Hace un par de años, Pablo Iglesias le regaló 'Juego de Tronos', en un gesto de revolucionario adolescente. Ahora pretende incluir en el CIS una pregunta sobre el Rey. A falta de referéndum sobre la República, buena es una sesión de ‘máster chef’ demoscópico oficiada por Tezanos. Son días convulsos para la Monarquía. Un bombardeo en toda regla. Una sucesión de embestidas que pretenden hacer tambalear uno de los pilares básicos de nuestro edificio constitucional.
Algunas han pasado inadvertidas. Por ejemplo, el capítulo que Podemos coló de rondón en su acuerdo presupuestario con el PSOE. En la cabecera del documento, suscrito por Sánchez e Iglesias, el logo del Gobierno y el del partido populista. De igual a igual. Lo nunca visto. Transmitido en directo por TVE y con pretensiones de solemnidad. “Modificar los artículos del Código Penal que hacen alusión a los delitos de ofensa a los sentimientos religiosos e injurias a la Corona”. Barra libre a raperos, tuiteros, blogueros y demás gente de la ‘cultura’. Injuriar al Rey dejará de ser delito. “Libertad de expresión”, dicen algunos. “Una anécdota”, remachan otros.
La misma mañana en la que se sellaba ese pacto, el Parlamento catalán aprobaba, a impulsos también de Podemos, “la abolición de una institución caduca y democrática como la Monarquía” y la condena del discurso de Felipe VI del 3 de octubre. Iglesias, de nuevo, esta vez a través de su franquicia regional, ejerciendo de ariete de los independentistas. El báculo de Sánchez, el sostén del PSOE, se pavoneaba en Moncloa de su condición de socio preferente del Ejecutivo al tiempo que lanzaba un estruendoso zambombazo contra la Corona desde la sede del Legislativo catalán.
La secesión catalana chocó contra el muro de las palabras del Rey y la acción de la Justicia. No se lo perdonan
Quieren arrasar con la Institución, derribar al Rey, resucitar aquella República que con tanto entusiasmo admira Zapatero, que quizás hace suspirar a Sánchez y que anhelan Puigdemont y su pandilla. Ya no hay disimulos, no hay ambigüedades ni medias tintas. La secesión catalana chocó contra el muro de las palabras del Rey y la acción de la Justicia. No se lo perdonan. Quim Torra, en su delirante naufragar, incluso “rompió relaciones” con la Casa Real.
El bloque independentista, raquítico y rancio, reaccionario y supremacista, se afana en tumbar la Monarquía como primer paso para destruir nuestro ordenamiento constitucional y, finalmente, desintegrar España. Es su único proyecto político. No cabe otro en esas neuronas deshilachadas. Sánchez, obsesionado hasta el paroxismo con su permanencia en el poder, no parece muy preocupado con ponerle freno a la embestida. Casi a regañadientes, por medio de la vicepresidenta Carmen Calvo, presentaba un recurso ante el Tribunal Constitucional tras varios días de tironeos internos, supuestamente jurídicos. "El Rey ya no pinta nada en Cataluña", respondía la número tres de la Generalitat, Elsa Artadi.
La Constitución se puede reformar. Incluso reescribirla. Pero desde la ley. A lo que estamos asistiendo es a una especie de intento de voladura descontrolada de sus cimientos. Empezando por el vértice, la Corona. El Rey desarboló el golpe pero no al secesionismo, que permanece vivo, alentado por el balón de oxígeno que, periódicamente, le suministran desde Moncloa.
Pedro Sánchez, de vez en cuando, recuerda que existen las leyes y hasta la Constitución, pero urde con los secesionistas, bajo cuerda, una serie de contrapartidas a cambio de un respaldo a sus Presupuestos. Hay en marcha un proyecto de referéndum (le dicen de “autogobierno”) y un rosario de indultos en la trastienda. Y un tripartito con Podemos y ERC en el taller de costura.
La Constitución se puede reformar. Pero desde la ley. Estamos asistiendo a una especie de intento de voladura descontrolada de sus cimientos
La Fiscalía General del Estado en contra de lo que algunos pretenden, se mantiene firme y en su sitio. Su titular, María José Segarra, está haciendo honor al cargo y a sus responsabilidades. El Tribunal Supremo mantiene su firmeza frente a los cimbronazos permanentes de que es objeto desde todos los frentes. Delito de rebelión y, al menos, quince años entre rejas. Una sentencia casi anunciada. Y Trapero, en el mismo saco que los cabecillas de la asonada.
En Zarzuela se analiza con preocupación el panorama. Vista desde arriba, como la cámara de John Ford sobre el Monument Valley, la situación parece haber mejorado. El golpe fracasó y los golpistas están divididos. Con la cámara a ras de suelo, es otro el paisaje. Turbio, arracimado, crispado y con pocas salidas.
¿Quién defiende al Rey? La monarquía resultó malherida en los postreros años del anterior reinado. Lucha ahora por sobrevivir. Casado y Rivera intentan, no sin esfuerzo, apuntalarla. Pero no están en el Gobierno. Las intenciones de Sánchez son otras. Se vio claramente con su patinazo en Palacio. Lejos de asumir su torpeza, objeto de rechifla en media España, forzó a Zarzuela a entonar un candoroso mea culpa. ¿No debió haber sido al revés? “Es bueno lo que acaba bien”, apuntaba Spinoza. Que así sea.