No se trata del ardor guerrero recogido en el Himno de Infantería ni tampoco del ardor estomacal. Tampoco es el ardor de la pasión amorosa que describió Nabokov. Hablamos del ardor indignado que la alcaldesa de Barcelona ha sabido aprovechar políticamente en beneficio propio.
Ni es independentista ni chavista
El fenómeno que representa Ada Colau no puede desligarse del auge de los populismos de diverso signo que han crecido a raíz de la crisis económica de la que aún estamos reponiéndonos. Amamantada en una de las múltiples asociaciones subvencionadas por los socialistas – algún día habrá que analizar como el PSC y el PSOE criaron a expensas del erario público tamaños monstruos – la alcaldesa de Barcelona es el paradigma de la vieja política, por más que ella pretenda ser lo nuevo.
Tiene todos los defectos de aquel viejo PSUC estalinista y ninguna virtud de la social democracia contemporánea. Pertenece a una generación a la que Enrico Berlinguer, padre del eurocomunismo, les parece un traidor revisionista, Willy Brandt, Olof Palme o François Mitterrand unos lacayos del capital y Europa un nido de liberales aprovechados, de masones corruptos y de fascistas emboscados. Tiene Colau una ideología que lo es por oposición, pero sin proponer nada: anticapitalista, antieuropeista, antiamericana, antiespañola, antisocialista, anti todo lo que no sea lo suyo. Pero ¿qué es lo suyo? A juzgar por los años que lleva al frente del ayuntamiento de Barcelona, nada. Lo repito, nada. Estando en minoría, todos los intentos que ha realizado para llevar a cabo sus peregrinas ideas – fundamentalmente, colocar a familiares y correligionarios y promover estructuras imposibles de llevar a cabo – se han ido estrellando una y otra vez contra ese muro irrompible que se llama realidad.
Miquel Iceta prefiere que gobierne Colau o las CUP antes que sentarse a pactar con C's"
Lo que nadie comprende es como los socialistas se han prestado a darle apoyo, comentaba en una tertulia privada un concejal de la oposición en el ayuntamiento. Si se comprende. Los antaño todopoderosos dirigentes del PSC no saben vivir fuera de la moqueta y el despacho oficial. Dicho en román paladino, no tienen oficio ni beneficio, como Ada Colau, con la que comparten algunas de sus fobias, por ejemplo, fanática filiación anti israelí. El PSC de Miquel Iceta prefiere que gobierne Colau y los podemitas en Barcelona o las CUP en Badalona, antiguos feudos suyos, antes que sentarse a pactar con Ciudadanos y ya no digamos con el PP. Gracias a esa impericia política los indignados han conseguido apoltronarse en cargos y sueldos que jamás hubieran soñado. Personas que se han caracterizado por hacer vídeos de porno feminismo o performances como orinar en la vía pública gozan ahora de cargos oficiales. Ni que decir tiene que los votantes de Colau no son personas que hagan ninguna de las dos cosas, pero simpatizan con el falaz mensaje antisistema de unos personajes que, curiosamente, hace años que viven de él vía jugosas subvenciones y mamandurrias.
En ese juego al despiste que practica Colau, no hay que negarle el mérito a esa actriz de segunda regional, se enmarca la postura de los Comunes, los suyos, respecto a la independencia de Cataluña. Difiere poco de la que mantiene Pablo Iglesias y se resume en una frase: todo lo que sea cargarse el sistema democrático emanado de la Constitución, la monarquía parlamentaria y las democracias europeas nos viene bien. Es la antítesis de la política sensata, la eficaz, la que resuelve problemas. Su única idea es destruir, demoler, dejar que todo se hunda para poder emerger como salvadores de una patria en la que no creen.
Por eso los separatistas, a pesar de no fiarse del todo de ella, la utilizan como ejemplo de la transversalidad del proceso, un proceso que está agonizando en medio de la crisis económica e institucional más grande que ha padecido Cataluña desde el inicio de la guerra civil, esa guerra a la que tanto les gusta referirse a Colau y los suyos.
Cómplice necesaria
Colau ha suspendido durante dos días la actividad municipal en señal de protesta ante la detención de los dos Jordis, ya saben, el de la ANC y el de Ómnium; Colau habla de presos políticos, habla de Otegui como un ejemplo, habla de las terribles cargas policiales del 1-O, de atentados sexuales en el transcurso de las mismas, de heridos, de persecución política, de instrumentalización de la justicia por parte del gobierno de España. Lo mismo que dicen Carles Puigdemont y las CUP, letra por letra.
Ese balón de oxígeno que le viene por la izquierda al Govern es de un valor incalculable. Porque en todo este lío se omite en muchas ocasiones un dato fundamental: no es que en Cataluña, y ya no digamos en Barcelona y su área metropolitana, existan tantos independentistas, lo que existe es un sentimiento anti PP notabilísimo, que se extiende desde el separatismo hasta el socialismo. Ahí es donde se apoyan Puigdemont y los suyos. El anti socialismo pujolista, viejo y arraigado en la mesocracia catalana, calafateado por el funesto Pacto del Tinell que desterraba al PP de cualquier acuerdo en el Parlament –ojo, firmado por el mismo Pasqual Maragall-, el complejo de inferioridad de los comunistas catalanes, que creían iban a ser los elegidos del electorado tras la dictadura, y el attenttisme de no pocos intelectuales y periodistas ávidos de subvenciones y de quedar bien en público ha conformado este magma en el que Colau ha sabido pescar votos y simpatías.
¿Con quien pactará Junqueras? Con Colau y el PSC, claro"
A medio y largo plazo, el peligro real son Colau y sus gentes. Ya gobiernan en Barcelona, ganaron las últimas elecciones generales y bien puede ser que acaben en la Generalitat en unas hipotéticas próximas elecciones al Parlament. ¿Por qué hablo de peligro? Fácil: los del PDeCAT están muertos, Esquerra puede ganar pero sin mayoría, las CUP acabarán sacrificadas por los mismos que ahora lanzan a Puigdemont al altar de lo sacrificios. ¿Con quién pactará Oriol Junqueras o quien le suceda? Con Colau y el PSC, claro.
Es en ese Tripartito en el que hay que buscar los males que pueden reinar en tierras catalanas los próximos años. Bajo una capa de supuesta izquierda, el proceso va a seguir imparable, paso a paso, restañándose las heridas, si ustedes quieren, pero con el mismo objetivo, que es la independencia. Quizá alguien objete que el PSC no está por la labor. Eso es inexacto. El PSC mantiene su apoyo a Colau en Barcelona a pesar de que esta haya facilitado centros para las pseudo votaciones del referéndum, fue a votar, practica el seguidismo en las campañas de intoxicación mediática de los separatistas, en fin, hace todo lo que a Pedro Sánchez le horrorizaría ver en un socio de gobierno, pero que a Iceta y a su grey de amigos les encanta. Todavía recuerdo escuchar a Jaume Collboni, concejal en Barcelona por el PSC y miembro del gobierno colauita, decir que no tenía ninguna razón para retirar el apoyo a la alcaldesa. Sin despeinarse ni un solo pelo.
Ahí radica la trampa que el separatismo está cultivando en silencio y poco a poco. No deberíamos fijarnos tanto en los manifestantes fanatizados que llevan esteladas hasta en la sopa ni en los dirigentes actuales del proceso. Eso acabará tarde o temprano. Lo que se avecina es mucho más sutil, más terrible, más perjudicial en tanto en cuanto es más perverso. Cuando la gente acuda a votar izquierdas en Cataluña habrá que decirles que está votando por la secesión de España, no por la mejora de un sistema social que es, evidentemente, injusto en muchos aspectos y requiere cambios profundos.
Cuando la gente acuda a votar izquierda en España deberá saber que está votando secesión"
Es lo más indignante de Colau y su gente, aprovecharse de la candidez y los deseos de justicia social de la población que ha padecido esta crisis en lo más hondo y vivo de sus entrañas. Esa falsedad, esa tomadura de pelo, ese decir una cosa y hacer otra – desde que gobierna en Barcelona Colau no ha bajado el número de desahucios ni mucho menos, tanto que gritaba cuando era activista de la PAH, Plataforma de Afectados por la Hipoteca -, en fin, ese teatro izquierdista de salón que solo busca el cargo, el sueldo, el poder por el poder es repugnante.
Malos tiempos para esa España y esa Cataluña que querríamos reformada, progresista, moral, justa, moderna, europea. Malos porque los que enarbolan tales banderas son los primeros en pasárselas por el forro, porque en cuestión de banderas, la de España les produce urticaria.