En cuanto se filtró algo, la noticia corrió como reguero de pólvora. Y no es para menos. Un nuevo disco de Pink Floyd, el primero en 20 años, es una de esas novedades capaces de hacer salivar a los viejos gruñones del rock progresivo, o rock sinfónico, como se decía en la España entre los 70 y los 80. Pero también es capaz de hacer arquear un ojo a los jóvenes que han escuchado innumerables veces la cantinela de la grandeza de los británicos o continuar su indiferente camino las huestes que entienden la música como mera banda sonora de fondo o de fiesta.