Cuando el proyecto carece de fuerza o apunta a su extinción, cuando ha perdido la confianza en sí mismo y en aquellos que deben ser los protagonistas de un mañana mejor—es decir, todos y cada uno de los españoles—, el recurso suele ser el optar por “posiciones transversales” en lugar de solidez intelectual y moral, por “no meterse en líos” en lugar de innovar y reformar, por una visión estable, sí, pero gris de nuestro futuro, que deja insatisfechos a tantos que desune, desmotiva y desmoviliza.
Los proyectos políticos no nacen de la nada, aunque es cierto que algunos de ellos encarnan la nada. Nacen de aquellas personas que los lideran. Esto no siempre resulta obvio, porque uno de los objetivos básicos de los líderes de cualquier proyecto político es que sus posiciones sean consideradas como las posiciones no solo de su partido, sino las posiciones de un espectro político amplio; pongamos por caso, el centro-derecha en España. Con esto tratan, por un lado, de ganar legitimidad—revirtiendo la ecuación: nosotros somos los que mejor representamos estas ideas que son las del centro-derecha moderno, de hoy en día, y por lo tanto debemos liderar a todo el grupo—y, por otro, de marginar corrientes alternativas—si los líderes actuales representan la sensibilidad política de la calle, lo fetén, cualquier otro proyecto será antiguo, desconectado de lo que “la gente” siente y, en última instancia, perjudicial.
El resultado de esta estrategia, que ha sido utilizada devotamente por los líderes del Partido Popular, ha sido la de conseguir que los españoles consideren que no hay opción, ni dentro ni fuera del partido, y por lo tanto que muchos electores del centro-derecha—no todos, recordemos que se perdió la confianza de tres millones de personas desde 2012—voten por el PP. Pero, ¿ha tenido también éxito la estrategia de asimilar las posiciones de los líderes del PP con lo que esos electores, y muchos otros, realmente creen que debiera ser el centro-derecha en España? La respuesta parece negativa: como escribía Isabel Benjumena recientemente, el centro-derecha sabe que con la actual dirección del partido, está ante un mal menor.
Esto, que pudiera parecer un problema, en realidad representa una muestra más de la vitalidad del centro-derecha y de la fuerza de la libertad como principio rector de nuestra sensibilidad política. Muchos simpatizantes, afiliados y cargos del PP son conscientes de que algo no cuadra; no se sienten cómodos; son ambiciosos, saben del potencial de España y quieren más: sueñan con cambios.
Descuiden. Estos cambios no ocurrirán en el 18 Congreso del PP que se iniciará el viernes en Madrid. Pero a pesar de la ausencia de crítica, alternativa orgánica y debate en profundidad, el alma liberal-conservadora del centro-derecha estará presente. En los pasillos, en los cafés, en el ocasional puñado de votos en contra de una moción, e incluso en alguna ponencia.
La Red Floridablanca también estará presente para recordar a todo el mundo que es posible un proyecto político mejor. Un proyecto que, en primer lugar, apuesta por principios y valores sólidos, como el derecho a la vida, la libertad individual, la igualdad ante la ley, la unidad de España, la separación de poderes, la tolerancia y la solidaridad. La limitación y clarificación de estos principios y valores es fundamental a la hora de tener unas prioridades que guíen el accionar político. Sin brújula, o con una brújula como la actual que apunta en todas direcciones, es difícil encontrar el camino que lleve a hacer de España un país mejor. También es fundamental que todas las sensibilidades políticas del centro-derecha se sientan reflejadas en estos principios y valores, que el Partido Popular vuelva a ser la “casa común” del centro-derecha. Este es el sentido de una de las cuatro enmiendas que he presentado a las ponencias que se debatirán en el Congreso del PP.
Cuanto más capaces seamos de unir esfuerzos, más talento atraeremos a nuestro equipo y mejores ideas políticas tendremos para mejorar la sociedad. Las ideas tienen que ser realizables, y ser consecuentes con los principios y valores que las inspiran, pues si no lo son pierden su raíz y por lo tanto su ímpetu vital. De ahí que haya insistido en la segunda de mis enmiendas por recuperar el buen juicio de nuestros padres: el ahorro es fundamental para el futuro. La cigarra y la hormiga, ¿recuerdan? La actual legislatura está determinada por el diálogo necesario entre los distintos grupos parlamentarios en el Congreso de los Diputados. Sin embargo, los acuerdos no pueden desdibujar los compromisos que ha adquirido el PP con los ciudadanos y que son, por otra parte, fiel reflejo del ideario tradicional del Partido Popular. Por ello, es necesario que esos acuerdos se rijan por los principios de austeridad y contención del gasto público.
Si es mejor que las políticas tengan por fundamento robustos principios, ¿por qué no establecer mecanismos de evaluación para asegurar esta continuidad entre la teoría y la práctica? Me complació comprobar que mis compañeros de partido encargados de la redacción de la ponencia política y de estatutos, habían introducido un sistema de evaluación de la gestión de los cargos públicos ante los afiliados del partido de su respectiva circunscripción. Para pasar de una mera declaración ante los afiliados sobre la gestión que el cargo público desempeña a una verdadera evaluación, he propuesto reforzar este mecanismo en línea con lo que la propia ponencia indica en su preámbulo, al señalar que “queremos poner de relevancia cuál es nuestra ideología y blindar bajo cumplimiento normativo la defensa, en primera persona, de nuestros principios y valores". Así, los cargos electos deberán mostrar que en su desempeño están respetando los principios y valores del partido, particularmente los relativos al núcleo del ideario liberal-conservador al que antes he hecho referencia.
Finalmente, el proyecto político del Partido Popular debería tener una visión honesta, al tiempo que esperanzadora, de a dónde queremos llevar a España. Nuestro futuro pasa por el refuerzo de la democracia liberal, no por el nacionalismo ni por el populismo. Para ello, debemos tener la capacidad de mostrar que nuestros principios y valores, articulados a través de acciones políticas sensatas, son la mejor apuesta por la prosperidad de toda la sociedad española. Para eso, es necesario entablar un diálogo—admitir preguntas y críticas—y perseverar en el mismo—no solo durante la campaña electoral—. Por eso, la última enmienda que he presentado pone el énfasis en el proyecto político para España y en la participación de los afiliados a través de los Congresos. Si se pretende estar cerca de la sociedad y de sus problemas, un partido no puede estar cinco años—o más—sin debatir. Debe obligarse a sí mismo a salir de su cascarón, por muy cómodo y sin líos que se esté en él, y hablar. Diálogo con voluntad de buscar soluciones y nuevas metas, no hablar por hablar.
En conclusión: principios y acciones para un futuro mejor. Este es el proyecto político que debe tener España. Este es el alma del PP que, sin estarlo, estará presente en su 18 Congreso.
*Ignacio Ibáñez, Compromisario del XVIII Congreso del PP y Miembro fundador de Red Floridablanca