Con los muertos siempre se puede hacer sangre, aunque quien incurre en esta práctica suele tener mala fe. Uno de los fallecimientos que más comentarios generó en su época fue el de Paul McCartney, que sigue vivo, por fortuna, pero al que un teórico de la conspiración mató el 9 de noviembre de 1966. Como quería hacerse famoso y a los tontos siempre se les presta espacio en la prensa, el inventor de esta patraña afirmó que su sustituto en The Beatles fue un tal William Campbell, que se parecía mucho al original. Si fuera verdad lo que sostenía, se podría decir que el 'Paul falso' era mejor que el verdadero, pues habría compuesto Let it Be o Maybe I’m Amazed.
Hubo una escritora que aseguró que Elvis Presley fingió su propia muerte y que, en realidad, huyó a Argentina. A algunos no los quieren enterrar… Y a otros no les dejan descansar. Tenemos ejemplos cercanos. De tantas veces que se ha invocado a Franco por estos lares, parecería que se mantiene de jefe de Estado. O, al menos, de caudillo emérito. O de símbolo de la desunión de todos los españoles, pues le suelen mentar siempre a este respecto.
McCartney, Elvis y Franco… A unos los matan y a otros no les dejan morir, pero todos los que participan en esos juegos necrófagos tienen una raíz común, como es la de obtener rentabilidad a partir de un fallecimiento. O de la invención de una muerte.
La estrategia es muy habitual en política, donde se suele mercadear con las víctimas sin excesivo rubor, lo que deja claro hasta qué punto los partidos utilizan a los ciudadanos -con sus nombres y sus apellidos- para lograr sus objetivos particulares. Es probable que si usted fallece en unas circunstancias determinadas, ni después de muerto le dejen en paz. Valemos más como carnaza que como individuos con derechos y obligaciones. Así lo demuestran los gestores de la cosa.
Tan impresentables son quienes administran el 'bien público' que durante las últimas semanas han utilizado el cadáver de Almudena Grandes para hacer política. La izquierda supeditó el apoyo a las cuentas para 2022 del Ayuntamiento de Madrid a que el Partido Popular aceptara nombrar a la escritora 'hija predilecta' de la ciudad. Interprétese esto en su justa medida: trasladaron al alcalde Almeida el mensaje de que, o tragaba con su petición, o su proyecto presupuestario no saldría adelante.
O aceptaba la condecoración a la autora o no merecía los votos por gobernar de espaldas a la cultura y a la ilustración. Son 5.400 millones de euros cuyo destino estuvo en el aire hasta que se pactó esta medida.
Enterrar a los muertos en trincheras
El PP decidió aceptar este chantaje -y nadie le obligó, sobra decir- y la explicación de Almeida fue a todas luces lamentable: "No merece ser hija predilecta, pero tengo que aprobar los presupuestos". Sobra decir que, en mitad de este debate, hubo quien pidió una calle para Antonio Escohotado -entre ellas, Begoña Villacís-.
No quisiera quien firma este artículo entrar en los méritos que uno y otro hicieron para obtener esas distinciones, pues sería perverso pronunciarse sobre lo que es una perversión de la política. Pero conviene afirmar que resulta deleznable meter a los muertos en trincheras y plantear el eterno debate izquierda-derecha aprovechando cualquier deceso.
Pero claro, lo bueno de hacer política con quienes han pasado a mejor vida es que se pueden manejar como marionetas e incluso poner frases en su boca, pues nunca replican. Y, si lo hace algún familiar, cosa que es lógica, siempre se le puede acusar de servir al adversario. Porque si las víctimas se utilizan para librar batallas, aquí a todo el mundo se le exige que elija un bando.
Lo bueno de hacer política con quienes han pasado a mejor vida es que se pueden manejar como marionetas e incluso poner frases en su boca, pues nunca replican
Sin ir más lejos, un grupo de criminales mató a un chaval de una paliza en La Coruña y la izquierda quiso convertir su muerte en un argumento, dentro de su lucha contra las agresiones homófobas. El padre del chico -que lo acababa de enterrar- pidió que dejaran a su hijo en paz y le llamaron de todo. Las hordas digitales de esos partidos le acusaron de estar en contra de su causa. No sólo tuvo que llorar al fallecido, sino también aguantar el chaparrón de quienes siempre tienen un tablero de güija a mano para ganar votos.
No son nuevos estos comportamientos por estos lares: se han practicado por sistema, hasta el punto que, a día de hoy, se puede decir que morir en una guerra o en un atentado implica -de forma inconsciente, claro- convertirse en materia de mitin o en carnaza para ese enorme muladar plagado de tópicos que son las mesas de tertulia. Es evidente que una sociedad está muy enferma cuando un cadáver caliente se emplea para conseguir votos o favores. O para vender más periódicos. O para ganar más dinero, en definitiva. Lucrativo negocio es el de los residuos humanos.
Gobiernan mal sobre los vivos y quieren hacerlo también tras su muerte. Así debería recordarse esta España contemporánea.