"Aquí no abre la boca ni dios", lamenta un ex alto directivo eléctrico en comunicación con Vozpópuli, triste por ver cómo la que fuera primera eléctrica española va a quedar reducida a una simple caricatura de sí misma. Los más agoreros alertaron en 2007 de que si Endesa caía en manos de Enel, el grupo italiano controlado por el Estado, algún día acabaría troceada, dividida, quizá vendida por partes o, simplemente, desmantelada.
La cosa no ha sido para tanto, pero casi. Máxime cuando la guerra política, más que empresarial, de aquellos meses elevó el precio de la entonces primera eléctrica a más de 40.000 millones de euros. Un precio así no se paga si no se alberga la mínima esperanza de poder recuperarlo aunque sea a años vista.
Enel pagó muy caro, espoleada por el Gobierno de Zapatero, que por todos los medios luchó por apear de la puja a la alemana E.ON (que ahora anda con prisas por abandonar España), después de que Gas Natural, la que abrió la guerra en 2005, también se cayera por el camino. El Gobierno socialista, para españolizar la operación, embarcó en ella a un joven José Manuel Entrecanales, presidente de Acciona.
Joven pero listo, fue el que primero se forró con el vodevil, asesorado con maestría por uno de los mejores financieros de España que se forjó como tal, siempre guardando un discreto segundo plano (que aquí se le respeta), junto a su patriarca y mentor José María Entrecanales.
Acciona entró en Endesa junto a Enel con un put obligatorio de compra, que ejerció en 2009 y por el que se embolsó 8.200 millones y 2.000 megavatios renovables. La italiana tuvo que pagar religiosamente y Endesa ya quedó tocada, al perder sus activos verdes.
Suena a pacto de silencio: en Ferraz nadie habla, mejor no remover esa herencia de Zapatero; pero tampoco en Génova y en Moncloa, para qué enfrascarse en una batalla perdida
El PP de entonces (Manuel Pizarro hizo, sin éxito, una defensa numantina para mantener la españolidad de Endesa) criticó duramente la llegada de Enel y estigmatizó a Entrecanales como el empresario amigo de ZP.
Blandieron la acción de oro, la función 14 y otras vías más o menos intervencionistas para impedir que una empresa estatal europea se quedara con una empresa española privatizada años atrás.
Maxíme cuando el sector eléctrico es estratégico para los Gobierno europeos. Pero Enel fue cuidadosa, escrupulosa y para algunos excesivamente polite. Sobre todo porque en Italia, los gobiernos (especialmente el de Berlusconi) dieron reiterados portazos a empresas (Abertis) y entidades (BBVA) españolas que trataron de medrar allí. Así que mejor no armar ruido en España por si hay efecto bumerán.
Sólo era cuestión de tiempo. Con Fulvio Conti, amante de España y de su arte al frente de Enel, y Borja Prado de vía de acceso al regulador, con su lugarteniente Andrea Brentan llevando el negocio con gran tino, nada hacía presagiar que los agoreros podrían acertar. Pero llegaron los cambios. El PP asestó duros golpes a los ingresos de las eléctricas tradicionales con la reforma eléctrica y Matteo Renzi, con brío y pocas ataduras, llegó a un Gobierno que tardó poco en reactivar sus empresas públicas.
Lo sorprendente es que Enel, que es dueña absoluta de Endesa, no haya dispuesto antes de su filial, de su jugosa caja y de sus valiosos activos latinoamericanos
Francesco Starace fue el elegido para, en pocos meses, reventar el status quo vigente desde 2007. Se acabó jugar a ser dueño sin ejercerlo. Enel tiene una deuda descomunal y pagó 40.000 millones de euros por una empresa que es una joya, sobre todo en Latinoamérica. El nuevo hombre de Renzi quiere ya los réditos de esa machada político empresarial de hace siete años y repatriar dinero fresco para mejorar las cuentas de la matriz. Así que lo que había sido un camino de rosas, un guión previsible, edulcorado e inalterable en España, se convirtió en un guión impulsivo, demoledor, más de la cuerda de Pasolini. Que se note que el dueño controla el 92% y que tiene prisa por ejercer su poder.
En sólo 24 horas: dos macrodividendos, el traspaso de lo más rentable (Latam) a la matriz, OPV en marcha para hacer más cash y un plan de inversiones ibérico para salir del paso ante unas autoridades que ni están ni se las espera.
El PSOE (el nuevo, el viejo y el que ni siquiera existe) no dice ni mu, primero porque probablemente ni se haya enterado de la operación y segundo porque mejor callar cuando de aquellos polvos vienen estos lodos; en el otro bando, el dicharachero y mediático ministro Soria, sin queja alguna. Por mucho que se rasque por Moncloa o por Génova, nadie abre la boca, ante lo que para la mayoría de analistas y expertos del sector (hablamos de los independientes) es un desmantelamiento y expolio de una de las grandes empresas españolas, de las primeras que hizo (y bien) las Américas y que opera en un sector que es estratégico y regulado.
Y qué decir de la CNMC, que está con las manos atadas y no podría frenar la operación, aunque quisiera, máxime cuando el Gobierno ni se ha molestado en presionar para que así fuera (suena feo pero así funcionan las cosas en países donde los reguladores son todo lo independientes que les dejan ser). Algo que, por el contrario, sí hizo el anterior gobernante para convertir a la CNE, ahora integrada en el superregulador, en su brazo armado.