos que hacer prevalecer la dignidad del animal”, argumenta.La disputa se resolvió con un acuerdo, un acta de conformidad entre el Ayuntamiento y el Instituto de Cultura de Barcelona, por el cual se cedían al museo los huesos y la piel del animal pero con la condición expresa de que nunca deberían ser exhibidos. “Este acuerdo no se ha cambiado nunca, sigue estando como estaba en aquel momento y no se puede mostrar”, asegura Omedes. “El esqueleto está perfectamente limpio y guardado con todos los esqueletos que tenemos, y la piel está en en un líquido conservante”. Los restos de Copito permanecen en los almacenes del museo, a disposición de cualquier científico que quiera examinarlos, algo que no ha sucedido hasta ahora, según su directora, que se plantea retomar el intento de exhibirlos antes de jubilarse. “Pienso que este pacto debería revisarse, porque fue producto de un momento con mucha tensión emocional, pero dentro de cuatro días los que conocimos a Copito ya no estaremos”.
Restos en una nevera
A unos kilómetros del museo, el cerebro y los ojos de Copito de Nieve descansan en un arcón congelador de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB). Están aquí porque el catedrático Martí Pumarola decidió salvarlos a pesar de la falta de fondos. Durante unos años, los restos de Copito se conservaron en el Banco de Tejidos Animales de Cataluña (BTAC), del que Pumarola era responsable y donde se recibían muestras del zoo y de otros lugares para su conservación y estudio. Pero la crisis hizo que las instituciones dejaran de aportar fondos. “La universidad me cortó el dinero para pagar a la persona que lo llevaba, un técnico de soporte”, explica Pumarola. “Como no recibía ninguna ayuda ni del ministerio ni de la Generalitat, lo he cerrado, pero tengo las neveras llenas y conservo los archivos”. Hoy en día la web del BTAC está cerrada porque no hay fondos para pagar los servidores, pero el encéfalo de Copito y sus ojos, preparados en parafina, se conservan congelados junto a las muestras de otros proyectos para los que Pumarola sí ha conseguido financiación.
Después de la muerte de Copito, fueron muchos los científicos que se interesaron por los tejidos del gorila para posibles estudios. No todos fueron a parar al BTAC. Algunas muestras de la piel fueron a la Universidad de Barcelona y el epidídimo, parte del aparato reproductor donde se almacenan los espermatozoides, fue enviado al Instituto Universitario Dexeus. El investigador del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC) Lluís Montoliu viajaba en un vuelo de regreso a España cuando leyó la noticia de la muerte de Copito en un diario y, como especialista en albinismo, se puso en marcha para conseguir los ojos del gorila. “Pedimos los ojos, pero no nos llegaron completos, porque los trocearon y los pusieron en diferentes frascos, con formol y otros convertidos en bloques de parafina para ser procesados”, recuerda. Una vez que cortaron los ojos en láminas y los observaron al microscopio, saltó la sorpresa. “Yo no me lo creía, cuando vi el pigmento ahí, en el coroides en las dos partes del ojo”, relata. “Pensé que estaba viendo un artefacto”.
Una misteriosa mirada
La sorpresa de Montoliu venía porque hasta entonces todo el mundo pensaba que Copito tenía un tipo concreto de albinismo, el OCA1, en la que no se produce ninguna pigmentación en el ojo. “Pero los ojos de Copito eran azules, y si eran azules- en aquel momento no lo sabíamos - teníamos que habernos dado cuenta de que no podía ser albinismo oculocutáneo de tipo 1”. De hecho, el investigador catalán Jaume Bertranpetit analizó el gen de la tirosinasa de Copito y no encontró la mutación que estaba buscando. Tuvieron que pasar casi diez años para que el equipo de Tomás Marqués, de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), analizara el genoma completo y resolviera el misterio. “Nosotros hicimos el genoma”, relata a Next. “Ya no solo buscábamos un tipo de albinismo, sino que miramos en todo el genoma en busca de mutaciones deletéreas. Y descubrimos dos cosas bonitas: primero, que tenía un albinismo muy raro que es el tipo 4 (OCA4) y que este individuo nacido en la selva era producto de la relación entre dos parientes, probablemente tío-sobrino”.
“Estaba como endiosado, te miraba de arriba a abajo y pensabas: qué chulo es”
Los ojos de Copito ya habían sido objeto de interés de otros especialistas antes de su muerte. El doctor Miquel Badía fue quien operó al gorila de cataratas en el año 2001. “El ojo tenía muy poco pigmento”, recuerda. “El iris era clarísimo, casi gris”. La mejoría tras operar el primer ojo fue notable. El animal volvió a mostrar interés con su entorno y a relacionarse con otros gorilas, así que se decidió operar el segundo ojo. “Esta vez le operamos sin hacer publicidad, porque cada cosa que se le hacía a Copito había gran revuelo”, explica el doctor Badía. “Le pusimos una lente intraocular como la que ponemos en humanos, fue toda una experiencia”. Al igual que las personas con albinismo, Copito tenía nistagmo, un movimiento continuado de los ojos que le impide fijar la vista. “Suelen tener un punto de fijación, una posición de la cabeza que a veces es ladeada, en la que ven mejor”, explica el especialista. “Y Copito siempre miraba de lado”.“Es verdad que te miraba de soslayo”, recuerda Jesús Fernández, por entonces veterinario jefe del zoo de Barcelona. “Estaba como endiosado, te miraba de arriba a abajo y tú pensabas: qué chulo es”. También era frecuente que se pusiera la mano para taparse el sol, que le molestaba muchísimo debido a su condición genética. Todos aquellos síntomas debieron poner en alerta a sus cuidadores, pero la señal definitiva apareció cuando se le enrojeció toda la piel, por el impacto de la luz solar. “A mí me llamó un buen día, en el año 96, el jefe de veterinaria porque resulta que estaba rascándose mucho y tenía una eritrodermia”, recuerda el catedrático Antoni Castells, que fue quien diagnosticó su cáncer de piel. En aquel momento se empezó a vigilar al animal, pero al cabo de un tiempo apareció una herida cerca de la axila y se decidió biopsiar.
“Había como un silencio en el zoo, como si todos los animales supieran que algo ocurría”
“Una cosa que me llamó mucho la atención es cuando se decidió hacer el estudio completo y anestesiar a Copito había como un silencio en el zoo, como si todos los animales supieran que algo ocurría”, asegura Castells. “Era la primera vez que lo anestesiábamos y allí había unas 20 personas”, recuerda Fernández. “Intervino un anestesista, un internista, un dermatólogo, un oftalmólogo, el equipo veterinario, un ecografista, un dentista…Lo principal era descartar que no hubiera problema cardiaco, pero allí fue donde apareció la primera señal de que la herida era una carcinoma”. Después de tres años de pruebas y cuidados, y para evitar más sufrimiento del animal, se le practicó la eutanasia.“Murió con unos 40 años, fue muy longevo y vivió muy bien, pero podría haber vivido algunos años más”, asegura el que fue su cuidador. “La eutanasia fue en la madrugada y todo sucedió enseguida. Toda la gente que estuvimos allí alrededor, tuvimos un vínculo con él, para todos era algo especial”. Para la ciencia también lo fue, porque hasta la fecha es el único gorila albino que hemos conocido. Su cerebro fue analizado en busca de señales de neurodegeneración, sus ojos sirvieron para conocer mejor el tipo de albinismo que sufría y su genoma contribuyó a completar el conocimiento sobre los gorilas de llanura y su endogamia. La ciudad de la que un día fue un símbolo dejó pasar el tiempo y nunca le pagó el tributo en forma de estatua que le debía. Hoy sus restos están a punto de pasar también al olvido.