Decía nuestro Gracián que no hay monstruosidad sin padrinos, y es sentencia que no puede dejarse de recordar a la vista del horrendo retrato de la sociedad española que nos ha dejado entrever la detención del líder de “Manos limpias” y el presidente de una asociación supuestamente destinada a defendernos de la Banca, que, al parecer, era su jefe, como responsables de un aparatoso y chapucero entramado de extorsión oculto tras lo que ha podido pasar durante años por ejercicio de una voluntad idealista de defendernos a todos frente a los abusos de los poderosos.
Lo tremendo del caso no es que unos facinerosos hayan escogido la más honorable de las fachadas para perpetrar sus golfadas
Lo tremendo del caso no es que unos facinerosos hayan escogido la más honorable de las fachadas a su alcance para perpetrar sus golfadas, cosa que está dentro de la lógica porque los verdaderos sinvergüenzas no suelen agruparse en sindicatos con ese nombre, sino introducirse en instituciones y ambientes de suma respetabilidad, no son tontos. Lo espeluznante es que buena parte de los supuestamente extorsionados han colaborado con esa siniestra y grotesca máscara de defensa de los más débiles, y que algunos jueces parecen haber condenado a alguno de los valientes que se atrevieron a denunciarlos ante la Justicia, posiblemente a cambio de unos miles de euros por impartir unas conferencias en las que pudieran presumir de lo importante que resulta su labor para que el progreso se afiance y todos podamos sentir el amparo de las instituciones.
Hacienda al acecho
En una muestra más de que la arbitrariedad es el verdadero régimen del que disfrutamos, se ha hecho saber al respetable que un expresidente, al que de manera lamentable no han podido empapelar con el momio panameño, ha sido sometido por las fuerzas de Montoro hasta haber pagado el último céntimo y las sanciones correspondientes, donosa demostración de que aquí la ley es igual para todos. Un país en el que la Hacienda pública deja que corran afirmaciones sobre las cuentas de un particular, que no un cualquiera, es una anormalidad, pero aquí el ministro del ramo se permite administrar moral cívica a propósito del caso. Vale la pena pensar en que si esto lo ha consentido un Gobierno en funciones, qué no será capaz de hacer al abrigo de una sólida mayoría parlamentaria, y aunque ahora ese supuesto esté muy en el aire, hay que recordar como, en efecto, el señor Montoro ha hecho toda clase de barrabasadas con nuestro dinero para, al final, quedar en nada.
El poder refleja lo que somos y, para nuestra desgracia, apuesta muy habitualmente por afianzarlo
Los políticos espejo
En el mismo Criticón, se refiere también Gracián a la experiencia del común que se adentra en corte y dice que “salió de Madrid como se suele, pobre, engañado, arrepentido y melancólico”, de manera que no es de ahora esa impresión tan española de que quienes nos gobiernan van a lo suyo y les importa un bledo lo del común. Claro es que no se trata de un vicio que afecte sólo a los políticos que, comparados con los facinerosos que acabamos de conocer, casi podríamos considerar como unos santos que se dedican a cuidar unos de otros y a hacer obra pública en su provincia para provecho general. No es así, evidentemente. El poder refleja lo que somos y, para nuestra desgracia, apuesta muy habitualmente por afianzarlo, dice querer cambiarlo todo para que todo siga siendo lo mismo, lo que les ha llevado a donde están.
El hecho de que unos individuos hayan podido extorsionar durante años a cientos de personas, empresas e instituciones, sin que nadie haya podido hacer nada mínimamente eficaz por acabar con ello, pone de manifiesto que la hipocresía es nuestro verdadero vicio, más aún que la envidia, con la que tanto comparte. Ha tenido que llegar su atrevimiento a los bajos de la Zarzuela para que algo se haya puesto en marcha. Es obvio que nada de esto sería posible sin la clase de Justicia que tenemos, y, naturalmente, sin que los Gobiernos hagan otra cosa que dedicarse a lo suyo dejando que el país real se parezca cada vez más a su caricatura oficial, a la mentira sistemática. Si se llama sociedad civil a quienes procuran vivir al amparo de tanta mierda administrativamente adornada, hay que reconocer que es extremadamente débil, y que, en nueve de sus diez partes acaba por convencerse de que lo mejor que le puede pasar es llevarse bien con los de arriba, haciendo real el dictamen de Miguel de Espinosa en Escuela de mandarines cuando definía la resignación como la naturaleza del Pueblo y la política como la simpatía que el Poder siente por sí mismo.
Podemos estar al borde de una situación surrealista, el mismo escenario con idénticos resultados, y habiendo perdido en conjunto un fuerte porcentaje de la legitimidad
Vísperas de nada
No es que estemos en días de mucho, conforme al refrán, pero, en política, estamos muy cerca de llegar a la nada. La entereza suicida con que la que la generalidad de los partidos ha apostado por la repetición, una palabra realmente reveladora, de las elecciones, puede que no sea todavía percibida como la prueba de rigidez, impotencia y antipolítica que realmente es, pero si se confirma lo peor, si nadie ofrece algo distinto a lo que se nos sirvió en diciembre, podemos estar al borde de una situación surrealista, el mismo escenario con idénticos resultados, y habiendo perdido en conjunto un fuerte porcentaje de la legitimidad que se supone existía en un Parlamento que, supuestamente, había sido llamado a cambiar los defectos y a suplir las carencias de los mayoritarios. Si queremos conservar un adarme de optimismo, hay que suponer que vamos a aprender mucho con unas nuevas elecciones, pero hay que temer que, lo mismo que el electorado ha tardado mucho en castigar la corrupción, los españoles no quieran ser menos rigurosos y rígidos que sus representantes y jueguen a imponer mediante la repetición tozuda de su voto un escenario de pesadilla, un hemiciclo en que Rajoy caiga en la cuenta de que no tiene votos suficientes y se apunte a otro medio año en funciones, en el que Sánchez vea un cambio al que no le salen las cuentas, y así sucesivamente hasta que el calco afecte a los 350.
Siempre pensé que no habíamos hecho del todo mal las instituciones, y que nuestro fallo estaba en una cultura política absolutamente antiliberal, muy dogmática, rígida, deficiente y alejada de la realidad común, pero es tan grave y radical que parece dispuesto a llevarse por delante la legitimidad del sistema hasta dar la razón a los más críticos, a los que lo denuncian como una superchería, tamaña es la irresponsabilidad general. No nos consolemos con que apenas queda una semana de insolente pereza e irresponsable indecisión, si alguien no cambia pronto la partitura, el año se nos quedará corto para despachar tamaño desaguisado.