Aunque en los mercados financieros ya en el otoño de 2022 se notó un cambio de tendencia que anticipaba que los malos presagios para el invierno de 2023 eran erróneos (¿os acordáis de cuando se redujo la iluminación de comercios y calles por orden del gobierno para reducir el “despilfarro energético”?) lo cierto es que el consenso de analistas económicos coincidía en ser pesimista para el año que está a punto de concluir. En concreto se esperaba una recesión en los Estados Unidos que nunca se produjo y, aunque en varios países europeos se rozó, y se puede decir que en muchos los últimos trimestres han sido de estancamiento, lo cierto es que la sensación de crisis no ha aparecido. El motivo es doble: el gasto público, sostenido por un aumento de la deuda, y las tasas de desempleo que siguen muy cerca de mínimos históricos. Cuando el consumidor tiene seguridad laboral, mantiene el consumo y con él, y a pesar del evidente desgaste de poder adquisitivo por culpa del alza de los precios, la economía se mantiene.
Lo cierto es que prácticamente todos nos hemos equivocado en nuestras previsiones para 2023, algo por otra parte habitual. Sin embargo, si hace doce meses nos dicen que en este año iban a quebrar varios bancos estadounidenses, que iba a desaparecer, por su falta de viabilidad financiera, una institución histórica del país considerado “refugio por antonomasia” como Credit Suisse, que el PIB interanual alemán (la “locomotora europea”) decreció tanto en el primero como en el tercer trimestre, que a la guerra en Ucrania se iba a sumar la de Gaza, que la inflación iba a seguir siendo un problema y los tipos de interés iban a subir más, que el Euribor se iba a ir por encima del 4% etc. etc. probablemente los errores en las previsiones habrían sido aún mayores. La resistencia de la economía a todos esos episodios negativos ha resultado ser una sorpresa positiva.
En el caso de España, hasta el optimismo gubernamental se ha quedado corto puesto que los PGE de 2023 se elaboraron con una previsión de crecimiento del PIB del 2,1% y todo apunta a que se acabará alguna décima por encima. La excelente temporada turística y el aumento del gasto público por la doble convocatoria electoral sumado al consumo de los españoles -que no se ha resentido a pesar de la pérdida de poder adquisitivo- han impulsado el crecimiento. Ni el aumento de los precios, ni el de los impuestos, ni el alza de la cuota de las hipotecas… el consumidor ha mantenido el tipo con la inestimable ayuda del turista extranjero. De nuevo se demuestra lo comentado antes: mientras no aumente el paro, el gasto de las familias no se resiente. Lo estamos viendo estas navidades.
Estamos ante un proceso suicida en el que sistemáticamente se gasta más de lo que se ingresa y se cubre el desfase con más y más deuda
¿Cuál es el pero de todo esto? La deuda, sin duda. Gracias a una revisión global al alza de los cálculos del PIB desde 2020, muchos países, incluido el nuestro, han aumentado su PIB nominal. Esto ha ayudado a que la ratio deuda/PIB haya bajado en algunos casos, incluido el español, pero no evita que el volumen de la deuda siga aumentando. Estamos ante un proceso suicida en el que sistemáticamente se gasta más de lo que se ingresa y se cubre el desfase con más y más deuda. Esto limitará nuestro potencial futuro y nos hará vulnerables ante cualquier crisis internacional, sobre todo si ésta es financiera. Esto hace que 2023 haya resultado más positivo de lo esperado pero tras él, nadie espera que 2024 sea mejor. Ni en España ni, en general, en el mundo.
Por supuesto, todos nos podemos volver a equivocar pero a día de hoy el consenso global es claro: habrá menor crecimiento económico y menor crecimiento de la inflación (pero eso no hará que dejen de subir los precios, claro), menor creación de empleo (aunque por la reducción de la población activa por el envejecimiento poblacional las tasas puedan mantenerse bajas), se acabarán las subidas de los tipos de interés y quizás empiecen las bajadas (si esto ocurre seguramente sea porque los bancos centrales quieran evitar el decrecimiento económico) y la geopolítica seguirá muy complicada, estando el foco político principal en las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre.
La caída del empleo
En cuanto a España, y aunque se sigue confiando en hacerlo mejor -en términos de crecimiento- que la mayoría del resto de miembros de la UE, hay señales negativas. Por el lado laboral, se ralentiza la creación de empleo, los nuevos puestos son de menos horas, si se consideraran como parados los que no han trabajado, han buscado activamente empleo y están disponibles (cosa que no se hace actualmente) nuestra tasa de paro -la más alta de Europa- aún sería peor; la subida del SMI tendrá efectos negativos sobre el elevadísimo desempleo juvenil (el mayor coste para el empleador es una barrera para arriesgarse a contratar a alguien sin experiencia) … Por el lado de las cuentas públicas, las promesas que ha tenido que hacer Sánchez para poder mantenerse en el poder garantizan que el déficit seguirá muy alto. Y por el lado de la inversión, nada apunta a que vaya registrarse un aumento dada la inseguridad jurídica y política en alza. Tampoco me parece que el contexto internacional (ni económico -ojo a China- ni geopolítico) ayude. Firmaría ahora mismo que en 2024 la economía española crezca la mitad que en 2023. Así están las cosas.