Hace más de 2.000 años los romanos sembraron el Mediterráneo con pequeñas factorías de pescado cuyos restos aún se conservan en las costas europeas y africanas. Los arqueólogos han desenterrado las ruinas de más de 200 de estas plantas de procesado, llamadas “cetaria”, en los que aún es posible encontrar unos enormes recipientes de piedra que los pescadores utilizaban para introducir peces grandes como los atunes y procesarlos para su conservación. La palabra “cetaria”, de hecho, proviene del griego “ketus”, que significa gran pez o monstruo marino y que posteriormente sirvió para nombrar a los cetáceos. La pregunta que surge es evidente: ¿pescaron los romanos alguna vez ballenas en el Mediterráneo?
Se han encontrado hasta 200 factorías de conservación de pescado romanas en las costas del Mediterráneo
La cuestión es difícil de responder y la documentación y las pruebas estaban hasta ahora dispersas. En el siglo II a.C., Opiano recoge en su obra “Haliaeutica” (el arte de pescar) una mención a la captura de monstruos marinos (ketos) a los que los pescadores se aproximaban en barcas con remos y después arponeaban con cuerdas y boyas hasta conseguir atraparlos y salarlos en las factorías. Pero aparte de algún testimonio aislado, apenas había pruebas de que los romanos aprovecharan y comerciaran con la carne de las ballenas, en parte porque a los huesos de estos cetáceos no les Dana mucha importancia. Ahora, un equipo internacional de arqueólogos y genetistas, con amplia participación española, acaba de demostrar gracias a estos restos no solo que los romanos pescaron y comerciaron la carne de ballena, sino que capturaron dos especies que hoy no se ven en el Mediterráneo y que fueron esquilmadas posteriormente por los pescadores en el Atlántico: la ballena franca glacial o ballena de los vascos (Eubalaena glacialis) y la ballena gris (Eschrichtius robustus).
El equipo documenta el análisis del ADN de 11 restos óseos encontrados en varias cetarias situadas alrededor del Estrecho de Gibraltar, en concreto en las antiguas ciudades de Baelo Claudia (en la actual Tarifa), Iluia Traducta (Algeciras), Septem Fratres (Ceuta) y el campo militar de Tamuda, en el norte de Marruecos. El análisis molecular de ADN y de la “huella dactilar de colágeno”, que se describe en un trabajo publicado este miércoles en la revista Proceedings of the Royal Society of London B, ha permitido identificar a los 11 especímenes, de los cuales uno no es un cetáceo, sino un elefante africano, y otro es un delfín. Los otros nueve son ballenas: tres ballenas grises, incluida una hallada en un yacimiento en Gijón, tres ballenas francas y un cachalote (Physeter catodon), especie que aún sigue transitando temporalmente por el Estrecho.
Una industria ballenera
“Nuestro estudio demuestra que estas dos especies [ballena franca y gris] fueron parte alguna vez del ecosistema marino mediterráneo y que probablemente usaron esta cuenca protegida como zona de cría”, asegura Camilla Speller, investigadora de la Universidad de York y coautora del estudio. “Los hallazgos contribuyen al debate sobre si, además de capturar grandes peces como los atunes, los romanos tenían una especie de industria ballenera o si los restos son solo pruebas de recogida oportunista de restos de ballenas varadas en la costa”. Los autores creen que la presencia de estas especies en la zona de Gibraltar es una prueba de que estas dos especies de ballena entraban de forma habitual en el Mediterráneo para criar y que estos restos indican que los romanos comenzaron a cazar ballenas a pequeña escala muchos siglos antes de que los vascos lo convirtieran en una forma de vida.
“Los romanos seguramente no tenían la tecnología necesaria para cazar el tipo de ballenas grandes que se encuentran hoy día en el Mediterráneo, que son especies de alta mar”, apunta Ana Rodrigues, autora principal del estudio. “Pero la ballena franca y la gris y sus crías habrían nadado muy cerca de la costa, lo que los convertiría en objetivos muy tentadores para los pescadores locales”. “Estas ballenas son las más fáciles de pescar porque son las que flotan con los gases cuando las matas, lo que refuerza la posibilidad de que las cazaran activamente”, añade Darío Bernal-Cassola, investigador de la Universidad de Cádiz cuyos hallazgos en los yacimientos costeros han sido esenciales para el descubrimiento. “Para que te hagas una idea”, explica a Next, “algunas de estas piletas de salazón tienen unas capacidades de casi 20 metros cúbicos, ¿tú sabes la cantidad de atunes que hay que procesar para llenarla? Es más que probable que estuvieran destinadas al salado de la carne de ballena”.
Provisiones para al Imperio
Los resultados de este estudio permiten interpretar algunos textos clásicos bajo un nuevo enfoque y comprender que se referían a la caza extendida de ballenas. El famoso médico romano Galeno, recuerda Bernal-Cassola, prescribía en algunas de sus recetas el consumo de carne de ballena salada, lo que indica claramente que se conservaban. “Y Opiano explica también con claridad en sus textos cómo se pesca una orca, con barcos, anzuelos encadenados, con un hígado de toro como cebo y contaba cómo al fuerza del animal provocaba a veces que se rompieran las cadenas”, apunta. Ahora, añade Anne Charpentier, profesora titular de la Universidad de Montpellier y coautora del estudio “podemos, finalmente, comprender adecuadamente las palabras del naturalista del siglo I, Plinio el Viejo, cuando describía a las orcas atacando a una ballena y a su cría recién nacida en la bahía de Cádiz. No se puede comparar con nada de lo que hoy podríamos ver, pero se ajusta perfectamente con lo que sabemos de la ballena gris y la de los vascos”.
La mayoría de los huesos de ballena analizados en este trabajo fueron encontrados en el Estrecho de Gibraltar por el equipo de arqueólogos dirigido por Bernal-Cassola. La región fue durante la época romana el centro de una importante industria de tratamiento pesquero cuyos productos eran exportados por todo el Imperio Romano. “Llevamos muchos años investigando en Baelo Claudia sobre todo, que es una ciudad romana que está muy bien conservada en la costa gaditana, en Tarifa y en frente de Tánger, con un proyecto para estudiar la industria pesquero-conservera de época romana”, explica. “Hemos estudiado todos los restos de fauna, de conchas y lo restos de los saladeros para ver qué tipos de productos hacían. Y ahí es donde nos hemos encontrado algunos huesos de ballena”. Los huesos que aparecen son grandes, vértebras sobre todo, y suelen aparecer reutilizadas como mesas o como tablas de corte, para cortar el pescado. “A veces aparecen quemados o cocidos, lo que denota que se aprovechaba la grasa y se han procesado en estas instalaciones conserveras”, indica el investigador. “Lo importante es que han aparecido en los mismos sitios donde los romanos están hacían el garum y el atún en salazón, y lo lógico es pensar que aquí trataban la carne de ballena”. La gran capacidad tecnológica de los romanos, que iban y venían de Cádiz de forma cotidiana, habría hecho que la caza de estos animales no fuerza un gran problema. “Las ánforas, que era donde se comercializaban todos estos productos las puedes encontrar en cualquier lugar del Imperio Romano, que era inmenso”, subraya. “La magnitud de esta industria requería una cantidad de carne tremenda para alimentar a toda aquella población. Seguro que los aprovecharon”.
Las ballenas de los astures
Para Carlos Sores, investigador de la Universidad de Oviedo y coautor del estudio, lo más relevante es que el descubrimiento adelanta en mucho tiempo la evidencia de una caza organizada de ballenas por parte de los seres humanos. “Estos resultados indican que pudo existir una industria embrionaria de pesca de ballenas mil años antes de lo que se consideraba el primer testimonio”, asegura a Next. “El primer documento que habla de la pesca de la ballena por los vascos está fechado en Bayona en 1095. Aquí estamos hablando de más de mil años antes”. “Y es que no se aprende a matar ballenas de un día para otro, la cosa es muy complicada”, resume.
Sores y su equipo aportan una historia paralela dentro de este estudio que adelanta aún más estas prácticas balleneras, antes incluso de los romanos. Su parte de la investigación se centra en el hallazgo de un hueso de ballena en el Castro de Noega, en Gijón, unos dos siglos antes de que los romanos llegaran a la zona. “El castro de la campa de Torres está en un cabo, a 100 metros de altitud sobre el nivel del mar”, detalla. “Así que alguien se tomó la molestia de llevar un omoplato de ballena, que mide metro y pico, hasta allí arriba y hacerle agujeros”. El hueso de cetáceo aparece marcado con cortes y parece una mesa en la que los antiguos astures cortaban otras piezas de carne o pescado. “No sabemos si aquella ballena fue capturada o encontrada, pero sí que fue trabajada y que lo fue el siglo III o IV antes de Cristo”.
“Alguien se tomó la molestia de llevar un omoplato de ballena, que mide metro y pico, hasta allí arriba"
El análisis de la “huella dactilar de colágeno”, una técnica muy novedosa utilizada por el equipo de Charpentier para recoger información en huesos que ya no conservan bien los restos de ADN, les ha permitido establecer que se trataba de una ballena gris, al igual que las que aparecen en los yacimientos de Gibraltar. “Probablemente el Cantábrico era parte de una ruta migratoria o una zona de cría”, explica Sores. “Estos restos son tres siglos anteriores a los de Baelo Claudia, así que improbable que estos pobladores lo aprendieran de ellos”, concluye. “Lo que indica es que aquella incipiente caza de ballenas no se circunscribió simplemente a la época romana y la entrada del Mediterráneo, donde hay un cuello de botella donde las especies se acercan más a la costa".
En aquel momento la ballena gris era probablemente la más fácil de cazar porque era la más costera y la más pequeña, y los pescadores encontrarían muy tentador intentar atraparlas. “A lo mejor esta explotación ballenera primitiva, que hasta ahora se nos había escapado, puede ser la explicación de por qué se extinguió esta especie primero”, concluye Sores. Quizá este fue el embrión de la industria ballenera desarrollada en la costa cantábrica durante la Edad Media. Y quizá hemos tenido todo el tiempo delante de los ojos la causa del declive de estas ballenas y no hemos sabido verla.
Referencia: Forgotten Mediterranean calving grounds of gray and North Atlantic right whales: evidence from Roman archaeological records (Proceedings of the Royal Society of London B) DOI: 10.1098/rspb.2018.0961