Opinión

'Ahogados, el musical', o cuando el entretenimiento asfixia al arte

Cuando el arte no responde a las preguntas sobre la existencia humana si no a intereses de mercado, corremos el riesgo de perdernos entre la masa

El auge del teatro musical, sobre todo en estos tres últimos lustros, supuso el alzamiento de una industria crepuscular, al menos en España. Una generación creciendo al amparo de películas como La Sirenita o El Rey León, en la década de los 90, ávida de recordar aquellos títulos con su progenie, fue el pistoletazo de salida para una carrera, cada vez más imparable, de este género teatral. 

La convivencia entre los distintos tipos de artes escénicas nunca ha sido un problema; de hecho, podría decirse que hasta ha sido buena. Ópera, danza, teatro, teatro musical, industria del entretenimiento en general, han gozado, con sus vaivenes, de un notable crecimiento y su coexistencia se retroalimentaba.

El paréntesis de estos dos años que la pandemia ha devorado a todos los niveles paralizó el sector que, a base de esfuerzo y sacrificio comienza a desbloquearse. Hasta aquí todo normal.  De hecho, lo mismo podría decirse de otras muchas industrias. 

Pero pongámonos ahora en el contexto de una gran ciudad como Madrid a la vuelta de un caluroso verano. Septiembre todavía apoltronado hace frente a una vuelta al cole repleta de estrenos musicales; Cantando bajo la lluvia, Los chicos del coro, el musical, Malinche, Matilda, el musical, La historia interminable, el musical, Lavar marcar y enterrar, el musical, Los puentes de Madison, el musical, Charlie y la fábrica de chocolate, el musical, Alladin, el musical, Tina; títulos que se añaden a la larga lista de los veteranos como El Rey leon, We Will rock you”Mamma Mia o Dirty Dancing.

En el transcurso de apenas seis semanas los teatros madrileños se han colapsado bajo el título de “…. El musical”, algo difícil de canalizar incluso en el mejor de los escenarios, valga la redundancia del dicho.

¿Qué consecuencias ha tenido en la todavía debilitada red del Off Madrid? Que ha habido un desplome total en las ventas. Septiembre y octubre ha sido un infierno para las compañías que, incapaces de competir con el teatro de “marquesina”, se atrincheraba en salas pequeñas para sobrevivir. Si bien estamos hablando de dos públicos diferentes, la oferta ha sido tan abrumadora, que sin duda se ha hecho sentir. 

El tejido cultural del teatro off, o teatro independiente, está todavía poco arraigado en Madrid, frente a ciudades como Barcelona, en donde sí hay un saludable ambiente cultural, y aunque se han realizado esfuerzos por parte de las administraciones públicas, las salas distan mucho de ser lo esperado. Se mercadea con las compañías en una suerte de “escenario caliente”, en el que las funciones no pueden durar más de una hora porque a la siguiente ya viene otra. Los camerinos ven pasar ante sus espejos las caras de actores y actrices que son, en último término, los que están sosteniendo la alternativa cultural con su sacrificio por amor al arte.

Está claro que una obra de teatro debe bastarse a sí misma para encandilar al público y que como dice Anne Bogart, famosa directora de teatro estadounidense, “en un mundo mercantil no somos únicamente artistas, sino también productores”. Pero también es cierto que no dar espacio y visibilidad al arte del teatro nos hace correr el riesgo de entrar en una dinámica utilitarista de la cultura que sumergida en el consumismo y en las redes sociales adormece el espíritu. 

“Hay que devolver el teatro a los actores” afirma otro grande del teatro, Tadashi Suzuki. Esta frase no debería ser sólo un anhelo. El teatro musical no tiene que ser una amenaza ni amedrentar las esperanzas de continuidad de un teatro vivo y sintiente a la realidad de su tiempo. Pero conviene alzar un poco la voz sobre este tema, para que al menos sea un tema de reflexión.  Cuando el arte no responde a las preguntas sobre la existencia humana si no a intereses de mercado, corremos el riesgo de perdernos entre la masa.

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