“Somos aves de paso en las organizaciones”. Quien lo suscribe es Carlos Torres. Un hombre pegado a una misión. Lograr la transformación digital de BBVA. Conseguir hacer banca desde la nube. Dar forma al ideario de Francisco González. Un encargo complicado cuando lo tradicional y lo futurista conviven en acertada simbiosis. Con los clientes dando saltos del móvil a la sucursal (y viceversa) en función de sus necesidades. Lo primero aporta comodidad y servicio en el día a día. Lo segundo, la oficina, aporta valor y genera confianza. El buque de BBVA, como el del resto de entidades, ha girado descaradamente hacia esa incógnita que es todavía la digitalización bancaria. Se esgrimen estadísticas para defenderla. De hecho, la transaccionalidad de las sucursales se reduce trimestre a trimestre. Pero también, hay mucha necesidad detrás. Cerrar oficinas es la forma más directa de reducir costes en un entorno en el que los tipos cero está ahogando la rentabilidad de los bancos.
El panorama asfixia no sólo para hacer banca. También para tomar decisiones. Más cuando a la mayoría de los bancos apenas les quedan dosis de esos semilleros de ingresos del pasado inyectados desde sus carteras industriales. ‘Dinero fácil’ cuando el negocio de prestarlo es una ruina. La maquinaria, sin embargo, no puede pararse. La entidad que haya perdido cuota cuando los tipos de interés salgan del coma (no menos de 3-4 años) tendrá otro serio problema de rentabilidad frente a la competencia. De ahí, que las entidades no paren de reinventarse para encontrar el camino hacia el oráculo.
“Todos somos aves de paso”. Carlos Torres dixit, el último viernes de julio, refiriéndose a la salida de Vicente Rodero del banco. La mano derecha del número dos desaparece en la simplificación de la estructura de BBVA. En realidad, una vuelta a un pasado reciente. Con Torres ejerciendo de Cano y Derek White asumiendo las funciones de desarrollo digital (Customer Solutions) lideradas por Torres en la anterior etapa. Con el cambio, el CEO vuelve a asumir el control directo de las principales geografías (España, México, Estados Unidos y Turquía), como hacía en su día Cano, como hasta la pasada semana hacía Rodero, en un momento de máxima tensión para Garanti. Una buena franquicia en el sitio equivocado, la Turquía actual de Erdogan, cuya deriva no asegura que no traslade su incontrolable purga al mundo empresarial y, por extensión, a la familia Dogus, los principales socios de BBVA en Garanti.
El otro guión, fuera de los cauces oficiales, que explica la salida de Rodero contiene otras escenas. Habla de desgaste en la relaciones con el propio Torres pero también con el propio FG
El panorama no incita a muchos cambios. ¿Por qué se cesa ahora Rodero de sus funciones de country manager? “Está en la etapa vital en la que está y hemos decidido tomar esta decisión hablándolo con él tranquilamente”, explicaba Torres. “A pesar de las especulaciones, que no sé de dónde han salido, nuestra relación es buena”, proseguía. El otro guión, fuera de los cauces oficiales, que explica su salida contiene otras escenas. Habla de desgaste en la relaciones con el propio Torres pero también con el propio FG. Diferentes puntos de vista a la hora de hacer banca. Rodero, más tradicionalista, engorda las cuentas de resultados, así lo ha venido haciendo en Bancomer, a golpe de operaciones poco marcadas por la digitalización. “No es que sea agnóstico frente al mundo digital, pero, para él, el corazón del negocio bancario es el mismo de siempre. La digitalización ahorra dinero pero no hace ganarlo”, explican desde su entorno. Y esta falta de fe ha terminado por condenarle… O salvarle. Rodero llevaba algún tiempo intentando salir del banco por todas estas diferencias. La versión oficial habla de otros plazos. “Estaba previsto que fuera en este momento”, sostiene Torres, una vez que ha cerrado su ‘aprendizaje’ de Rodero. En el corto plazo, éste seguirá en el consejo de Bancomer. El último escalón para su salida definitiva. Lo sostiene la versión apócrifa.
“Somos aves de paso en las organizaciones”. Vuelve a decirlo Carlos Torres. Pero lo pudo suscribir Francisco Gómez, el otro FG de la banca. El exCEO del Popular. Cabeza de turco de los difíciles equilibrios de poder que fluyen por el consejo del ‘Popu’ tras su segunda ampliación de capital por 2.500 millones, en apenas cuatro años. Cosas de la vida, Gómez llegó a la derecha de Ángel Ron, un mes después de que el Popular salvase su primer match-ball, en diciembre de 2012, tras recibir otros 2.500 millones de capital. Aquel movimiento, anunciado un domingo por la tarde al toque de campana, comenzó a deshilachar el consejo del Popular.
En ese difícil entorno, Gómez, un histórico de la gestión de riesgos del banco, llegó ante las reclamaciones del regulador de la necesidad de un CEO para el Popular. Hasta entonces (2009-2013), Ron prefirió gestionar sin número dos. Algunos, como Ángel Rivera, hicieron la maleta hartos de la espera. Otros, como Jacobo González-Robatto, el director financiero en la época sin CEO, fueron apartados a la nebulosa (presidente del consejo asesor internacional, cargo sin funciones ejecutivas) ante su ímpetu por seguir haciendo carrera por la cúpula.
Cada trimestre, las manos del otro FG sudaban en las presentaciones de resultados del banco. Jugaba en casa, pero el miedo escénico era evidente
Gómez era el perfil perfecto para evitar un golpe de Estado. Un banquero sin ganas de foco, con poca empatía, incondicional de los mensajes oficiales y sin peso en el sector. Apenas asistió a un par de las reuniones que periódicamente mantienen los CEO´s de los bancos. Cada trimestre, las manos del otro FG sudaban en las presentaciones de resultados del banco. Jugaba en casa, pero el miedo escénico era evidente.
El destino de Gómez era claro. Ser moneda de cambio. Lo habría sido en caso de fusión. Lo ha sido ante las ganas de sangre de la familia mexicana Del Valle. Un accionista que llegó al Popular en diciembre de 2013, tomando un 6% por 450 millones, con ganas de hacer dinero y diseccionando el mandato de Ron. Hasta el punto de sondear soluciones alternativas, algunas en forma de fusión con el Sabadell, a la reciente ampliación de capital. Aquellos lodos han provocado la salida de Gómez. “Ron ha resistido esta embestida, pero si no cumple con el plan estratégico marcado tras la ampliación, será complicado que se mantenga en la presidencia”, asumen desde el sector.
Mientras tanto, Gómez integra ya el club de los poetas muertos de la era digital de la banca. Al lado de Ángel Cano, Javier Marín o José Ignacio Goirigolzarri. Es el sino de ser CEO de un banco. No sobrevivir a sus mayores. 'Oh, capitán, mi capitán'.