Opinión

Adiós a Hobbes

Me informa un amigo, que profesa en una universidad francesa, de la avalancha y ajetreo que se está viviendo en Internet con motivo de esa amnistía o barra libre, fruto de la debilidad del Poder y el oportunismo de la “antiEspaña” que nos aflige. Por

  • Miles de personas se manifiestan en Valencia contra la amnistía -

Me informa un amigo, que profesa en una universidad francesa, de la avalancha y ajetreo que se está viviendo en Internet con motivo de esa amnistía o barra libre, fruto de la debilidad del Poder y el oportunismo de la “antiEspaña” que nos aflige. Por lo visto, quiere saber la gente –este concepto tan poco riguroso, improvisado por la anemia sociológica— qué se ha dicho y dejado de decir por los sabios que en el mundo han sido sobre la amnistía, esto es, sobre el perdón, otra escurridiza noción fatalmente irreparable en un ámbito, como el nuestro, calefactado gnoseológicamente en el equívoco infiernillo cristiano en cuyo rescoldo sobrevive a duras penas el ideal de los derechos humanos.

La cultura europea se debate hace siglos entre la pulsión magnánima y las protestas de rigor, sin que haya dios capaz de componer la ilusión rousseauniana con la cruda inclemencia ni hallar esa “vía media” tantas veces fracasada. Desde Sócrates discurre la bondadosa sugestión de que la culpa o delito puede ser superada por el perdón, a pesar de la rudeza con que Platón agarrotó esa idea al proponer que no hay otro perdón posible que la indulgencia. Kant o Rousseau, Ricoeur o Hanna Arendt, han danzado para acá y para allá en esa pista resbaladiza de la que el hombre occidental parece incapaz de escabullirse.

No cabe perdón si no se pide con arrepentimiento acompañado de garantías de futuro, no cabe pactar con quien no ofrezca signos de aceptación

Signos de aceptación

Pero hay excepciones y propongo ahora una, bien sencilla por cierto, y es la que ofrece Hobbes en el De Cives desde su honda experiencia. Fíjense qué sencillo y que fácil de aplicar a nuestra disparatada amnistía: no cabe perdón si no se pide con arrepentimiento acompañado de garantías de futuro, no cabe pactar con quien no ofrezca signos de aceptación. Sólo el que tras la culpa pide la paz merece que se le otorgue porque la que se concede al oportunista no es paz sino miedo. ¡El miedo, ese argumento definitivo en que se funda el pacto social! No es lícito amnistiar a quien se proclama contumaz. Y por supuesto, no se trata exclusivamente de un problema de legalidad porque es claro que atenuar regaladamente el rigor de la ley, lejos de significar benevolencia o simular filantropía, no hace más que fomentar el delito. Es cierto que Platón predicaba la clemencia y benignidad, pero no lo es menos que, frente al grave delito contra la polis, recomendaba nada menos que la pena de muerte.

Poco va a resolver Internet los escrúpulos de la buena intención, incluso descontando la infamia que supone, en este caso, la realidad del chalaneo gubernamental que, como sostenía Nietzsche no es otra cosa que debilidad disfrazada. La de un Gobierno sin otro apoyo que el que le regatean a cara de perro quienes como él no tienen otro remedio que el que les renta el trapicheo.

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