Opinión

Amnistía, pantalla pasada

Fijémonos cómo ese marcar tiempos y temáticas lo sigue dominando Sánchez

  • Carles Puigdemont -

Ahora que se está poniendo de moda el estoicismo (vulgarizado y tamizado por la cultura woke) recordaré una máxima del gran filósofo y emperador Marco Aurelio: “Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad”. Desde luego, no hay que ser filósofo para entender la complejidad de la construcción de narrativas y estrategias de impacto social y político. Más allá de las normas, de las instituciones (desde el punto de vista sociológico), la política es un juego de poder. Y quien gana la partida es quién sabe escoger las batallas que hay que luchar.

La guerra, el devenir de la guerra como arte, viene determinado por tres elementos fundamentales: los recursos, el tiempo y el territorio. Si hacemos el camino inverso que recorrió Carl von Clausewitz en su obra De la guerra y consideramos que la política es el arte del poder y las estrategias son similares a los de la guerra, ¿qué elementos serían determinantes en los juegos de poder? El primero serían los recursos, no solo el dinero a disposición, también las relaciones y la capacidad de influencia en aquellos actores relevantes para impactar en el público objetivo; otro sería el tiempo, saber cuándo debes actuar, cuando debes esperar, cuando debes hablar y cuando debes callar; y, finalmente, el territorio, en este nuestro caso, estaríamos ante la competencia extrema por la atención de la ciudadanía. Como vemos, es una visión holística de los juegos de poder.

Si hiciésemos una comparativa entre la “fachosfera” y la “sanchisfera” veríamos una gran asimetría favorable hacia Sánchez y el sanchismo

Pues bien, si seguimos esta estructura vemos cómo nuestro presidente, Pedro Sánchez, es un mago de las estrategias en los juegos de poder. Como podrán observar quiénes lean este artículo, solo estoy haciendo un ejercicio descriptivo y realista de la situación, no quiero contaminarlo (excesivamente) con mi opinión personal del personaje y su obra concreta. Porque el objetivo estratégico es impactar y llamar a la acción (movilizando y/o desmovilizando) a un número suficiente de ciudadanos como para poder trasponer esa mayoría social (por muy exigua que sea) a la conformación de un gobierno, a la permanencia en el ejecutivo. Descarnadamente, el que consigue la mayoría más un voto, se lo lleva todo. Esta lógica de suma cero es una alerta, nuestro sistema institucional no puede soportar una dinámica polarizadora que destruye la esencia dialógica de la democracia. Estamos en territorio ignoto, las proyecciones no son nada halagüeñas para la salud de nuestra democracia.

Pedro Sánchez, el mago, tiene a su disposición una miríada de medios de comunicación y antenas emisoras que son los recursos básicos para poder impactar en el marco mental de la ciudadanía, si hiciésemos una comparativa entre la “fachosfera” y la “sanchisfera” veríamos una gran asimetría favorable hacia Sánchez y el sanchismo. Con lo que constatamos una primera realidad, el socialista tiene más recursos que los contrarios. Si analizamos cómo se manejan los tiempos, sin duda alguna, los hechiceros monclovitas están muy atentos a lo que ocurre, interpretan a la perfección la durabilidad de los sucesos, saben cuándo hablar y cuándo callar, es más, saben provocar que la oposición hable cuando tiene que callar y calle cuando tiene que hablar. Como observador es una maravilla la maquinaria puesta en marcha por Sánchez. Finalmente, el territorio, hablamos del marco mental de los ciudadanos, de esa visión de la realidad, de utilizar referentes, símbolos y los sustratos culturales necesarios para lograr que esa llamada a la acción se concrete, que movilice al propio y desmovilice al contrario. Esto último con todos los matices, muchas veces movilizan a los muy extremos (lo sean extremistas o no) para lograr la movilización propia.

El entorno familiar, ese es el punto débil de Sánchez. Si la oposición, llevada por ese esencialismo de tener la razón, se deja atrapar con la amnistía, se convertirá en colaborador necesario para que el presidente escape

En el concreto de las elecciones europeas, cabría preguntarse, a mi entender de forma muy ingenua, si la tramitación final de la amnistía afectará de alguna forma al resultado. Sinceramente, los socialistas han logrado que algo tan grave como decretar la amnistía para delincuentes condenados, delincuentes que trataron de romper el pacto constitucional, esté amortizado para su electorado potencial. Por mucho que nos disguste, la amnistía es una pantalla pasada en el juego de poder patrio. Imagino que habrá muchos que crean que debería ser uno de los ejes de campaña para dañar a Sánchez, ese será uno de esos errores de los que alertaba, hablarán cuando deberían callar. Fijémonos cómo ese marcar tiempos y temáticas lo sigue dominando Sánchez.

En este juego perpetuo y constante, uno de los últimos capítulos ha sido el reconocimiento de Palestina, más allá del grave error estratégico que supone y el daño-país que ello supondrá, ¿alguien cree que esta enorme cortina de humo está pensada para tapar la amnistía? Por supuesto que no, esta tinta de calamar presidencial está diseñada para ocultar y escabullirse del escrutinio público ante las informaciones que vinculan al círculo más íntimo y familiar del presidente con actividades que, como mínimo, son sospechosas. Ese es el punto débil de Sánchez, es su talón de Aquiles. Si la oposición, llevada por ese esencialismo de tener la razón, se deja atrapar con la amnistía, se convertirá en colaborador necesario para que el presidente escape (social y mediáticamente) de los verdaderos problemas que le están quitando el sueño. Reforzará el relato que le hizo ganar esa batalla (por qué ganó daría para otro artículo): amnistía o ultraderecha, libertad o dictadura, republicanos o nacionales, amor frente a odio.

Espero que la oposición se quite de encima la pátina esencialista que solo sirve para contentar a los convencidos y miren más allá de sus propios marcos autorreferenciales. Tener la razón y perder el poder es una muy mala jugada.

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