Que la política española no está estrechamente relacionada con la lógica apenas ofrece dudas, pero hay que preguntarse hasta qué punto van a aguantar los electores que lo razonable sea permanentemente ocultado por orquestas duchas en encubrir lo que pasa, haciendo que miremos a otra parte.
Como muestra de nuestros avances en la lucha contra la corrupción bien podríamos presumir de la forma en que se ha apartado a Soria de un destino bastante pingüe, que según Rajoy había conseguido en un riguroso concurso público de méritos. Esta enorme diligencia ha servido para ocultar una pregunta que debiera ser inevitable: ¿cuál es la razón para que tenga que dimitir Soria, al que se tilda de fulero, mientras que los embustes de Rajoy se consideran muestras de ingenio, de maestría en el manejo de los tiempos? ¿Nos hemos vuelto tan sumisos que apenas osamos a reconocer no ya que el rey esté desnudo, sino que nos está meando en el abrigo? No creo necesario enumerar las mentiras de Rajoy, la última su explicación de lo bien que se habían hecho las cosas con Soria, me basta con hacer notar que esa minuciosa denuncia de la paja en el ojo ajeno, que ahora se está extendiendo hasta Guindos por haber disfrazado el encargo, es una rigurosa exigencia del guion para seguir ocultando la viga rajoyana.
¿Nos hemos vuelto tan sumisos que apenas osamos a reconocer no ya que el rey esté desnudo, sino que nos está meando en el abrigo?
La construcción del chivo expiatorio
Los numerosos fans de Rajoy, en el partido y en los medios, son maestros consumados en aplicar una lógica sectaria, todo lo positivo para mí, todo lo negativo para el contrario, más o menos lo que antes se llamaba la ley del embudo. Con tal arma y bien asistidos por esos periodistas que aseguran, por ejemplo, que la derrota parlamentaria ha fortalecido al gallego, parecen creer posible un secuestro permanente del PP al servicio de sus intereses personales, y esa estrategia les lleva a proyectar sobre Sánchez, que, sin duda, se deja porque no acierta a encontrar la salida a su trilema, sus propios defectos: mientras Sánchez tiene el descaro de veranear, Rajoy pasea por Sangenjo pensando en el interés general, Sánchez sólo sabe decir que NO, mientras que Rajoy está dispuesto a lo que haga falta por España, continuando él, por supuesto, Rajoy tiene la unanimidad de su partido, mientras que el PSOE es una jaula de grillos. A Sánchez no le hace caso nadie, pero en el PP la fidelidad es tan absoluta que no hay que convocar ni Congresos, ni Comités ni nada, y, además, aunque se convoquen solo sirven para que Rajoy dé instrucciones, en el PSOE, en cambio, todo el mundo abronca a Sánchez, que es un inmaduro
Una guerra personal que se nos quiere endosar a todos
Como decía el inmortal Gila, lo bueno de la guerra es que puedes matar a muchos sin que la policía rechiste, de forma que una supuesta guerra política, que oculta la impericia de los líderes, está sirviendo para que los incompetentes puedan seguir haciendo de las suyas ante el pasmo del respetable. Que apenas nadie recuerde que en unas elecciones generales no se elige al Presidente del Gobierno, sino un Parlamento, no solo sirve para ocultar el repetido fracaso del Presidente en funciones con una supuesta doble victoria, también nos hace olvidar la inutilidad real del Parlamento, secuestrado por una exigua camarilla que ni quieren ni saben cumplir la obligación contraída con los electores, y la perfecta inutilidad de esa enorme comparsa de centenares de convidados de piedra. Que alguien proponga en serio aumentar su número con la excusa de mayor proporcionalidad indica hasta qué punto abundan los memos y los irresponsables.
En una Monarquía parlamentaria el Primer Ministro que no obtenga la confianza de la Cámara ha de dimitir de inmediato
En una Monarquía parlamentaria el Primer Ministro que no obtenga la confianza de la Cámara ha de dimitir de inmediato. Si el PP existiera como algo más que un grupo de empleados, bien remunerados, de Rajoy, exigiría la retirada del líder rechazado por la Cámara, pero, como es lo que es, su portavoz, en pleno ataque de nervios como si, por un segundo, fuera consciente de su desesperada situación, se ha atrevido a asegurar el carácter perpetuo e inamovible de la jefatura rajoyana. Pues bien, muy a su pesar, ese PP tendrá que mojarse, habrá de elegir entre el riesgo de que cristalice un Gobierno inviable o que haya nuevas elecciones, y eso le obligará a hacerse una pregunta tan decisiva como inevitable: ¿qué se ha de preferir, un gobierno del PP sin Rajoy o ir a la oposición con don Mariano?
Una evidencia estridente
Tras dos elecciones sucesivas, la única evidencia es la siguiente: no será posible formar Gobierno sin los votos del PP, pero el PP no podrá acceder al Gobierno si se empeña en volver a proponer a Rajoy como aspirante a la investidura. Se trata de una evidencia muy amarga para Rajoy, y eso quiere decir para todos sus secuaces, pero esperar que esto lo arregle un apaño tras las vascas o las gallegas, aparte de indicar hasta dónde hemos llegado en la liquidación por derribo de la institución parlamentaria, es como suponer que la guerra de Siria la vaya a arreglar un zahorí.
Ya pueden desgañitarse subrayando la vaciedad y la vileza de Sánchez y advirtiendo al cándido Rivera sobre lo caras que se pueden pagar las veleidades, pero cuando no hay salida suele resultar inútil echarle la culpa al maestro armero. Volviendo a Gila, la fábrica le ha mandado a Rajoy un cañón sin agujero, y por mucho que corran las Sorayas con la bala por fuera, no queda ninguna energía política en la recámara. Por supuesto que podrán forzar las terceras elecciones, si alguien no plantea con la debida solvencia y en el escaso plazo que nos queda, la única solución posible. Es una pena, la confieso, que Rajoy, el doble ganador, tenga que marcharse a su casa, mientras que puede que Sánchez, el perdedor, consiga un papel más airoso, pero la política da cornás muy extrañas, que se lo digan a Soria que se pensaba en manos amigas.
Los partidos son el problema y de ellos ha de venir la solución
El PP, que ha dado mínimas muestras de existencia ante la indecente y repetida cacicada, tendrá que sacar fuerzas de flaqueza para afrontar un descabezamiento que vendrá de fuera, de los electores, del Parlamento, del resto de fuerzas políticas. Sabrá a humillación, y habrá hierofantes que se rasguen las vestiduras y llamen al suicidio ritual, aunque mejor esperar a ver si dan ejemplo que dejarse llevar por sus proclamas incendiarias.
Lo que quede sano y aprovechable del PP habrá de aprender a sacar ventaja de las circunstancias adversas: puede que sea una espléndida oportunidad para abandonar su funesta tradición hereditaria, y reconstruir desde abajo un partido democrático y moderno, capaz de ganar las elecciones sin abdicar de los principios y deseos más comunes en el centro derecha. Si no son ellos, otros vendrán a hacerlo, porque el rajoyismo no es solo una enfermedad terminal, sino una solución imposible, una suplantación sistemática de los ideales políticos conservadores y liberales que generará siempre, y de manera necesaria, una especie de contraimagen esdrújula y muy peligrosa de la que ya tenemos abundante muestra.
La quimera es pensar que se pueda cambiar la realidad política modificando normas, sin transformar la cultura política imperante
Un partido de centro derecha liberado de su actual hipoteca, de su absurda sumisión al poder ejecutivo, intentará restablecer una efectiva división de poderes haciendo cierto lo que proclama la Constitución, y dejará espacio a que exista una izquierda razonable que ahora se antoja quimérica porque Génova y Moncloa actúan como ocupas de su espacio natural.
No es quimera, la quimera es pensar que se pueda cambiar la realidad política modificando normas, sin transformar la cultura política imperante. El PP necesita aprender en cabeza propia que la democracia exige derrocar al que yerra, que los electores son soberanos, que las alegrías políticas y presupuestarias que traen la corrupción se pagan con el sufrimiento, el sudor y los impuestos de la mucha gente decente que no se merece ese trato despectivo y chulesco de quienes son supuestamente suyos.
¿Y Rivera qué pinta en todo esto? Su indecible habilidad para olfatear lo que España necesita (¡el Gobierno de Rajoy!) podría llevarle a la más absoluta miseria, pero puede que tenga una posibilidad de recuperarse si acierta a ayudar a que se salga del atolladero por el único camino que existe, y que queda dicho.
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