En el año 2017, mientras grababa escenas submarinas en un bosque de kelp en Ciudad del Cabo para la BBC, el veterano documentalista Craig Foster se encontró con un pulpo que tenía un comportamiento muy especial. Aquel animal se camuflaba en el entorno fabricando una armadura improvisada con conchas y piedras mientras esperaba a que los tiburones pasaran de largo. A partir de aquel momento, Foster empezó a seguir al pulpo cada día hasta ganarse su confianza y se dio cuenta de que aquella relación era una historia en sí misma. Esa historia es la que cuenta la película documental “My octopus teacher” (traducido en España como “Lo que el pulpo me enseñó"), un trabajo que se ha colocado entre los mayores éxitos de la plataforma Netflix a pesar de ser un documental sobre naturaleza.
La pregunta que se hace el espectador nada más terminar de ver el documental es hasta qué punto lo que acaba de ver es real o ha sido hábilmente reconstruido por los autores. Ellos mismos explican que todas las escenas clave en las que aparece el pulpo son el material original filmado por Craig Foster y su equipo durante el año en que documentaron la vida submarina en este bosque de algas. Al principio el propio ecosistema iba a ser el protagonista de la película, pero pronto la relación de amistad/amor que empezaron a vivir el documentalista y la hembra de pulpo común (Octopus vulgaris) se impuso sobre todo lo demás. “El encuentro con el pulpo es real. ¿Cuánta fue la implicación emocional? No lo sé, pero posiblemente la hubo”, explica Jennifer Mather, investigadora de la Universidad de Lethbridge, en Canadá, y la mayor especialista mundial en la psicología de los pulpos. Mather está segura de que el pulpo que aparece en las escenas es siempre el mismo, porque es verdaderamente extraordinario que uno de estos animales tenga la confianza suficiente como para interaccionar con un humano. “No hay manera de que tuvieran diez pulpos que se acercaran a Craig,”, explica a Vozpópuli. “Eso no sucede”. “No hay manera de que tuvieran diez pulpos que se acercaran a Craig. Eso no sucede”.
La implicación de Mather en el documental comenzó de forma indirecta, cuando la BBC le contactó para asegurarse de que la escena del pulpo camuflándose con un traje improvisado de conchas, que incluirían en la serie “Blue Planet II”, era real. “Me escribieron un correo electrónico y me pidieron que les ayudara para estar seguros de que aquello era auténtico”, recuerda. Y no solo era real, sino que era bastante único. “Nadie había visto aquello antes, incluyéndome a mí, y lo encontré fascinante”, asegura. Se trata de una extensión de una habilidad general de los cefalópodos para camuflarse. En concreto, apunta Mather, los pulpos se esconden en grietas en las rocas y colocan conchas en frente para protegerse: es habitual que las cojan y tapen su refugio con ellas. “Hay un pulpo muy conocido que usa cáscaras de coco en Australia”, afirma. “Pero no había visto nada como aquello y pensé que era fabuloso”.
A partir de aquel primer contacto, el equipo de Pippa Ehrlich, la directora del documental de Netflix, le pidió asesoramiento a Mather para interpretar las escenas y respaldar científicamente la película. Y aquí es donde entra la parte más interesante. ¿Hasta qué punto es posible que un pulpo y una persona establezcan una relación, del tipo que sea, teniendo en cuenta que se trata de criaturas tan diferentes? En la película, la pulpo protagonista se acerca a Craig con curiosidad y se sube a su mano y a su pecho, e incluso le acompaña sin miedo hasta la superficie, en una relación de confianza que se prolonga en el tiempo y que a Craig le afecta muchísimo emocionalmente, hasta el punto de que admite que “se ha enamorado” del cefalópodo.
¿Una barrera entre especies?
“Los pulpos tienen una personalidad muy fuerte, la mayoría de ellos no te dejarán acercarte nunca”, explica Mather. “Ocasionalmente un pulpo puede venir a investigarte. En toda mi carrera creo que solo ha sucedido una vez”. Para la investigadora, la confianza que adquieren ambos protagonistas es “fascinante”. “He observado a los pulpos en la naturaleza durante muchos años y nunca he visto ese tipo de confianza”, asegura. A su juicio, no se puede decir que la relación entre pulpo y humano fuera como las que tienen algunos naturalistas con lobos o primates, dadas las diferencias evolutivas entre ambos. “No hay el apego emocional que uno ve en las fotos de Jane Goodall con los chimpancés. Los pulpos no tienen eso. Pero sí creo que pueden adquirir confianza”, sostiene Mother. Para un pulpo la confianza es difícil, pero posible”.
“Para empezar, el pulpo es un animal que vive en el fondo marino, lo que hace todo mucho más difícil”, observa Ángel González, investigador del Instituto de Investigaciones Marinas del CSIC y especialista en el estudio de los pulpos. “Puedes estudiar una manada de elefantes, pero todo lo que vive en el fondo marino es mucho más incontrolable”. Las interacciones de Craig, que bucea sin botella, son ocasionales, así que quizá para el pulpo el humano no es más que una presencia que va y viene cada dos minutos. Además, el pulpo es un animal salvaje, recuerda el científico, y su objetivo es desarrollarse rápido y poner muchos huevos, una estrategia muy distinta en un perro o un vertebrado. “Al principio el pulpo escapa, pero si ve todos los días al buceador es capaz de aprender que hay algo ahí que es grande pero no se lo quiere comer, que en el día a día no le ataca, y eso forma parte de la capacidad de aprendizaje del pulpo, efectivamente”. “Las motivaciones del pulpo son la curiosidad y el miedo. Todo lo que le rodea se lo quiere comer”
“El pulpo es un animal solitario y sus motivaciones son la curiosidad y el miedo”, subraya Mather. “Su problema es que todo lo que le rodea se lo quiere comer. Pero al mismo tiempo el pulpo es capaz de hacer planes para el futuro y eso hace que tenga una gran curiosidad”. Ángel González trabaja con pulpos en cautividad y sabe que su extraordinaria inteligencia les permite recordar y planificar. “Efectivamente, si están en un acuario y les das de comer, parece que te están esperando”, asegura. “Para ellos hay una mano que viene todos los días, te reconocen y saben, pero de ahí a que haya una amistad hay un gran trecho”. Lo que sí es seguro es que están deseando escapar y diseñan todo tipo de estrategias para salir del acuario por cualquier rendija. “A veces te los encuentras pegados a una pared o encima de una puerta”, asegura el investigador. “Ellos intentan curiosear y escapar, no son como el resto de animales”.
La doctora Mather sabe que los pulpos son capaces de reconocer a personas concretas, de hecho ella participó en los experimentos que lo demostraban. Hay muchos testimonios de pulpos en cautividad que reconocen a un cuidador en concreto y le lanzan un chorro de agua cada vez que lo ven cerca. “Te voy a contar una anécdota”, anuncia divertida durante nuestra videoconferencia desde Canadá. “En el acuario de Seattle tienen un pulpo gigante del Pacífico y sobre él luce una luz toda la noche. Y creo que no le gusta mucho, porque disparó un chorro de agua a la bombilla y causó un cortocircuito que apagó la luz”, se ríe. En su trabajo Mather también está intentando desentrañar cómo es el mundo perceptivo de los pulpos, su unwelt o manera de integrar la realidad. Sabemos que a pesar de que sus cromatóforos reproducen vivos colores, estos animales son ciegos al color y su visión se basa principalmente en la percepción de la luz polarizada. Y diversos experimentos demuestran que la percepción de cada ojo es procesada individualmente, como si tuvieran una “consciencia” dual de la realidad. Su universo es, además, más táctil que visual, y mucha de la información se procesa individualmente en cada uno de sus ocho tentáculos. Su motivación es sobre todo el miedo a ser comidos, incluso por sus propios congéneres, porque practican con frecuencia el canibalismo. En este contexto, pensar que un pulpo va a vincularse emocionalmente a un ser humano, parece algo más que una licencia.
Una relación “asimétrica”
“Si tuviese que predecir qué puede sentir un pulpo en una relación con un humano, tacharía de la lista cualquier cosa que el humano pudiera describir como una relación social, porque los pulpos no son sociales, no interactúan con sus crías, no tienen por qué experimentar nada que sea parecido a lo que experimenta un ser humano, más allá de curiosidad, sensación quizá de protección…”, asegura el biólogo Antonio José Osuna Mascaró, que lleva años investigando la inteligencia y procesos cognitivos en animales. La conclusión que sacó del documental es que no tiene trampa, porque “no habla de las cosas como son, sino de cómo las interpreta el protagonista”. "Hay que tener en cuenta que el tipo está hablando de su propia experiencia, y asumir en algún momento que esa experiencia es simétrica sería un error”, argumenta Osuna. “Porque la forma en que un pulpo experimenta las relaciones sociales es absolutamente diferente a lo que el hombre pueda experimentar. Que se pueda habituar a la presencia del humano, que sea capaz de reconocer y decir “con este tipo no tengo miedo” y puedo expresar mi curiosidad y puedo acercarme y explorarlo, eso sí”, concluye. “Pero asumir que es una relación simétrica sería un error terrible”. “Asumir en algún momento que esa experiencia es simétrica sería un error”
“Una persona se puede enamorar de un pulpo, como le pasa al protagonista en el documental”, admite Ángel González. “Enamorado en el plano anímico y de proximidad, en el sentido de que el pulpo le cautivó y le marcó. Pero respecto al apego de un pulpo a una persona, ellos no tienen tanto tiempo como para establecer un vínculo. La prueba es que con cualquier mínimo susto o percance el pulpo desaparece y el protagonista se pasa buscándolo varios días. El pulpo no acude a avisarle de dónde está para retomar sus contactos. Solo quiere sobrevivir y escapar de las amenazas”. Por otro lado, está claro que Craig idealiza la relación y obtiene como recompensa la satisfacción de ver la evolución de este animal en su entorno. Pero, ¿obtiene el pulpo algo a cambio que le haga mantener esa relación de confianza? “No creo que ella obtenga mucha protección, porque sigue habiendo tiburones y otras amenazas a su alrededor”, explica la doctora Mather. “Creo que ella aprende que Craig no le va a hacer daño, pero no obtiene nada más a cambio”.
En su libro “Otras mentes”, el filósofo Peter Godfrey-Smith se plantea muchas de estas cuestiones, sobre cómo es la inteligencia de los pulpos y cómo ellos perciben el mundo. ¿Cómo integran otros seres sus experiencias sensoriales? ¿Cómo sería percibir el mundo como ellos? A este respecto, Mather adelanta que ella y otros investigadores están trabajando en el diseño de experimentos que permitan a los cefalópodos controlar su entorno y comunicarse, pero queda un larguísimo camino por delante. Aun así, desde esta perspectiva, la pregunta más trascendente que nos plantea la película “Lo que el pulpo me enseñó” ya no es tanto si un cefalópodo y un Homo sapiens se pueden tomar aprecio, sino ¿cómo sería este mismo documental si lo filmáramos desde el punto de vista del pulpo? ¿Cómo sería el documental si lo filmáramos desde el punto de vista del pulpo?
Teniendo en cuenta que su visión se basa en la polarización de la luz, que acceden a buena parte de su realidad con los tentáculos, que tienen una especie de conciencia dual y que su único vínculo con otras criaturas es para huir de ellas o intentar comérselas, lo más probable es que nuestra Julieta de ocho patas no reparara demasiado en la presencia de este Romeo. De lo único que estamos seguros, advierte el biólogo Antonio José Osuna, es de que, si la historia de esta "relación" la contara el pulpo, “no entenderíamos absolutamente nada”.