Análisis

20­D: Albert Rivera quiere ser Presidente ya

       

  • Albert Rivera.

Se acerca el 20D a marchas forzadas. Se adivina confundido entre el polvo de un hecho insólito: agotada la Transición, en el momento más crucial de la historia reciente de España y cuando el país reclama soluciones integrales en busca de un proyecto de futuro capaz de servir de guía para los próximos 30 ó 40 años, los políticos se divierten bailando en la toldilla de popa a los sones de la orquesta, se embarcan en debates pueriles, juegan al futbolín con las estrellas de la tele, hacen zumo de naranja y vuelan en globo. Una campaña pobre, que no está a la altura de los retos que tiene planteado el país. La encuesta del CIS ha certificado la entrada en tromba de Ciudadanos como primer espada de la política española, en pie de igualdad con un PP y PSOE que pierden cerca de 100 diputados, sillones que ceden a un Albert Rivera que se ha hecho en solitario con la bandera de la regeneración democrática. Algo bueno tenía que salir de la paranoia independentista de Artur Mas, gran responsable de la explosión de la formación naranja. Podemos pierde aquel aspecto amenazador que para el establishment llegó a tener tras las europeas de 2014. Con todo, colocar entre 20 y 30 diputados, no pocos antisistema, muchos de ellos comunistas, en el Parlamento de la nación en pleno 2015 no deja de ser llamativo, revelador en todo caso de los destrozos sociales causados por la crisis y de la respuesta airada de las clases más desfavorecidas.

La corrupción parece haber desaparecido de la campaña y del inconsciente colectivo del votante medio

Crece la certidumbre de que el Partido Popular va a seguir gobernando los próximos cuatro años, lo cual, tras el diluvio de desgracias caído a lo largo de la legislatura y concretado en su pésima imagen como encarnación de los males de la vieja política, es casi un milagro o tal vez la reedición del viejo dicho según el cual es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer. La corrupción, el martillo pilón que un día sí y otro también ha estado golpeando –y con toda razón- las defensas de Génova parece haber desaparecido de la campaña, y lo que es más llamativo, del inconsciente colectivo del votante medio español. La estrategia del PP –crecidos como están tras el CIS y el buen hacer de Mariano en la cocina de Bertín, donde demostró saber trasegar Albariño con cierta soltura- se centra en acercarse al listón de los 140 diputados o incluso sobrepasarlo. Las esperanzas están puestas en ese amplio porcentaje de indecisos en el que, sospechan, hay mucho voto oculto popular. Aumentar la ventaja respecto al segundo parece cuestión esencial para abordar desde una posición de ventaja, incluso de fuerza, la inevitable negociación que se adivina a la hora de poder formar Gobierno. “Se trata de no ir de rodillas, atados de pies y manos, a esa negociación”, cuentan en Moncloa.

El pacto de Gobierno al que aspira la derecha solo parece posible, a tenor de la encuesta del CIS, con Ciudadanos (C’s). Es la solución por la que hoy apuesta buena parte de las clases medias urbanas, que consideran el binomio una especie de regalo del cielo tras el temor al vacío que en algunos momentos de la legislatura provocó el cacareado hundimiento del bipartidismo y la paralela eclosión de Podemos. La fórmula PP-C’s tranquiliza tanto a las clases medias como a la elite económico financiera. Se trata de unir al valor de la estabilidad y la ausencia de sobresaltos de un Gobierno PP, la exigencia de las reformas democráticas que reclama C’s y que están en el frontispicio de las aspiraciones de millones de españoles, reformas que, empezando por la inaplazable de la estructura de nuestro Estado autonómico, Rajoy parece incapaz de abordar en solitario. Hay un punto de compensación muy interesante entre el conservadurismo del PP y la pulsión al cambio que representa C’s. Pero hasta aquí llega la sintonía. Porque de inmediato comienzan los interrogantes, las preguntas que solo tendrán respuesta a partir del 21 de diciembre.

La pregunta del millón viene formulada en estos términos: ¿Qué va a hacer realmente Rivera? ¿Con quién se va a aliar? ¿Qué Gobierno piensa apoyar? ¿Accederá a investir a un Ejecutivo liderado por Rajoy o exigirá su cabeza (la “Operación Menina” que ayer denunciaba Pablo Iglesias)? Nadie lo sabe a ciencia cierta, porque no lo ha aclarado y los mensajes que ha enviado son contradictorios. En Génova, donde se debaten entre el palo y la zanahoria, se empeñan en enfatizar la pulsión centro-izquierda del partido naranja: “De las 8 personas que integran el comité político de Ciudadanos, 5 proceden del PSOE, lo cual es un indicio revelador de la querencia natural del grupo”. El asunto es más complejo y tiene que ver con la delicuescente naturaleza del centro político. Como escribió Duverger, todo centro está partido en sí mismo en dos mitades. “El destino del centro es ser separado, sacudido, aniquilado; sacudido cuando vota en bloque bien por la derecha bien por la izquierda; aniquilado cuando se abstiene”. El centro es un mero lugar geográfico sin contenido sustantivo, en donde coinciden los moderados de la izquierda y de la derecha, condenado, por tanto, a un permanente desgarro interno como le ocurrió a la UCD.

Geometría política variable

Conviene, con todo, tener muy presente dos cuestiones clave a la hora de especular con la voluntad del líder de C’s. Quienes le conocen en profundidad, más bien pocos, sostienen que Rivera está convencido de que va a ser presidente del Gobierno de España muy pronto, desde luego en 2019 o, a lo sumo, en 2023, si es que los plazos no se acortan dependiendo de la duración de las dos próximas legislaturas. Lo que equivale a decir que toda su estrategia de pactos va estar supeditada al logro de ese fin supremo: llegar a La Moncloa cuanto antes. Segundo, que Rivera se ha hecho político en el Parlament de Cataluña, donde los grupos están muy acostumbrados al pacto o apoyo puntual en temas muy concretos, sin necesidad de alianzas globales. Quiere ello decir que C’s va a ser reacio a cerrar grandes pactos de Estado con algún partido en la Carrera de San Jerónimo, incluido el PP, para inclinarse por apoyos concretos en cuestiones específicas. Geometría política variable.

Lo antedicho podría experimentar una aceleración de proporciones históricas, un sorpasso a la canadiense –acuérdense de Justin Trudeau-, en el caso de que Ciudadanos, en plena cresta de la ola, lograra el 20-D la machada de erigirse en segunda fuerza política española, relegando al PSOE al tercer lugar, un cataclismo que supondría el final de la carrera de Pedro Sánchez (su cabeza estará en el alero incluso superando a C’s, pero con un resultado anclado en el entorno de esos paupérrimos 80 diputados que le auguran las encuestas). Aupado a la condición de segundo partido más votado o con más escaños, pocas dudas caben que Rivera trataría de lograr una coalición o pacto para formar un Gobierno presidido por él. ¿Con quién? Lógicamente con el PSOE, que se vería en la tesitura de apoyar esa investidura o permitir que el PP siguiera en el Gobierno. “Rivera sueña con ser el Trudeau hispano; sabe que ahora tiene una oportunidad única, que quizá no se le vuelva presentar jamás”, sostiene alguien de su entorno más cercano.

La investidura de Sánchez tiene para Rivera unas ventajas de las que carece el apoyo a una candidatura Rajoy

Puesto en la tesitura de tener que apoyar a PP o a PSOE como tercera fuerza más votada, la investidura de Sánchez (contando para ello con la abstención de Podemos) tiene para Rivera unas ventajas de las que carece el apoyo a una candidatura Rajoy. Ello porque, sin asumir responsabilidades de Gobierno, C’s quedaría en la cómoda postura de fiscalizador de un Gobierno socialista al que daría apoyos puntuales, por un lado, y de garante de la estabilidad frente a las eventuales veleidades zapateristas de Sánchez, lo que, con el PP en la cuneta y probablemente convertido en juguete roto, le permitiría dedicarse a la consolidación de un partido de verdad gracias al trasvase de cuadros que se produciría desde el PP hacia C’s. En el momento procesal oportuno, Rivera podría incluso poner fin a la legislatura retirando su apoyo a Sánchez, para presentarse a unas nuevas elecciones con la vitola de auténtico partido del centro derecha español, en un proceso parecido al ocurrido en su día con UCD y Alianza Popular.  

Rivera y los poderes fácticos      

Un pacto PP-Ciudadanos es, por contra, la alternativa menos interesante para Rivera: la experiencia ha demostrado que es el partido del Gobierno el que termina rentabilizando electoralmente este tipo de alianzas con las terceras fuerzas (caso del CDS de Adolfo Suárez con el PP de Aznar), tanto si entran en el Gobierno como si no. El problema para C’s podría llegar en el caso de que el PP lograra rebasar el listón de los 140 escaños. ¿Cómo negar en tales circunstancias el apoyo a la investidura de un Gobierno Rajoy? Las presiones de los poderes fácticos, cuya intensidad ya tuvo ocasión de conocer el candidato Rivera con motivo de la investidura de Susana Díaz en Andalucía, serían en tal caso fortísimas.

Situación apasionante, en suma, que muy probablemente acabará con la muerte política de Mariano Rajoy o de Pedro Sánchez. Aquel que no pueda formar Gobierno será pasto de las llamas y de la traición de los enemigos de partido. Una victoria de Rajoy tan corta que le impidiera formar Gobierno, abriría para Rivera la ventana de oportunidad de consolidarse como el líder de un nuevo centro derecha español sobre las cenizas del PP. A sensu contrario, la confirmación de la derrota que las encuestas auguran a Sánchez dejaría a Rivera solo ante el peligro de un socialismo en liquidación por derribo, con la posibilidad de convertir C’s en el nuevo partido de referencia del centro izquierda. Sería la respuesta a la pregunta que hoy asalta a tanto votante de centro que, indeciso, no quiere votar ni a PP ni a PSOE: ¿Pero qué demonios es, en el fondo, Albert Rivera?           

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