Corría el año 1997. El PP había ganado por fin unas elecciones tras una dura pelea con el sempiterno PSOE de Felipe González, y un buen día el presidente del Gobierno, José María Aznar, llamó a despacho a Alfredo Sáenz, a la sazón presidente de Banesto (ya en el seno del Santander de Emilio Botín, el hombre que fue capaz de pagar 1.000 millones de pesetas por una ruina como Aguas de Fuensanta), para contarle la delicada situación por la que estaba atravesando su ministro de Economía, Rodrigo Rato Figaredo, de los Rato Figaredo de toda la vida, los dueños del "prao" asturiano, porque el buen hombre, explicaba José María, había entregado su vida a la política a cambio de cuatro miserables duros y a costa, un sacrificado, casi un héroe de la patria, haber desatendido la marcha de sus negocios, el grupo de empresas familiar que dirigía ese desastre que como gestor fue siempre Ramón Moncho Rato, de modo que había que ayudarle, tenemos que echarle una mano entre todos, había que rescatar a las Empresas Rato de la quiebra, porque aquéllo era una quiebra como la copa de un pino, y ese "todos" aludía al grupo de poderosos que habían sido nominados por Rato, precisamente por él, para presidir los antiguos monopolios públicos privatizados por el Gobierno Aznar.
Sáenz vuelve a Banesto con el encargo bajo el brazo, dispuesto a dar satisfacción a la exigencia del presidente, y llama a capítulo a uno de sus hombres de confianza para encargarle la delicada misión: se trata de meter 200 millones de pesetas como inserción publicitaria en el grupo de emisoras Rato, así, por las buenas, soltarle a las emisoras Rato 200 millones en publicidad. El aludido toma nota del pedido del jefe y vuelve a la mañana siguiente con algunas objeciones al respecto:
-Pero ¿tú sabes cuántas emisoras le quedan a ese grupo?
-Ni idea.
-Pues como dos, una en la comunidad valenciana y otra en Mallorca, que creo que se llama Radio Forana, y no son nada, prácticamente no tienen audiencia.
-Me da lo mismo; vamos a hacerlo porque me lo ha pedido el presidente del Gobierno y punto.
-Pero es que eso no se puede hacer así. Con la décima parte de ese dinero compras las dos emisoras y aún estarías pagando un sobreprecio difícil de justificar. ¡Si las compraras por los 200 que dices estarías pagando más de 20 veces su valor!
-Bueno, bueno, tú haz lo que te he dicho y llama a Ramón a tu despacho y lo arreglas…
No hay constancia de encuentro concreto entre Francisco González y Aznar, aunque la duda ofende dada la condición del de Chantada de amigo de los pesos pesados del PP.
Argentaria, la misma época, distintos protagonistas. En este episodio, paralelo al de Banesto de Sáenz, no hay constancia de encuentro concreto entre Francisco González y Aznar, aunque la duda ofende dada la condición del de Chantada de amigo de los pesos pesados del PP. Sí que la hay, con testigos vivos, de la llegada de Ramón Rato a la sede del banco público en el Paseo de Recoletos para solicitar, es un decir, pedir, casi urgir, un crédito de 3.000 millones de pesetas para el grupo de empresas familiar. "No recuerdo muy bien el número, pero eran cerca de una decena que se habían comido los fondos propios y que estaban al descubierto con una serie de bancos, cinco o seis, entre ellos el Zaragozano y Banesto, a los que debían una porrada de dinero. Y yo, que me olía la tostada, le pregunto qué es lo que quiere hacer con esa pasta y sin cortarse un pelo me dice que piensa devolver lo que deben a los otros bancos y reponer capital. Y yo le digo, hombre, ¿y no habéis pensado en arrimar el hombro como accionistas que sois, es decir, rascaros el bolsillo con una ampliación de capital? Y el tío se echa a reír en mis narices, porque para Moncho Rato Argentaria seguía siendo un banco público que había privatizado su hermano y en el que ahora mandaban sus amigos, era nuestro banco, venía a decir, y nuestro banco está para sacarnos del atolladero. El jefe me pide que estudie la operación y yo lo hago. Pido balances y encuentro cosas pintorescas. Una de las emisoras, en cuyo Consejo estaban los 3 hermanos y el marido de María Ángeles, José María de la Rosa, con un millón de pesetas de capital y prácticamente ningún activo, tenía concedido un crédito en Holanda por el Rabobank por importe de 360 millones de pesetas! Naturalmente mi informe fue desfavorable, como no podía ser de otro modo, no obstante lo cual la operación se puso en vigor, aunque supongo que luego desaparecería del balance de fusión con BBV… En fecha reciente ha aparecido en prensa una misteriosa condonación de 312.000 euros en concepto de intereses devengados entre 1995 y 1998 a Rodrigo, que supongo eran intereses no abonados a cuenta del crédito en cuestión".
Esta es parte de la historia de una derecha cuyos verdaderos intereses han ido quedando al descubierto con el paso del tiempo. Quienes valoran el papel de Aznar como aglutinador de la derecha política en un partido con posibilidades de conquistar el poder, desdeñan, sin embargo, el fracaso de esa derecha a la hora de construir una alternativa auténticamente liberal capaz de cambiar de raíz el pensamiento dominante de un país que, salido de 40 años de una dictadura militar con ribetes paternalistas, estaba huérfana de pensamiento crítico, acostumbrada a la presencia de un Estado muy fuerte que quitaba libertades pero daba seguridades; sociedad muy estatista, reñida con la responsabilidad individual y enemiga de la libertad y sus riesgos. Ni Aznar ni ese sedicente brillante circulo de capos peperos fueron capaces de plantear siquiera una batalla de las ideas, una revolución liberal al modo de Thatcher y los gobiernos conservadores británicos que le siguieron, porque lo que de verdad interesaba a Aznar y los suyos era el dinero, lo que de verdad querían era enriquecerse tras su paso por la política, y a enriquecerse se han dedicado todos o casi, enriquecerse ellos y sus amigos, algunos de manera escandalosa como es el caso de Rodrigo Rato, otros de manera soterrada y aún en la sombra, caso de Aznar & family.
La derecha y la obsesión por el dinero
La batalla de las ideas pasó a mejor vida. Luego vino un tipo como Zapatero dispuesto a ganar la Guerra Civil en los libros de texto, con el resultado que era de prever y que está presente hoy en cualquier debate público, en radio o en televisión, en cualquier texto escrito, los valores de la izquierda impuestos a toque de corneta sin que exista la menor replica liberal: el reclamo de un Estado Providencia obligado a proveer a los ciudadanos hasta de buenos y regulares orgasmos en la cama, la exigencia de gasto público sin tasa, La Economía de reparto, la igualdad a machamartillo, la salmodia de la desigualdad, el desprecio a los valores del esfuerzo y la excelencia, la exaltación de lo común, de lo grupal, la aversión a la iniciativa privada… Los valores liberales están casi prohibidos, desterrados por una derecha que trata de disimular su incuria intelectual con apelaciones a la gestión socialdemócrata del día a día, perseguida como está, aporreada en los tribunales de Justicia en justa recompensa a su ilimitada capacidad para corromperse.
Si Rodrigo les había hecho ricos, muy ricos, millonarios, justo era que ellos se preocuparan ahora de hacerle a él una fortuna personal
Tras su salida por pies del FMI, un episodio sobre el que la Administración americana extendió un caritativo manto de silencio, Rodrigo Rato puso rumbo a España dispuesto a enriquecerse a toda costa. Nunca se sabrá si sus pares le acogieron con los brazos abiertos o como un mal inevitable y anunciado, un impuesto que debían afrontar como pago a los favores de hogaño. Si Rodrigo les había hecho ricos, muy ricos, millonarios, justo era que ellos se preocuparan ahora de hacerle una pequeña fortuna personal. El personaje entró en tromba hasta en 3 bancos a la vez (Santander, Lazard y La Caixa, por no hablar de Telefónica), sin que empleadores y empleado encontraran en ese fantástico pluriempleo conflicto de interés alguno. La quimera del oro de Rodrigo Rato se hizo por fin realidad con su desembarco en Caja Madrid, después Bankia. Esta semana, María Peral ha publicado en El Español un testimonio demoledor ("Así se forró Rato con Lazard y le devolvió sus favores desde Bankia"), el informe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Guardia Civil dirigido al juez Antonio Serrano-Arnal, pieza de lectura obligada para descubrir la catadura moral del portaestandarte de la derecha conservadora española.
Por resumir: Lazard firmó a Rato un contrato de 3 años por un importe global de 13,5 millones de dólares (no está mal para un part-time job), 9 de los cuales en forma de acciones cuyo canje estaba previsto para marzo de 2011 (3 millones) y marzo de 2013 (los 6 restantes). Como el principito pasó a presidir Caja Madrid por voluntad de Rajoy en enero de 2010, tendría que haber dejado de ingresar esos 9 millones (sin mencionar, además, la existencia de una cláusula de no competencia). Pues no, señor. Lazard, generoso Pedro Pasquín, pagó religiosamente lo convenido a Rato. ¿A cambio de qué? A cambio de que Rato regara después a Lazard con contratos de consultoría desde la presidencia de Bankia. En efecto, entre 2011 y 2014 Bankia pagó a la entidad un total de 9.690.884 euros, cifra muy parecida a lo que el asturiano hubiera dejado de ingresar al abandonar Lazard antes de tiempo. ¿Do ut des? Algo aún más elemental que eso, de sencilla deducción. Y Lazard se prestó al trueque. No se pierdan la pieza de la Peral si quieren indignarse un poco.
Matar por un billete de 50 euros
El lunes de esta semana, Ángela Martialay publicaba en este diario otra de las piezas informativas de la semana ("El contrato con Telefónica que Rato cobró pero donde nunca figuró"): los términos del acuerdo por el que el ricohome astur se embolsó en 2013, siendo ya presidente de Bankia, la suma de 300.000 euros más IVA por los servicios prestados a Telefónica. El número 2 del Gobierno Aznar cobró como "asesor" de la operadora los años 2013 y 2014. En enero de 2013, la Agencia Tributaria detectó la firma de un 'Contrato de colaboración de servicios profesionales' entre una sociedad denominada Kradonara y Telefónica, representada para la ocasión por el ilustre Ramiro Sánchez de Lerín, secretario general y del Consejo, hoy empapelado a consecuencia del lance. The beauty of the thing es que el nombre del ex vicepresidente y ex ministro de Economía no aparece por ningún lado, y sí el de uno de sus supuestos testaferros, un tal Domingo Plazas, que firma en representación de Kradonara, hoy considerada el epicentro de un entramado societario montado para presuntamente eludir el pago de impuestos a Hacienda y que, entre otras cosas, sirvió para repatriar 6,5 millones desde Reino Unido, Gibraltar y Luxemburgo, gran parte de los cuales fueron destinados a la compra de un hotel en Berlín del que Rato es propietario al 50%.
En palabras de un responsable de la UCO, "da la impresión de que este hombre ve un billete de 50 euros en el suelo y le lanza a por él en picado". Una auténtica obsesión por el dinero que raya lo enfermizo. Ello dando por descontado que conocemos apenas el prólogo de las obras completas de un hombre dispuesto a enriquecerse por encima de cualquier tipo de consideración de orden moral o legal. El 8 de septiembre deberá declarar como imputado por contratar en Bankia a su excuñado Santiago Alarcó, un hombre que comenzó con 120.000 euros anuales en 2011 y que dos años después ya cobraba 480.000. La lista de desmanes sería interminable. La fuente de este escándalo sin proporciones conocidas hay que buscarla, sin embargo, en los años dorados del político como ministro de Economía, en particular entre los años 1996 y 2002, un caudal que en gran medida sigue hoy discurriendo por el subsuelo sin brotar a la superficie. Rato está imputado por la salida de Bankia a Bolsa y por las tarjetas black; se le investiga por pagos de Lazard, de Telefónica y de agencias de publicidad. También por dar conferencias, no menos de 40, a una media de 46.000 euros la pieza que, como en los casos anteriores, nunca declaró a Hacienda. ¿De qué hablaba Rodrigo en esas charlas? ¿De qué presumía? ¿Qué enseñaba? Le amenaza una serie de eventuales condenas por delitos de estafa, apropiación indebida, administración fraudulenta, delito fiscal… Mario Conde es a estas alturas un juguete roto. Rodrigo Rato, en cambio, sigue estando protegido por el muro de silencio que sostiene buena parte del establishment patrio y sus medios de comunicación. Conde era un indeseable, un parvenu. Rato es uno de los nuestros. Un jidepú, pero es nuestro jidepú. Un goodfellas. El más genuino representante de la derecha conservadora española continúa ahondando la fosa en la que también debería enterrar el cadáver del Partido Popular.