El pasado miércoles 22 fue un día festivo para quien les escribe. Acompañado por amigos y amigas presentaba mi primer libro, flanqueado por tres grandes personas a las que admiro, el ministro Sevilla, Toni Roldán, portavoz de Economía en el Congreso por Ciudadanos y por Marta García Aller, periodista de El Independiente y de Onda Cero. Este libro, “El Empleo del Futuro” es el resultado de no solo unos cuantos meses de investigación y estudio, sino de casi dos décadas de lecturas y análisis. Como principal mensaje del mismo, el libro trata de contar en lenguaje divulgativo pero con argumentos y base académica lo que uno cree que se debe debatir sobre qué nos depara el cambio tecnológico en algo tan importante para todos nosotros como es el empleo.
En la presentación traté de explicar que el libro, ante todo, es una oda a la imaginación en dos materializaciones, una positiva y otra negativa. Imaginar, pensar, crear y utilizar conceptos para generar lógicas abstractas es una cualidad humana, dado que en el caso en el que algunos animales hayan logrado alcanzar algunos niveles, ninguno es capaz de llevarlo al límite como el ser humano lo puede hacer. La imaginación nos permite crear mundos, imaginarnos otras realidades y, en algunos casos, planear cómo cambiar el actual si intervenimos en él.
La Inteligencia Artificial general (IA-general) es más objeto de ciencia ficción que de realidad científica, al menos de momento y por mucho tiempo
La imaginación es previa a la creación de arte, al desarrollo de hipótesis y modelos cinetíficos o a la materialización de nuevos productos o máquinas. Los dos Steve (Wozniak y Jobs) unieron sus imaginaciones y talentos para pensar qué se podría lograr si conseguían crear un ordenador manejable por cualquier madre y padre de familia. Albert Einstein imaginó sobre la relación espacio-tiempo mientras cada día cruzaba Berna y se topaba con la torre del Reloj. Picasso se imaginó el horror de Guernica y plasmó su miedo en un cuadro brutal e impactante. La imaginación es el motor y se materializa en el avance de las artes, de la ciencia y de la humanidad.
En el libro trato de explicar que es esta “versión” positiva de la imaginación lo que mueve a largo plazo a la humanidad. El cambio tecnológico exige de personas que se imaginan cosas y las tratan de poner en práctica, de pensar qué sucedería cambiando algunos de los engranajes de un modelo científico o alguna de las premisas de partida. Qué sucedería si hacemos giros copernicanos para explicar una realidad o cómo se podría encajar todo un circuito electrónico en una caja de madera. To ello, aunado, permite que hoy nos miremos reflejados a aquél hombre de hace 10.000 años y no seamos capaces de reconocer que pertenecemos al mismo mundo.
Pero sobre todo, en el libro trato de contrastar esta imaginación positiva contra otra, la que crea mundos utópicos, falsos y que, y esto es lo negativo, puede condicionar los procesos de desarrollo y avance de la humanidad. No hablo, desde luego, de ideologías nocivas y responsables de millones de muertos a lo largo de los años y siglos. En el caso concreto del libro me refiero a otras ideas imaginativas sin base o fundamento, pero que calan en la sociedad tratando de condicionar su reacción, en este caso, al avance. En el caso concreto, el libro critica con fuerza al llamado Apocalipsis Robot, esa idea peregrina que considera que en un futuro no muy lejano no habrá empleos para los humanos pues todos serán absorbidos por las máquinas.
Durante gran parte del libro trato de montar argumentos, basados en estudios e informes que analizan tanto la actualidad como también miran la historia con retrospectiva. Dichos argumentos desembocan en negar que nuestro principal problema frente a la Cuarta Revolución Tecnológica sea un mundo más parecido al reflejado en películas como Terminator que a la propia realidad que nos ha tocado vivir. De momento, no habrá, ni si le espera, un C3PO capaz de hablar millones de dialectos diferentes mientras debate sobre nosotros la probabilidad de salir airoso de una colisión o de expresar miedo o preocupación ante un ataque coordinado de una flota de “Ties”. Tampoco se espera un Hall que trate de rebelarse a la tripulación de una nave. La imaginación nos engaña al creer que esta posibilidad es inmediata, pero no lo será al menos en muchas décadas. La Inteligencia Artificial general (IA-general) es más objeto de ciencia ficción que de realidad científica, al menos de momento y por mucho tiempo.
Lejos de los miedos de Keynes, el cambio tecnológico no creará desempleo masivo, pero sí desigualdad y marginalidad para no pocas capas de la sociedad
Pero no solo eso. No podemos creer que los robots serán capaces de llevar a cabo todas las tareas que realizamos los humanos. Hay algunas cualidades propias de nuestra especie que no son reproducibles por circuitos: la empatía, la creatividad, etcétera, son algunas de las que permanecerán en el ámbito exclusivo de nuestra estructura mental. Además, y más importante, tanto robots como en especial la IA-estrecha, aquella que hoy reconocemos en nuestros dispositivos y máquinas, vendrán en muchos casos a echarnos una mano, o una articulación, a complementarnos, pero no a darnos un codazo y apartarnos del camino.
Dicho eso, el libro no representa una ingenuidad optimista y positivista. Nada más lejos de la realidad. El objetivo final del mismo es sencillo: olvidemos esos futuribles más propios de una novela de Asimov y centrémonos en los verdaderos problemas que ya han llegado, en aquello que sí deberemos temer. El cambio tecnológico, muy lejos de los miedos de John Maynard Keynes, no creará desempleo masivo, sino desigualdad y marginalidad para no pocas capas de la sociedad, como ya hizo en otras ocasiones. Aceptemos esto y trabajemos duro para que al final, temamos solo al miedo, y así conseguiremos que los beneficios que provoca el cambio tecnológico superen con creces a sus costes.