Las sutilidades han perdido la partida. Ahora se denuncian todos los tabús, los engaños y las desigualdades, lo que vende es la indignación del día y nos deslizamos en ella deshinibiéndonos. Es el modelo de intelectual que nuestro tiempo ha elegido. A nadie le importa ya lo que pensaban verdaderamente los difuntos pensadores. Solamente recurrimos con habilidad a ellos para que ratifiquen nuestras opiniones y la causa que apoyamos. Hemos convertido a figuras intelectuales en guerreros al servicio de nuestra guerra cultural.
También nos interesa más la actualidad internacional si con ello podemos arrimar la sardina a nuestra ascua. Aquí tenemos también el extremo de quienes, cuando el paralelismo entre su causa política y el tema de actualidad del momento no existe, recurren a comparaciones estrambóticas. Es el caso de Jordi Gracia, subdirector de opinión de El País, que recurría a la similitud entre los talibanes y la historia de España. El autor reconoce que los paralelismos históricos suelen ser tramposos y casi siempre interesados, pero, en su opinión, la sociedad española dispone de una experiencia histórica reciente, el nacionalcatolicismo, comparable al caso de los talibanes Afganistán.
Quienes no dudan en sacar el comodín resobado del franquismo parecen cada vez más desconectados de la realidad histórica y presente
Así se explica que muchas mujeres en España, dice el autor, se identifiquen con la situación de las mujeres afganas. Debemos, dice Gracia, “evocar la impotencia que nuestras mujeres mayores nos han contado en casa”. Llama la atención la facilidad que tenemos los españoles para convivir en universos paralelos, y no me refiero a una brecha generacional, sino ideológica. Quienes no dudan en sacar el comodín resobado del franquismo parecen cada vez más desconectados de la realidad histórica y presente. Ahora los intelectuales no tienen que rendir cuentas de lo que escriben; bajo los efectos del combate contra los enemigos todo adquiere sentido, ningún Tribunal de la historia nos contempla. Este tipo de místico intelectual reina omnipotente e indiscutible, dicta su ley y no responde ante nadie.
El modelo de nuestro tiempo es el analista político y del campo de las ciencias sociales, que se ha desplazado a las humanidades, cuya esfera no deja de estrecharse. Este relevo tiene una indudable rentabilidad a la hora de dar la batalla cultural, pero al mismo tiempo se pierde es el sustrato que hacía que la cultura se mantuviera en pie, junto con la calidad de visión. Escribimos para dar la batalla de las ideas aunque tengamos que recurrir a artimañas desesperadas y manipular las palabras. Para ilustrar este último caso, basta con leer un artículo reciente en el WSJ, donde se habla de un posible conflicto entre Estados Unidos y China. "Las relaciones entre China y Estados Unidos se están deteriorando rápidamente y pueden conducir a una guerra”, decía en tono desafiante el artículo. Y lo encabezaba un vídeo en el que Friedman comenta que solo la democracia, esto es, Estados Unidos, puede garantizar las libertades económicas.
Sin embargo, en uno de sus libros más conocidos, Capitalismo y libertad, Friedman rectifica en el prólogo de 2002 su postura ideológica en este punto: "A lo largo de estas líneas, me parece que el principal defecto del libro es un tratamiento inadecuado del papel de la libertad política, que en algunas circunstancias promueve la libertad económica y cívica, y en otras, inhibe la libertad económica y cívica”. Lo justo sería hablar de la valiente rectificación de Friedman en 2002 que aporta tras conocer la situación de las libertades económicas en algunas democracias. En lugar de someter, como antes, el análisis de un pensador a la luz de los hechos, y analizar el estado presente de nuestras libertades democráticas, los voceros acometen la empresa de emplear la autoridad de los muertos para sostener sus imposturas intelectuales.
¿Son los intelectuales de hoy unos farsantes? ¿Son cínicos? ¿Son los nuevos curas maestros, portadores de la palabra revelada? No, son víctimas de ellos mismos, creen que lo que dicen es cierto y solo escuchan opiniones que refuercen sus opiniones. Es un ejercicio de reafirmación diario, que les mistifica y acaba minimizando y ocultando los detalles prosaicos, la historia, y el mundo real. Es normal sacar a éste u otro autor, o tema de actualidad, para que sostenga las cuestiones políticas, sociales o societales del día, para hablar de los nuestros y colocarnos el pin de los derechos humanos y del buen pensamiento correcto. Si empezamos a debatir así con los siglos, acabaremos viviendo en un universo de buenísimos versus malísimos. Basta. Nos encontramos tirados en la poza de la guerra cultural y asistimos al apoltronamiento de la conversación, y no será tirándonos a nosotros mismos de los pelos como haremos las paces con la historia y con la realidad del presente.